Así fue el Crack de 1929 y la Gran Depresión
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El Crack de 1929 y la gran depresión es la crisis más destacada de los comienzos del capitalismo como fórmula de gobierno económico.
A lo largo de la década de 1920, como consecuencia de las innovaciones técnicas y la racionalización del trabajo, se produjo en los Estados Unidos un espectacular crecimiento de la producción.
En los primeros años, la oferta de productos fue correspondida por una cantidad similar de demanda.
Sin embargo, poco a poco, el nivel de producción fue superando de manera alarmante al de consumo.
En 1926 los precios se estancaron y, en consecuencia, los beneficios también.
Como la producción siguió creciendo y el mercado estaba saturado, se originó un abundante stock de productos no vendidos.
Esto trajo consigo una caída generalizada de los precios, especialmente agrícolas (trigo, algodón, café…) y la ruina de los productores y distribuidores.
Se trataba tan sólo del primer peldaño en la crisis más importante de la historia del capitalismo.
La especulación bursátil como comienzo del Crack de 1929 y la gran depresión
A partir de 1926, como consecuencia de la caída de la demanda, los beneficios de las empresas dejaron de crecer y las inversiones se dirigieron a la Bolsa.
Este aumento de la actividad bursátil produjo a su vez una subida artificial de las cotizaciones, con independencia del valor real de las empresas.
De esta manera, el 3 de septiembre de 1929 se registró un record histórico en el volumen de negocios de la Bolsa de Nueva York.
La crisis de 1929 comenzó con la estrepitosa caída de los valores de Wall Street. La rapidez y amplitud de esta sólo se explican por el exceso de confianza de los inversores: la especulación se había construido sobre ella, de tal modo que, cuando se extendió la inseguridad, la catástrofe estuvo servida.
La crisis de 1929 comenzó con la estrepitosa caída de los valores de Wall Street.
El 24 de octubre de 1929, conocido como el “Jueves Negro“, se inició el proceso.
La desconfianza llevó a los especuladores a vender sus acciones de manera masiva.
De esta manera, la oferta de valores fue tan grande que las cotizaciones cayeron, y esto ocasionó que más inversores se contagiasen del ansia por vender.
En este proceso todos buscaban desesperadamente liquidez, unos para evitar pérdidas y otros para pagar sus préstamos.
Las cotizaciones cayeron todavía más a lo largo de una jornada en la que salieron a la venta cerca de 13 millones de acciones, muchas de ellas a precios irrisorios.
En los días siguientes aumentó la venta masiva de acciones, y aunque los bancos más fuertes intentaron comprar las acciones para frenar la quiebra, el proceso parecía no tener fin.
La crisis sale de Wall Street
Los bancos fueron los primeros afectados por la caída de los valores de Wall Street.
El exceso de confianza, así como el constante crecimiento del valor de las acciones bursátiles, habían llevado a miles de norteamericanos a pedir créditos con el fin de invertir ese dinero en la Bolsa.
De esta forma, cuando el castillo de naipes se cayó, a los bancos les resultó imposible recuperar el dinero prestado: en apenas unas horas habían perdido millones de dólares.
En esta situación de desconfianza, los clientes comenzaron a sospechar de la fortaleza de las entidades bancarias.
De esta manera, miles de personas se apresuraron a recuperar sus depósitos por temor a la quiebra de los bancos.
La conjunción de estas fuerzas negativas hizo que cinco mil bancos norteamericanos quebraran entre 1929 y 1932.
Con una banca al borde de la quiebra y recelosa ante cualquier petición de crédito, sólo era cuestión de tiempo que la crisis llegara a los empresarios.
La falta de financiación afectó a la industria y a la agricultura.
El sistema productivo norteamericano se detuvo en seco, y miles de ciudadanos pasaron a engrosar las largas colas de desempleados que, en 1932, llegaron a contar con trece millones de miembros.
A su vez, como pescadilla que se muerde la cola, la falta de empleo arrastró al consumo, y este estranguló aún más la producción.
Camino de una crisis económica mundial
Desde el final de la Gran Guerra (1914-1918), los Estados Unidos no sólo estaban a la cabeza del sistema productivo mundial, sino que se situaba también al frente en lo que respecta a financiación e inversión.
En consecuencia, era sólo cuestión de tiempo que una crisis norteamericana pasara a convertirse en una crisis global.
Cuando los estadounidenses dejaron de comprar, los europeos y los países productores de materias primas se quedaron sin su mejor cliente.
Del mismo modo, los capitales estadounidenses se retiraron de Europa y la reconstrucción de posguerra se vino abajo.
Sin capital y sin mercados, la recesión se extendió por todo el mundo.
Sólo la URSS, con un sistema económico independiente del capitalismo, mantuvo sus niveles de crecimiento.
Por su parte, Japón logró evitar los efectos catastróficos de la crisis, aunque su producción se estancó.
La Gran Depresión
La primera y principal consecuencia del Crack de 1929 fue la larga duración de la crisis, que se conoce comúnmente con el nombre de “Gran Depresión“.
Se trato, además, tal como indicamos anteriormente, de un proceso que trascendió las fronteras norteamericanas hasta alcanzar un nivel mundial.
La inestabilidad económica afectó de lleno a un alto porcentaje de la población mundial. Millones de personas fueron condenadas a una situación de miseria y desempleo, que los condujo a un nuevo escenario: el de la conflictividad social.
Se incrementó la propaganda y el crecimiento de los partidos comunistas y, como reacción, amplios sectores sociales se acercaron a los movimientos fascistas.
A su vez, en lo que se refiere a relaciones internacionales, las ideas se radicalizaron y se volvió a la desconfianza y a los recelos surgidos a raíz del Tratado de Versalles y las reparaciones de guerra asociadas a él.
Se produjo un retorno al proteccionismo, pues cada país intentó resolver sus problemas de sobreproducción mediante la protección de sus mercados internos con altas tasas aduaneras.
En definitiva, el espíritu de reconciliación de posguerra se rompió definitivamente: cada país optó por su mejor solución individual, aunque fuera armamentística.
Las principales potencias, entre las que destacaba sin duda la Alemania de Hitler, se fueron deslizando, poco a poco, por el sinuoso camino que llevaba a la II Guerra Mundial (1939-1945).
Por Carlos González Martínez
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