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Casi un siglo después de su independencia, los Estados Unidos de América sufrieron la mayor crisis política de su historia.
Las discrepancias entre los Estados miembros estuvieron cerca de hacer fracasar el proyecto engendrado por aquellas primigenias Trece Colonias.
Finalmente, la victoria de los defensores de la Federación en una cruenta Guerra Civil, permitió al país salir reforzado de la crisis y ocupar pocas décadas después, un papel privilegiado en el orden internacional.
A la hora de abordar la cuestión de la esclavitud, la Constitución norteamericana consagraba la condición soberana de cada Estado para dictar lo que considerase conveniente en la materia.
El problema de la esclavitud
Sin embargo, la abundancia de esclavos, así como sus condiciones de vida, hicieron surgir, a mediados del siglo XIX, una opinión pública en pro de su libertad.
Mientras estas ideas se extendían rápidamente por la costa atlántica, en los territorios del sur tomaba forma un movimiento defensor de la esclavitud de los afroamericanos.
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Con el tiempo, ambos bloques fueron distanciándose cada vez más. De esta manera, a comienzos de la década de 1860 podía distinguirse un grupo antiesclavista, respaldado por los Estados del norte, y otro esclavista, con gran aceptación en el sur.
La línea divisoria venía marcada por el Compromiso de Missouri (1820), según el cual siete territorios abolieron la esclavitud: Nuevo Hampshire, Massachusetts, Connecticut, Rhode Island, Nueva York, Nueva Jersey y Pensilvania. Vermont, Ohio, Indiana e Illinois completaron posteriormente este grupo de once Estados.
Con el fin de mantener el equilibrio entre abolicionistas y esclavistas en el Senado, el acuerdo contemplaba la igualdad numérica entre una tendencia y otra.
De esta forma, a los Estados anteriormente mencionados se opusieron otros once esclavistas: Maryland, Delaware, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Georgia, Kentucky, Tennesee, Misisipi, Luisiana y Alabama. A su vez, toda incorporación posterior en la expansión hacia el oeste seguiría ese criterio de equilibrio.
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Cuatro décadas después del Compromiso de Missouri, el enfrentamiento entre ambas posturas llegó a su máximo grado de tensión. Mientras en el norte se criticaba duramente la esclavitud practicada por los Estados del sur, estos comenzaban a contemplar la secesión como única salida al conflicto.
Sin embargo, la calma se mantuvo hasta la llegada al poder del republicano Abraham Lincoln.
Este declaró que la esclavitud, en tanto que cuestión moral, era competencia del Congreso. En respuesta a la política del líder republicano, siete Estados -Carolina del Sur, Mississippi, Florida, Alabama, Georgia, Lusitania y Texas- abandonaron la unión, formando por su cuenta una Confederación de Estados en febrero de 1761.
El conflicto armado entre el Norte y el Sur
En abril de 1861, en respuesta a la independencia de esos seis Estados, Abraham Lincoln declaró la guerra a los confederados. A partir de ese momento tomaron medidas los Estados esclavistas que se habían mantenido al margen: Arkansas y Carolina del Norte se unieron a la Confederación, mientras que Delaware y Kentucky decidieron mantenerse neutrales.
La contienda entre yankis y confederados se mantuvo hasta mayo de 1865. A lo largo de ese periodo, el Norte basó su estrategia en su potencial demográfico e industrial, así como de sus mejores infraestructuras y el dominio del mar.
Por su parte, el Sur contó a su favor con la experiencia de su alto mando y un ejército mejor entrenado. Esto permitió que el equilibrio se mantuviera hasta mediados de 1863.
La batalla de Gettysburg fue decisiva en la derrota de la Confederación, pues inclinó la balanza definitivamente a favor del Norte. Finalmente se firmó el armisticio, que resaltaba la importancia de la reconstrucción y reintegración del Sur, y la abolición de la esclavitud.
La construcción del gigante norteamericano
En los años que siguieron al conflicto, los Estados del norte salieron bastante favorecidos, tanto por los beneficios obtenidos por su industria como por la cuantía de sus exportaciones.
Sin embargo, el sur, aislado y arrasado durante la guerra, quedó económicamente destrozado. Llegaba, pues, el tiempo de una reconstrucción que, si bien fue bastante selectiva en cuanto a los territorios favorecidos, en su conjunto permitió al país convertirse en un gigante industrial y político.
El imparable proceso de crecimiento experimentado por los EE.UU. a lo largo del último tramo del siglo XIX, convirtió a la nación en una gran potencia.
Esto, al igual que en los países europeos, se vio reflejado poco a poco en su política imperialista.
Al respecto, tanto la compra de Alaska a Rusia (1867), como la guerra contra España(1898) son buena muestra de ello.
En definitiva, los EE.UU. salieron de su clásico aislacionismo. Pronto se convirtieron en los árbitros de la política continental americana, al tiempo que orientaban buena parte de sus esfuerzos económicos al Pacífico. De esta forma, bajo el mandato de Theodor Roosevelt, los EE.UU. se convirtieron en un potencia de primer orden. Surgió así el llamado “Destino Manifiesto”: el papel de los estadounidenses como defensores de la libertad.
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