Los orígenes del terrorismo islamista y la historia de los Zealot y el Alamut
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La historia del Alamut
La crueldad es la fuerza de los cobardes. Proverbio árabe.
Uno de los problemas más importante a los que el Mundo se enfrenta en la actualidad es, sin duda, el terrorismo. Precisamente, la trascendencia de la cuestión radica en su alcance global.
El objetivo del terrorismo no es otro que propagar el terror, en su máxima expresión. No nos sorprenderemos al averiguar que el terrorismo lleva toda la vida existiendo entre nosotros.
Religión y Terrorismo: el comienzo.
Lo que actualmente sucede en Israel, con los territorios ocupados, no es nada nuevo, aunque cambien, en parte, los actores y, fugazmente, las formas. Hace algo menos de dos mil años, los zealot (igual que la palabra inglesa que significa “fanático” y que de ella proviene) era una secta judía que luchaba contra la ocupación del Imperio Romano.
Su forma de lucha se basaba en el asesinato a sangre fría (con la sica, una especie de primitiva daga) de cualquier legionario romano que se pusiera a su alcance.
Incluso, de cualquier judío al que se le considerase traidor. Y se los señala como los precursores de algo no menos cruel como lo es la “guerra química”, pues en más de una ocasión se encargaron de envenenar los pozos de agua que abastecían Jerusalén.
En conclusión, ejercían el terror intentando que su mensaje alcanzara no solo a las víctimas directas, sino ensanchando el miedo al máximo: a toda la población “enemiga” con golpes efectistas.
Y esa es la base del terrorismo, generalizar un estado cercano al caos y a la imprevisión, con la amenaza como medio para controlar la esfera privada de los individuos.
El Nido del Águila, la historia del Alamut
Algunos investigadores han fechado el comienzo del terrorismo islamista, más concretamente del terrorismo suicida, alrededor del año 1090 de nuestra era, cuando Hassan Sabbah, comerciante, erudito y asceta de familia acomodada fundó una escisión radical de la secta Shi´a Ismaili. Hassan organizó lo que se conocerá como la “secta de los asesinos”, un grupo de hombres que se guarecía en el “Alamut” (El Nido del Águila), una fortaleza inexpugnable –de la que quedan sus ruinas– y que se encuentra sobre los áridos picos de Persia (actual Irán).
La lucha de estos hombres tenía un objetivo doble: de un lado, expulsar a los cruzados cristianos, cuya pretensión era ocupar la actual Siria y la antigua Persia y, de otro, la ortodoxia musulmana.
A la muerte de Mahoma en el año 632, se generaron luchas por imponer al sucesor, que no quedó designado de manera clara por el propio Mahoma. La situación dividió a suníes y shiíes. Sabbah pertenecía a esta segunda corriente que se terminó escindiendo también por motivos sucesorios.
La historia del Alamut está inmersa en una leyenda un tanto inverosímil que, de ser cierta, habla por sí sola de la capacidad de Hassan Sabbah. Una vez que éste localizó el punto geográfico idóneo para establecer la fortaleza, llegó a un acuerdo con el dueño de aquellas tierras, ofreciéndole un bajo precio por la porción que pudiera abarcar con la piel de una vaca.
El dueño accedió, pensando que lo que pretendía era establecer, quizás, un pequeño puesto de venta.
Hassan dividió la piel de la vaca en finas tiras que extendió hasta lograr ocupar un amplio espacio donde se alzaría el Alamut, su Nido del Águila particular. Las protestas del propietario de los terrenos no debieron servir de nada ante la contundencia de los hombres que ya acompañaban al ingenioso líder musulmán.
¿Quiénes son los hashishins?
Una historia muy parecida también aparece en la Odisea de Ulises, por lo que es difícil saber si es verídica u obedece a la fértil imaginación que se intenta forjar alrededor de los hombres que traspasan la inmortalidad como leyendas.
A los hombres de Hassan Sabbah se les conocía como los “hashishins”, palabra de la que procede “asesinos”, si bien la traducción literal es “ebrio de hachís”.
La historia de las palabras, que siempre tiene un porqué, en este caso está llena de sorpresas. Vayamos por partes: lo que pretendió Hassan Sabbah fue construir, dentro del Alamut, el “jardín de las delicias”, una especie de rincón paradisíaco rodeado no solo de belleza y riqueza, sino también de un poder atrayente capaz de absorber a los hombres que trabajaran a sus órdenes.
En el jardín, en realidad, se escenificaba lo que era un rito iniciático que garantizase la fidelidad y la lealtad inquebrantables. Y lo conseguía valiéndose del uso de drogas y del servicio de bellas mujeres.
Antes de penetrar por primera vez en el recinto adecuado con todo tipo de lujos, el iniciado que se convertiría en guerrero, había ingerido una variedad de hachís, en forma de aceite de cannabis, de ahí el nombre de “hashishins”, acompañado de hongos alucinógenos y otras sustancias que alteraban el estado de su conciencia. A continuación, un grupo de mujeres se entregaría a ellos en solaces juegos eróticos.
Se dice que “el jardín” era visita obligada antes de acometer los atentados y las misiones suicidas que les encomendaban.
Siempre con la promesa de que una vez muertos, mejor dicho, convertidos en mártires si no lograban sobrevivir al ataque, subirían a un cielo igual de glorioso. Llegaban a la lucha, a la guerra, a través de un deber de índole divino, por mandato religioso, por lo tanto, su objetivo no era solo acabar con el cruzado cristiano o el “infiel” musulmán, que también, sino además “precipitar el albor de una nueva era”.
Dentro de la fortaleza se establecieron férreas normas que incluían tanto la preparación física de los guerreros como su adecuación mental.
De un lado, se entrenaba a los hombres para que alcanzaran el dominio de su mente gracias al conocimiento esotérico y, de otro, se les instruía en el despiadado arte de la guerra, que incluía el aprendizaje de idiomas o la forma para pasar desapercibidos y así cumplir cualquier tipo de misión: desde el conocimiento de otras religiones hasta la forma en que se comportaba la variedad de enemigos a los que se enfrentaban.
La jerarquía cobraba sentido para mantener el orden dentro de la organización. Indudablemente, el eje sobre el que orbitaba la estructura piramidal, era Hassan Sabbah.
Un escalón por debajo se situaban los “priores magníficos”, encargados de aportar el cuerpo espiritual y religioso basado en la interpretación de la palabra de Mahoma, por debajo de éstos, los llamados “dai”, tenían como cometido encontrar nuevos adeptos que incorporar a sus filas.
Estaban concienzudamente preparados para seducir a los nuevos integrantes a través de la palabra y la promesa, utilizando todo tipo de ardid.
Por último, pero no por ello desde luego menos importante, en la parte más baja de la pirámide, se encontraban los “fidai”, los “autosacrificados”, auténticos fanáticos que sin oposición al mandato que recibían, llevaban a la práctica la inmolación o el asesinato. Todos ellos vestían de una peculiar forma: túnicas blancas y fajines y turbantes de color rojo.
El blanco simbolizaba la pureza o la inocencia espiritual, mientras que el rojo representaba la sangre. Todos los acólitos, independientemente de la posición que encarnaran en la estructura organizativa, debían seguir a rajatabla los preceptos y mandamientos: no podían beber o tocar instrumentos musicales.
Llegaba tan lejos el celo con el que administraba el poder Sabbah que se dice llegó a ordenar la ejecución de sus dos únicos hijos: a uno por ingerir bebidas alcohólicas, a otro por ordenar un asesinato que no contaba con su visto bueno.
Hassan se quedó sin herederos de sangre por lo que designó a dos de sus hombres de confianza como sus sucesores. Aunque cueste creerlo, estos datos están suficientemente contrastados en la bibliografía que trata la curiosa historia de los hashishins.
El poder de Hassan Sabbah se extendía desde el mar Caspio hasta Egipto. Se trataba de un poder silencioso ya que sus seguidores se esparcían sobre todo este vasto territorio más que como otra cosa, como una organización secreta que tenía como punto neurálgico la fortaleza del Alamut.
El dominio de Sabbah se extendía de tal manera al margen del régimen del sah de Persia, que éste decidió tomar cartas en el asunto.
Nada más lejos de la realidad y de sus intenciones, pues antes de que sus tropas comenzaran si quiera el asedio al “Nido de las Águilas”, el sah moría envenenado. La tela de araña que había tejido Hassan se extendía hasta los lugares más recónditos, hasta traspasar las puertas del palacio imperial persa.
A la muerte del sah, el país se sumió en el caos, con facciones divididas y ansiosas de poder que vivían en un constante estado de guerra.
Algo que beneficiaba sin duda a la “secta de los asesinos” de Sabbah, bien estructurada para conseguir dominar los territorios que hoy son Irán. La intención que se escondía en el control de los territorios tenía su fundamento en la creencia y en la fe ismailí, que no solamente se propagaba a través de la violencia, pues también supieron atraer a personajes de hondo calado intelectual que servían a su causa como consejeros y profesores de las más diversas doctrinas y que contribuyeron enormemente a que sus conceptos morales y sus creencias se extendieran con facilidad y firmeza.
Paralelismos con la actualidad
Además de las semejanzas que saltan a la vista, la secta de Hassan Sabbah, encuentra concomitancias con las intenciones que los integristas mantienen y que se han hecho realidad en diferentes momentos de la Historia, algunos actuales, otros recientes como los talibán en Afganistán.
Por ejemplo, estaba y está prohibida la reproducción de seres animados, por lo que en la actualidad está prohibida la televisión salvo con fines evangelizadores.
Las mujeres solo pueden mostrar en público las manos y los ojos y se pueden casar a partir de los 12 años si algún varón de la familia lo consiente.
En el único espectáculo de masas sin base religiosa, el fútbol, no se puede aplaudir o animar a los equipos.
Sólo se permite gritar “Dios es grande”, por ello son masivos otros “espectáculos”, como las ejecuciones, siempre públicas y llevadas a cabo en los mismos estadios de fútbol
Para saber más:
→ “Fear and Trembling: Terrorism in Three Religious Traditions”, David C. Rapoport.
→ “A Mano Armada: Historia del Terrorismo”, Bruce Hoffman.
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