de qué trata el libro de los seres imaginarios?
A mediados de la década de los años cincuenta el escritor argentino Jorge Luis Borges se sentó con Margarita Guerrero a escribir “Manual de zoología fantástica“.
El libro fue publicado en México por la editorial “Fondo de Cultura Económica” en 1957.
En las futuras ediciones cambiaría el nombre a: “El libro de los seres imaginarios”. Fue traducido a muchísimos idiomas.
Podemos, quizá, verlo a Don Borges tratando de encontrar en su memoria los fragmentos más ilustres de diferentes escritos, novelas y antiguos tratados que hacen referencia a seres exóticos y extraños.
Margarita tomaría nota de todo lo que el escritor iba hilando con ese hablar pausado que bajaba el tono en las últimas palabras de una frase y arremetía la siguiente como en un salto.
Ella buscaría los libros citados, revisaría los fragmentos de aquellas obras mencionadas al pasar y corroboraría la excelente memoria de aquel hombre galante y sumamente educado.
Luego pasaría en limpio todo y tal vez en semipenumbra, con la suficiente luz para que sus ojos alcanzaran a distinguir la letra… Leería despacio y en voz alta.
Borges le agregaría una coma, un punto, acotaría. Así tal vez fue o pudo haber sido la escritura lenta pero constante de ese libro creado en el oscuro callejón de los colores rojos opacos y las sombras del ciego que veía por medio de su mente todo lo que ella había encontrado a lo largo del tiempo, leyendo.
Si el título hacía pensar en un escrito atípico de este autor ganador del premio Cervantes, el prólogo mostraba que no lo era.
Porque allí nos aclara que en “El libro de los seres imaginarios” estarían incluidos desde el príncipe Hamlet hasta cada uno de nosotros y que podría ser leído como recorriendo un laberinto que no tiene centro ni final y que siempre vuelve a empezar, como una recopilación que puede ser ampliada hasta la extenuación de lo interminable.
Jorge Luis Borges El libro de los seres imaginarios
Y éste es un típico argumento “borgiano”.
Hay muchas maneras de hacer un bestiario, existen los bestiarios místicos como los que fueron utilizados en la Edad Media, los bestiarios creados por la imaginación pura de los escritores , los apoyados sólo en los mitos y creencias de los pueblos antiguos… y existe otra forma, quizá menos conocida pero no menos inusual, como la que utiliza Borges: una mezcla de todas las variantes anteriores , adjuntando el azar al orden , promulgando la consulta del libro (como lo hace en su prólogo) a la lectura fragmentaria y caleidoscópica.
Seres imaginarios de todos los lugares del planeta, imaginados por distintos hombres y mujeres, pero sobretodo por escritores, historiadores y algunos místicos de antaño.
El lector puede navegar por el libro y hundirse o emerger en las profundas aguas de lo insólito. La ternura y el espanto afloran en cada uno de los seres imaginarios que el autor de tantos poemas y cuentos memorables detalla con su habitual estilo ajustado y erudito.
A los que les gusta llorar en cada rincón de la casa les resultará simpático “El Squonk”: un ser que sufre de terrible tristeza y se lo reconoce por un llanto quedo y persistente.
Un ser tan sensible que es capaz de deshacerse en lágrimas cuando tratamos de meterlo dentro de una bolsa.
Si has leído a Kafka hallarás con beneplácito encontrar al “Odradek”: un personaje tan pequeño y extraño que provoca en el padre de familia la desorientación que sólo Kafka podía hacer sentir a todos los padres, ya sean de familia o no…
También están recopilados El Dragón, El Unicornio y Los Gnomos, pero intuyo que no eran los favoritos de Borges. Las primeras ediciones fueron ilustradas por el artista plástico Francisco Toledo, y aunque nunca tuve esta edición en la mano supongo que ha de ser de las mejores, ya que Toledo es uno de los más grandes pintores mexicanos.
Podríamos agregar un ser imaginario más a la larga lista de seres fantásticos, y es el del propio Borges. De esta forma se cerraría el círculo en el gustoso estilo del escritor argentino, que murió en Ginebra en 1986, esperanzándose tal vez con ser registrado en el extraño bestiario de los escritores ciegos que veían más allá de la luz de las palabras.
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