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La trágica historia del Indianapolis
Avanzaba el año de 1945 y el USS Indianapolis regresaba a casa tras participar en la feroz batalla de Okinawa.
Con el frente europeo visto para sentencia, todos los esfuerzos de guerra se centraron en el frente oriental, donde Estados Unidos avanzaba hacia Japón, a menudo arrebatando isla a isla al emperador Hirohito.
El USS Indianapolis era un crucero pesado de 120 metros de eslora. Botado en 1931, fue destinado al Océano Pacífico. De hecho, en diciembre de 1941, el día decisivo del ataque japonés a Pearl Harbor, el Indy se encontraba de maniobras y se salvó de la destrucción.
A partir de ese momento, reorganizada la armada estadounidense, participó en varios ataques contra fuerzas japonesas, dio fuego de apoyo en los desembarcos y sufrió numerosos ataques de cazas nipones (algunos kamikazes), tanto en Iwo Jima como en Okinawa, dos de las más cruentas batallas de la Segunda Guerra Mundial.
El Indianapolis, aunque malparado, había sobrevivido a los peligros de una guerra especialmente peligrosa, con las fuerzas enemigas acechando por tierra, mar y aire.
Indianapolis, el elegido para la misión secreta
En el verano de 1945 llegaba la joya de la Quinta Flota Estadounidense al puerto de San Francisco para ser reparado.
Al mismo tiempo, en Alamogordo (Nuevo México) se ensayaba con éxito la explosión de la primera bomba atómica, a dicha prueba se le dio el nombre de Trinity, constituyendo la culminación del secretísimo proyecto Manhattan.
Así pues, la casualidad quiso que fuera el USSIndianapolis la embarcación elegida para transportar unos misteriosos contenedores de plomo de los que ni el contralmirante McVay, máxima autoridad, conocían su contenido.
Tan solo fueron informados de que transportaban material secreto, peligroso y de inusitada importancia para el desarrollo de la guerra. Pocos lo sabían entonces pero se trataba de uranio-235.
A toda máquina, en poco más de una semana el Indy cubrió la distancia entre San Francisco y la base de Tinian, no muy lejos de Japón.
Allí aguardaban los bombarderos B-29 que, una semana después, en los primeros días de agosto lanzarían sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Sus nombres (porque las bombas lo tenían) serían Little Boy y Fat Man, respectivamente.
Pero la historia del USS Indianapolis no acabó ahí. Recibió la orden de navegar hacia la isla de Guam, eran los prolegómenos del ataque atómico a Japón y de la invasión. Navegando en solitario de nuevo, lo hacía en zigzag para evitar un posible (aunque improbable, se pensaba) ataque, ya que no estaba equipado de hidrófono, que era el sistema antisubmarinos de la época.
Se acercaba la medianoche del último día del mes de julio cuando el submarino japonés I-58 esperó pacientemente el momento preciso para lanzar sus torpedos contra el Indy.
Fueron dos, tal vez tres, los certeros impactos que hundieron el crucero americano en muy pocos minutos. Como si de un castigo del cielo se tratase, el buque insignia de Norteamérica se hundía cuando más seguro parecía encontrarse y tras transportar con éxito la mortífera carga.
La mayor parte de la tripulación sobrevivió a las explosiones y al hundimiento, casi 900 hombres saltaron al agua. Habían salvado la situación, el agua era cálida y el mar estaba en calma.
Con unos pocos botes y un puñado de chalecos salvavidas resistirían a flote. Pronto los rescatarían. Pero no. Eran víctimas del secretismo de la misión, nadie conocía la situación del Indy, menos aún su hundimiento.
Comenzaba así uno de los naufragios más dantescos de la historia.
Con el pasar de las minutos, de las horas, además de la falta de agua y comida, los supervivientes descubrieron horrorizados la presencia de tiburones, que en muy poco tiempo se congregaron en torno a ellos.
Resulta difícil imaginarse el pánico y la situación de total indefensión de aquellos hombres, tratando de protegerse agrupados y chapoteando durante varios días mientras los escualos los devoraban.
Y así fue el final de la Historia del Indianapolis
Hasta que fueron descubiertos por casualidad por un avión de vigilancia. Primero llegó un hidroavión, al que se aferraron desesperados más de cincuenta hombres, y después un crucero para salvar a los supervivientes.
Solamente 316 hombres, el resto fue pasto del agua salada y, sobre todo, del frenesí de los tiburones. Hombres traumatizados por la terrible experiencia, sin duda.
Nos lo recuerda, a modo de curiosidad, el cine cuando Steven Spielberg rescató este drama para la primera versión de Tiburón (no podía ser otra) a través del monólogo del veterano de guerra Quint (interpretado por Robert Shaw).
La odisea del USS Indianapolis tuvo como corolario una postrera tragedia, la de su jefe – el contralmirante McVay – que fue hecho responsable de la tragedia, juzgado y degradado, acabó por suicidarse en el jardín de su casa en el año de 1968.
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