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Felipe II: Un rey longevo
El rey Felipe II (1527-1598) es uno de los monarcas más conocidos de nuestro pasado. Si preguntásemos por él en la calle, rara sería la persona a la que, como mínimo, no le sonara su nombre.
La mayoría de ellas le identificarían con los hechos más conocidos de su reinado, como la batalla de San Quintín, la de Lepanto o el fracaso de la Armada Invencible, así como la construcción del Monasterio de San Lorenzo el Real de El Escorial. Sin embargo, pocos podrán decir algo de los últimos años del reinado del monarca, que falleció en los albores del siglo XVII.
Felipe II falleció el 13 de septiembre de 1598, a la edad de 71 años. Esta era una edad muy longeva para una época en la que la esperanza de vida al nacer se situaba en torno a los 40 años una vez se superaba la infancia.
Felipe II falleció a la edad de 71 años, una edad muy longeva para una época en la que la esperanza se situaba en torno a los 40 años. Sobrevivió a sus cuatro esposas, a siete hijos y a la inmensa mayoría de sus colaboradores
A esto debemos añadir el hecho de que los conocimientos médicos de la época eran todavía muy rudimentarios y, en general, basados en teorías erróneas, lo que suponía que cualquier dolencia o enfermedad que ahora podría resolverse con un simple medicamento, ponía entonces a una persona en riesgo cierto de muerte.
A modo de comparación, podemos decir que el padre de Felipe II, Carlos V, murió a los cincuenta y ocho años.
Su hijo, Felipe III, lo hizo a los cuarenta y dos, y su nieto, Felipe IV, a los 60, por lo que Felipe II vivió más de una década más que sus ascendientes y descendientes más directos.
De sus parientes más cercanos, sólo su abuela Juana I, que falleció a los setenta y cinco años, y a su hermana, la emperatriz María, que lo hizo a los setenta y cuatro, vivieron más que él. Sobrevivió a sus cuatro esposas, a siete hijos y a la inmensa mayoría de sus colaboradores cercanos en edad.
Por lo tanto, en comparación con lo que se solía vivir en la época, Felipe II llegó a vivir una vida inusitadamente longeva.
Esto también supuso que las enfermedades, las dolencias y los problemas asociados al paso del tiempo habían hecho una gran mella en su cuerpo cuando llegó el año 1598.
En los últimos años de su vida sufrió artritis, fiebres intermitentes, problemas de estómago y de vejiga; y diferentes problemas respiratorios
Durante buena parte de su vida, Felipe II sufrió dolorosos ataques de gota que habían perjudicado enormemente su movilidad y que le obligaban a ser transportado en litera o en una silla especialmente diseñada para aliviar los dolores del monarca.
Pero en los últimos años de su vida también sufrió artritis, fiebres intermitentes, problemas de estómago y de vejiga y diferentes problemas respiratorios que minaron su ya entonces maltrecha salud.
Sin medios reales para disminuir los efectos de tales dolencias, Felipe II experimentaba todo tipo de dolores de forma constante y en muchas ocasiones se veía inmovilizado o incapaz de moverse de su cama.
Las fluctuaciones de su salud llegaron a ser tan grandes que, en algunas ocasiones, dignatarios extranjeros llegaron a anunciar su muerte, incluso casi una década antes de que esta se produjera.
Una terrible agonía para el rey de medio mundo. Causas de su muerte
Estos problemas generales de salud que hemos mencionado más arriba se exacerbaron a finales del año 1597. Su reducida movilidad le provocó otros problemas añadidos, como la aparición de dolorosas úlceras, rozaduras y heridas, así como infecciones y supuraciones relacionadas con su difícil curación.
No sólo su falta de movilidad perjudicaba sus heridas, sino que la falta de limpieza, los emplastos y los métodos prescritos por los médicos (como purgas o sangrías) no ayudaban en nada a mejorar el estado físico del rey. El monarca pidió que se le trasladara a su palacio del El Escorial aún en construcción y, desde entonces, su salud iría de mal en peor.
Durante el verano de 1598, los cronistas, en especial Fray Antonio de Sigüenza, revelan cómo el rey experimentó cada vez más problemas de salud. Se encontraba aquejado de importantes problemas digestivos, que le impedían digerir los alimentos y el provocaban incontinencias y diarreas constantes.
Perdió casi por completo la movilidad, por lo que se vio obligado a estar completamente encamado y depender de los demás para casi todo. Asimismo, sufrió de constantes fiebres que nublaban su juicio y le impedían pensar con claridad. Pero fue sobre todo el dolor que le provocaban sus llagas y heridas lo que hizo que los últimos meses de vida de Felipe II fueran un auténtico martirio.
Los cronistas nos indican cómo el mal olor y la pestilencia inundaron el cuarto del rey durante sus últimas semanas de vida. El olor era nauseabundo y el hombre que se encontraba en su centro, inmovilizado por los dolores y las consecuencias de sus enfermedades, era incapaz de huir de él.
En una época en la que se consideraba que bañarse con frecuencia era perjudicial para la salud y en el que las normas básicas de la higiene brillaban por su ausencia, sólo podemos imaginar cuál era el estado en el que Felipe II vivió sus últimas semanas de vida, repleto de pústulas y llagas, sin que su cuerpo conociera apenas el agua para tratar de curarlas y cubierto por la suciedad y los desechos de su cuerpo.
Manuel Fernández Álvarez llega a indicar en su biografía del monarca que tan solo el roce de las sábanas le provocaba una tremenda agonía y que se hizo un agujero a su lecho para que pudiera evacuar sin moverse y sin que se tuviera que limpiar constantemente.
Tal fue la suciedad que embargó al rey durante esos últimos días de su existencia que se ha propagado la leyenda de que murió por culpa de una infección cutánea provocada por la gran cantidad de piojos que atacaron su cuerpo a causa de la suciedad reinante.
Y, aunque no se puede descartar la teoría de que varios tipos de insectos atacaran al monarca durante sus últimos días, las enfermedades y las infecciones habían hecho tal mella en el cuerpo del monarca por entonces que es imposible atribuir su muerte a tal hecho.
Una “buena muerte” para el rey
La agonía de Felipe II duró más de cincuenta días.
El anteriormente mencionado Manuel Fernández Álvarez indica que, más de diez días antes de su fallecimiento, su cuerpo ya parece el de un cadáver devorado por los gusanos.
Mientras esperaba su muerte entre terribles dolores, Felipe II se preparó para bien morir siguiendo los preceptos que entonces se vinculaban a una “buena muerte”.
La buena muerte era un concepto muy común durante la Edad Moderna. Se refería a aquel fallecimiento que llegaba a la gente en su cama, después de haber dejado arreglados sus asuntos terrenales y de haber cumplido con todos los ritos católicos que preparaban el alma para entrar sin pecado al reino de los cielos.
En particular, era especialmente importante haberse confesado y haber sido absuelto de todos los pecados.
hizo traer numerosas reliquias, decir misas constantemente y que le leyeran las biografías de los santos
Cuanto más se preparaba el enfermo para la muerte y más posibilidades tenía de encarar su fin de forma consciente, preparada y tranquila, mejor se consideraba su muerte. Así, los hagiógrafos de Felipe II consideraron que Felipe II era el paradigma de la buena muerte, pues estuvo consciente en todo momento durante su agonía y utilizó su largo sufrimiento para prepararse para entrar en el reino de los cielos.
Según cuenta Fernando Martínez Gil en su obra “Muerte y sociedad en la España de los Austrias”, Felipe II, después de dejar listos sus asuntos terrenales, hizo traer numerosas reliquias, decir misas constantemente y que le leyeran las biografías de los santos.
Las últimas palabras de Felipe II
Se decía que sus últimas palabras fueron también para Dios y que, finalmente, la tranquilidad le llegó poco antes de su muerte, que aceptó con gran serenidad, otro símbolo de que había alcanzado la salvación.
Eso ocurrió finalmente el día 13 de septiembre de 1598, en una habitación repleta de reliquias, imágenes de santos y, también, de uno de los enigmáticos cuadros de El Bosco, “La Mesa de los Pecados Capitales”.
De esta forma, el rey de medio mundo falleció después de pasar una terrible agonía, rodeado de suciedad y malos olores y con la esperanza de entrar en el reino de los Cielos después de haber dejado atrás una Monarquía de la que había sido líder durante casi cincuenta años.
También te puede interesar:
El artículo en inglés: Philip II, the tormented end of the King
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