La infanta Juana “la Beltraneja”: de princesa castellana a monja portuguesa
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El éxito de la serie de televisión “Isabel” ha presentado al gran público a una gran cantidad de personajes históricos de la época de los Reyes Católicos que, anteriormente, eran prácticamente desconocidos para las personas que no tenían una formación o un interés especial por esta época, pese a que muchos de ellos tienen un enorme peso en la Historia de España.
Si la vida de estos personajes clave se hubiera desarrollado de forma distinta, nuestro pasado hubiera cambiado irremediablemente y, sin duda, nuestro presente sería completamente distinto.
Una de estas historias determinantes es la de la pequeña princesa Juana, la única hija del rey Enrique IV y de Juana de Portugal, que en la serie se nos presenta como una niña utilizada como un peón en el intrincado juego de la política cortesana del siglo XV y arrastrada a una guerra por la sucesión del trono de Castilla con su tía Isabel cuando apenas tenía doce años.
Sabemos perfectamente cuál fue el final del conflicto sucesorio, en el que Isabel la Católica y su marido Fernando salieron vencedores pero, ¿qué fue de Juana una vez que sus tíos estuvieron firmemente establecidos en el trono de Castilla? Veámoslo.
Recordemos los antecedentes de la vida de esta princesa castellana
Juana la Beltraneja nació el 28 de febrero de 1462, siendo la única hija del matrimonio formado por el rey de Castilla Enrique IV y de su segunda esposa, Juana de Portugal. Sería, a la postre, la única descendiente de un monarca al que se le apodó como “el Impotente” con el paso de los años, después de que un primer matrimonio finalizara sin un solo embarazo por parte de la reina, Blanca de Navarra y que, transcurridos varios años de su enlace con la reina Juana, no hubiera habidoningún descendiente del mismo hasta el nacimiento de esta princesa, ni hubiera habido ninguno después.
Aunque en un principio se aceptó a esta princesa como la legítima hija y heredera de Enrique IV, en detrimento de los dos medio hermanos pequeños del monarca, Alfonso e Isabel, empezaron a surgir distintos rumores sobre su ilegitimidad a tenor de las distintas luchas por el poder que se llevaron a cabo durante la práctica totalidad de los años finales de su padre que, acosado por grandes facciones de una poderosa nobleza hostil, basculó constantemente entre la necesidad de ceder a las demandas de sus enemigos y reconocer la supuesta ilegitimidad de Juana, o mantenerla como princesa de Asturias.
Cuando se produce la muerte de Enrique IV en diciembre de 1474, sin que nunca se encontrara su testamento, la corte castellana ya llevaba años dividida entre los partidarios de la joven Juana y de la reina, su madre, y los de su tía Isabel y su marido Fernando, heredero de la Corona de Aragón.
La guerra se prolongó hasta el año 1479 cuando el partido de la princesa Juana, liderado por su tío y marido Alfonso V “el Africano” de Portugal, admitió su derrota.
El Tratado de Alcaçovas
Con la firma del Tratado de Alcaçovas, el rey de Portugal reconocía a Isabel y Fernando como los reyes legítimos de Castilla.
Pero, ¿qué fue de Juana la Beltraneja después de la firma de este tratado? Sus partidarios habían perdido la guerra, pero ella seguía siendo reina de Portugal por su matrimonio con Alfonso V.
Ella había entrado en el reino de su marido en 1476, quedando bajo la custodia del hijo de Alfonso V, el futuro Juan II.
Sin embargo, la interferencia de Alfonso en la guerra castellana no había sentado demasiado bien dentro de sus fronteras; las pérdidas que esta había conllevado, los enormes fondos que se habían tenido que desembolsar para mantenerla y, finalmente, la derrota que Portugal había sufrido a manos de Isabel y Fernando hicieron que una importante cantidad de grandes miembros de la nobleza portuguesa cuestionaran el poder de su rey y le forzaron a abandonar su trono en favor de su primogénito.
El matrimonio entre el monarca y la princesa Juana, que se dudaba que hubiera llegado a ser consumado, se anuló y Alfonso V se retiró a un monasterio, donde vivió hasta su muerte, apenas dos años después, en 1481.
Los ‘peligros’ de Juana la Beltraneja
Sin el trono de Castilla, sin el de Portugal y sin marido, Juana la Beltraneja se encontraba a la altura de 1479 en una situación de enorme peligro.
Su existencia siempre supondría una amenaza a la legitimidad de la reina Isabel quien, muy consciente de este extremo, trataría por todos los medios de conseguir que los portugueses le entregasen a Juana para que ella decidiese su destino.
Pero el nuevo rey portugués, consciente de la ventaja que le daba la custodia política de la otrora pretendiente al trono vecino, se negó siempre a ello.
En el tratado firmado entre Portugal y Castilla se le dieron a Juana dos opciones: o bien comprometerse en matrimonio con el príncipe Juan, el hijo de los Reyes Católicos (que había nacido en 1478), quedando, mientras este llegaba a la edad necesaria para consumir el matrimonio o la de entrar en un convento, de forma que no dejase descendencia legítima que pudiera un día reclamar sus derechos al trono castellano.
Sabiendo que era muy poco probable que el supuesto matrimonio con el príncipe Juan llegara a realizarse y sabiendo los peligros que entrañaría para ella volver a Castilla bajo el reino de su tía, Juana la Beltraneja eligió la protección que le otorgaban las murallas conventuales.
Ingresó como religiosa en el monasterio de Santa Clara de Coimbra, donde, un año después, enviados de Castilla y Portugal supervisaron la toma de sus votos que sellaba el acuerdo entre ambos reinos.
Sin embargo, Juana siguió siendo una amenaza para Castilla. Aunque sus votos eran, en un principio, irrevocables, podrían ser eliminados por una bula papal y la vida conventual de la mayoría de las mujeres nobles de la época conllevaba ciertas comodidades y libertades, de las que Juana disfrutó.
Gozaba de la ayuda de servidores y de una importante asignación monetaria que le daban los reyes portugueses, así como de una importante libertad de movimientos que muchas veces la llevaron a la corte portuguesa, donde se encontraría con Isabel y María, las hijas de su tía, cuando se convirtieron en reinas consortes de Portugal.
Juana la Beltraneja, la Excelente Señora
De hecho, la Excelente Señora, como se la llamaba en Portugal, era muy apreciada en la corte de Portugal y llegó a instalarse en el castillo de san Jorge de Lisboa con una pequeña corte y un gran boato.
En la corte lisboeta tendría contacto con importantes cortesanos y políticos del momento, tanto portugueses como de otros reinos de Europa, que en diversas ocasiones le propusieron una nueva defensa de sus derechos sucesorios, como medio de atacar a Castilla en tiempos de conflicto con este reino.
Llegó a tener propuestas serias de matrimonio, especialmente aquellas que la unirían con Francisco Febo, heredero del trono de Navarra, y con distintos nobles franceses en el contexto de la lucha de este reino con Castilla, pero estos intentos nunca se materializaron.
De hecho, uno de sus pretendientes más tardíos fue uno que muy poca gente pudo imaginar en un principio. Tras la muerte de Isabel la Católica el 24 de noviembre del año 1504, el rey Fernando el Católico intentó por todos los medios retener su poder en la corona castellana ante los partidarios del nuevo rey, su yerno Felipe “el Hermoso” y se le propuso la posibilidad de contraer matrimonio con Juana la Beltranejapara retener sus reclamos sobre el trono castellano.
Aunque se consideró esta posibilidad, los problemas que esto supondría para el reclamo al trono de los hijos de su matrimonio con Isabel, los enfrentamientos internos que esto provocaría (con la posibilidad de despertar una nueva guerra civil) y la necesidad que tenía Fernando de contraer un segundo matrimonio que estuviera en disposición de darle herederos para sus reinos de Aragón hicieron que Fernando rechazara esta posibilidad para optar por un enlace con la joven Germana de Foix, sobrina del rey Luis XII.
Juana la Beltraneja,“Yo, la Reina”
Juana la Beltraneja se consideró durante toda su vida como la legítima reina de Castilla, firmando todos sus documentos como “Yo, la Reina”.
Ella falleció en 1530, cuando contaba con 68 años, habiendo hecho testamento a favor del rey portugués Juan III, al que dejó todos sus derechos sucesorios a la corona de Castilla.
Fue enterrada en el monasterio de Santa Clara de Coimbra, aunque sus restos se perdieron cuando el edificio quedó destrozado por el famoso terremoto de Lisboa de 1755.
Así, en tierras portuguesas, reposan perdidos los restos de Juana la Beltraneja, esta princesa castellana que pudo ser reina y que vivió la mayoría de su vida en Portugal como una sombra perenne sobre la cabeza de su tía Isabel, la reina Católica.
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