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Por: Yván Pozuelo Andrés.
Historiador, profesor en el IES Universidad Laboral (Gijón)
En otras obras, utilizó la expresión “francmasonería” como sinónimo de asociación de redes fraternales y solidarias.
Otros escritores y casi todos los autores mencionados en este estudio emplearon y emplean esta metáfora para designar a una red de amistades interesadas :
Maupassant en Bola de Sebo
Se miraban los tres con benevolencia y agrado; aun cuando su calidad era muy distinta, los hermanaba el dinero, porque pertenecían los tres a la francmasonería de los pudientes que hacen sonar el oro al meter las manos en los bolsillos del pantalón.
Alejandro Dumas en El Conde de Monte-Cristo
Edmundo llegó a ser tan excelente costeño, como en otro tiempo había sido hábil marino, trabando amistad con todos los contrabandistas de la costa y aprendiendo los signos masónicos que sirven a estos semipiratas para entenderse entre sí.
(…) Pero Cavalcanti se volvió hacia ellos, guiñó los ojos, infló la mejilla con la lengua, hizo oír un sonido con los labios, que equivale a mil signos de inteligencia entre los bandidos y les obliga a callarse. Aquel signo masónico lo aprendió de Caderousse.
Balzac en Eugenia Grandet
Este lenguaje secreto forma en cierto modo la francmasonería de las pasiones.
Balzac en Estudios analíticos. Pequeñas miserias de la vida conyugal.
La Señora de Fischtaminel y Caroline (…) acabaron incluso por conocer y emplear esta francmasonería feminina cuyos ritos no se aprenden en ninguna iniciación.
Balzac en Los chuanes
Cuando observaban al conductor, parecían dos francmasones.
Zola en La fortuna de los Rougon
Cuando M. Toutin-Laroche le dejó, le dio la mano de una manera expresiva, con un guiño de ojos francmasónico.
Manuel Vázquez Montalban en El laberinto griego
…miembro de la masonería de las corbatas de seda natural…
Georges Simenon, entrevista publicada en el hebdomadario L’unité del partido Socialista francés el 15 de octubre de 1976 con el título “Georges Simenon : “Aujourd’hui, Maigret enverrait sa démission à Poniatowski””
Odio a la burguesía. Odio a la masonería de los ricos que se ligan contra los “pequeños hombres”.
Ferrer Benimeli, publicó una monografía sobre la relación entre Pérez Galdós y la Masonería (8). Esta organización aparece a lo largo y ancho de la obra del escritor, especialmente en los Episodios Nacionales.
Sus descripciones minimizan la importancia que los propios masones tienen de sí mismos y de sus actuaciones, resaltando, al mismo tiempo, su indiscreta y regular presencia en el seno de los sectores intelectuales españoles decimonónicos y la visión popular sobre masonería, aunque defendiendo a los hermanos tres puntos frente al sector antimasón tradicional.
Pérez Galdós critica especialmente a la masonería española del siglo XIX que navega, en su obra, diletantemente en lo politiqueo, a contraluz de la masonería extranjera a la que considera la masonería verdadera.
No obstante, como no ridiculiza únicamente a los masones españoles sino incluso a los rituales, que son, según qué tipo de Obediencia, los mismos que los de las masonerías extranjeras, se observa un cierto menosprecio a la esencia misma, los rituales, de la masonería.
A este tipo de escritores, que mantuvieron relaciones amistosas con masones, les han repelido los rituales, convencidos que los objetivos propuestos por los masones se podían alcanzar sin el intermediario de una asociación iniciática.
Así pues, esta postura no le impidió presentarse, por ejemplo, a Diputado por Puerto Rico en 1886 bajo el estandarte del Partido Liberal de Práxedes-Mateo Sagasta y en 1907 por Madrid junto a Miguel Morayta, dos líderes políticos que ostentaron la más alta responsabilidad de obediencias másonicas españolas.
SIGLO XX El escritor galo André Gide contó, en Las Cavas del Vaticano, publicado en 1914, aparte de la usurpación del cargo papal por parte del enemigo masónico, la historia de un masón, Anthime Armand-Dubois, que afectado por una ciática se curó rezando, convirtiéndose al catolicismo, en una época, último decenio del siglo XIX, de conflicto público exacerbado entre la Iglesia Católica y la Masonería.
La inserción de André Gide como un escritor liberal responde a sus órigenes sociales,
nacido en una familia burguesa protestante, cuyo pensamiento liberal era todavía palpable en la época de publicación de esta obra, época en la que no estaba definida su aproximación al comunismo con el que sería identificado en el futuro.
En el contexto histórico en el que se desarrolla el relato, bajo el Pontificado de León XIII, proliferó en Europa la idea de la amenaza de un complot masónico para poner a la cabeza del Vaticano a un masón. A modo ilustrativo, el Obispo de Oviedo, en la región norteña española de nombre Asturias, publicó una obra en la que entre tantos asuntos abordó la amenaza de un papa racionalista.(9)
Gide describe al protagonista masón como el títere de la Logia : los terrenos que Anthime poseía en Egipto no eran suyos sino de la Logia.
Tras abjurar Anthime de su identidad masónica, el narrador interpela al lector : Como había esperado de ella [la Logia] su fortuna, se veía ahora arruinado.
Esta caracterización presenta a los masones como militares de un ejército que responden a órdenes procedentes de una entidad superior.Como Maupassant, sitúa a los masones y a la Compañía de Jesús como las dos caras de una misma moneda, de una farsa ontológica sofista.
Resaltó la debilidad de la fe masónica cuyo protagonista abjuró con no mucha dificultad y la hipocresia de los sacerdotes que desvelaron, al instante, las confesiones, hasta el punto de publicarlas en los diarios como fue el caso con la confesión-abjuración de este masón curado por los rezos. La novela no cuenta con un contrapeso argumental que defienda algún aspecto de la masonería o de los masones.
En ese sentido, y dado la sensibilidad de las masonerías en relación con las informaciones emitidas sobre ellas, no sería descabellado afirmar que esta obra alberga una sustancia antimasónica, personal, de André Gide.
Además del protagonista del relato, Hans Castorp, un joven que va a pasar una estancia en un sanatorio situado en las montañas suizas, están, por un lado, Settembrini, un liberal y masón, y por el otro, Naphta, un jesuita populista autoritario. ¿Quién era Mann? ¿Castorp, Settembrini con el que le identifican la mayoría de los estudios o Naphta? Este planteamiento es demasiado simplista para lo sui géneris de la obra, pensando, modestamente, que Thomas Mann no describió un planteamiento cerrado sino las reflexiones que, en algún momento, de su vida le han llevado hacia posturas que Settembrini y Naphta desarrollan dogmáticamente en esta historia. ¡O a lo mejor, no! Los artistas enseñan y esconden con la misma facilidad su intimo pensamiento.
El 10 de mayo de 1939, quince años después de su publicación, durante su exilio por no comulgar con el nazismo, el autor ofreció una conferencia a unos estudiantes de la Universidad estadounidense de Princeton (12) en la que perfiló a Settembrini como ese parlanchín racionalista y humanista que no pasa de ser un personaje más, un personaje humorístico que despierta simpatías, aunque a veces también sea portavoz del autor, aunque no el propio autor.
Durante su exposición mantuvo, como se puede apreciar en la cita anterior, un velo de misterio que le impidió, al igual que Hans Castorp en La Montaña Mágica, tomar partido de manera tajante, siempre dispuesto a escuchar más y diversas opiniones.
Por consiguiente, el autor cuyo comportamiento tolerante se basaba en el respecto más absoluto de la libertad de expresión, curioso de nuevas opiniones, reservó una escena a las reflexiones de ambos bandos, el masón y el antimasón de tipo religioso (pp.701-717), a través de la cual se criticaba, Thomas Mann, los personajes o ambos, la pérdida de los principios y objetivos iniciales de los masones del siglo XVIII, asemejados con los de la Iglesia de cuyos ritos proceden los altos grados escoceses (p.708), convertidos en un espíritu burgués bajo la forma de un Círculo, ¡Cultura y fortuna, ésa es la burguesía! (p.709), comparando el hermetismo de la masonería al de vulgares organizaciones de estudiantes de la época (p.711), puntualizando que la idea masónica no ha sido nunca apolítica (p.712). Incluso reservó unas pinceladas a las logias españolas, teniendo claro que han tenido, desde su origen, una orientación política (p.712).
¿Por qué puede considerarse que Thomas Mann, expresó en esta obra, un cierto antimasonismo? Un artista puede para decir lo que piensa contar lo contrario, según el nivel de ironía, de sarcasmo que quiere inferir a la historia, o simplemente para evitar algún tipo de censura. No parece que sea aquí el caso porque -dado la tolerancia de opiniones que manejó el autor en todas las escenas- no equilibró el pro y el contra, siendo sobre todo esta segunda opción la que más desarrolló. El personaje que hace de masón en la obra, Settembrini, tiene posturas intelectuales, por no decir políticas o filosóficas, que se asemejan a las del principal protagonista y/o del propio autor, pero no en su totalidad. En la escena en la que es retratada la masonería, el autor presenta un rasgo diferenciador entre liberales. Las descripciones de Settembrini sobre la Masonería le resultaron, a Castorp, muy pobres, por limitarse a citar el número de afiliados y de logias en el mundo y a ciertos célebres profanos masones como Voltaire, Washington y Garibaldi.
El escritor muestra estar bien informado sobre algunas posturas masónicas como la eliminación por parte del Gran Oriente de Francia de la obligatoriedad de creer en Dios para ser masón (p.713), como contestación a la reiterada pregunta de Castorp sobre si los masones debían creer en Dios. A su vez, Castorp exclamó : ¡Qué cosa más católica! (p.713).
Es obvio que Thomas Mann en algún momento de su vida reflexionó, se interesó, a la cuestión masónica, pues, no era habitual, que se contestará con una exclamación tan desconcertante y que proseguiría explicando de una forma excepcional para la época y más allá :
He tenido un instante la impresión de que el ateísmo era enormemente católico, y que se borra a Dios para poder ser mejores católicos (p.713).
Settembrini enseña a Castorp una carta del que fue realmente Gran Maestre de la Gran Logia Suiza Alpina entre 1900 y 1905, Eduardo Quartier de la Tente (1855-1924), quien destacó en la Historia de la Masonería por ser uno de los mayores promotores de la creación de una Internacional masónica, llamada “Bureau International de Relations Maçonniques” cuyo objetivo era ser un enlace de información entre todas las Obediencias del mundo, órgano que en los años 20 se transformaría en Asociación Masónica Internacional cuya sede estaba en Ginebra.
A partir de esta escena, Thomas Mann, utilizó en el transcurso de la historia, en alguna ocasión, el término el francmasón como sinónimo de Settembrini.
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