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Gustavo Adolfo Bécquer. “DIME, MUJER: CUANDO EL AMOR SE OLVIDA, ¿SABES TÚ ADÓNDE VA?”

Gustavo Adolfo Becquer, historia y biografia

Gustavo Adolfo Becquer, historia y biografia

Biografia sobre Bécquer

Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el Arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo…” (Introducción Sinfónica a las Rimas)

Bécquer, el último romántico

Gustavo Domínguez Bastida, (Sevilla 1836-Madrid 1870) no parecía un nombre apropiado para encarnar la figura del último romántico. Gustavo Adolfo Bécquer, sí.

Y, en verdad, Bécquer representa la pureza viva y perenne del último romántico.

Ser el último le garantiza ocupar, con mayor verosimilitud -pretendiéndolo y a pesar de no alcanzarlo en vida- uno de los primeros y difíciles lugares reservados en el Parnaso. 


La paradoja que se nos presenta tan solo es un juego de alquimia, de especulaciones, que conducen al poeta a buscar, anacrónicamente, el tesoro de la piedra filosofal: la efectiva panacea que imita al material precioso, y que no es otra cosa que el AMOR, el AMOR en mayúsculas, el AMOR que se nos intenta escapar lenta y vaporosamente de las manos.

Es el último romántico, porque sus Rimas, (ed. Póstuma 1871) marcan un viraje en la concepción de la lírica española, para abrir el camino a la poesía moderna.

Es el último soñador, porque sus poemas quitan las ganas de escribir al amor o a la soledad, cuando parece que él supo decirlo todo y hay tantos oportunos momentos para repetirlo.

Bécquer es el último sentimental, porque sólo a él se le habría ocurrido serlo en la prosaica segunda mitad del XIX. Es el definitivo romántico, y lo es con todas sus consecuencias, porque el Romanticismo ya estaba pasado de moda. Por eso, en su línea, es el alma postrera, sin descendientes directos.

Aspectos románticos en la vida de Gustavo Adolfo Bécquer

La vida de Gustavo Adolfo Bécquer no estuvo salpicada por los rasgos clásicos que rodeaban al escritor romántico: ni grandes avatares, ni acaecimientos extraños o reseñables. No. En Bécquer no hubo descerrajazos a tiro limpio frente al espejo, como en Larra.

Si algo se puede calificar de romántico en su corta vida fue la miseria arrastrada hasta la extenuación, y la tuberculosis que le acompañó hasta justo antes de exhalar el último estertor.

Estudiando náutica

Huérfano desde muy niño, estudia náutica en un colegio para jóvenes nobles y sin fortuna, colegio que pronto es clausurado porque España va perdiendo sus colonias de ultramar, y para las autoridades docentes no es necesario mantener una escuela de navegantes cuando hay tan pocos mares que surcar.

Será en casa de su madrina, Manuela Monnehay, donde descubre una biblioteca cargada de verso romántico (Lord Byron, Víctor Hugo, Espronceda, Chateaubriand…), donde su carácter ensimismado y callado encuentra la canalización y el acomodo perfecto.

A los dieciocho años y con muy poco dinero ahorrado emprende, desde su Sevilla natal, el viaje a Madrid buscando la gloria literaria.

Historia de los Templos de España, su primera obra

Gloria que no logra y que ha intentado alcanzar a través de su “Historia de los Templos de España”: un texto escrito entre la exaltación religiosa y la ornamentación, de la que sólo verán la luz algunas entregas por fascículos.

Su intención es dar rienda suelta a la musa de las entrañas; así quiere vivir y así quiere escribir.

La realidad, por contra, le supera de inmediato, por lo que, no sin reticencias, se ve obligado a aceptar trabajos que relegan su calidad y ambición creadoras.

Bien, fundando un periódico: “El Mundo”; bien colaborando en otros como “El Porvenir” o “El Correo de la Moda”. O escribiendo biografías, a real las cuatro líneas, traduciendo obras de teatro y como escribiente: empleo del que es despedido pronto, al ser descubierto mientras dibujaba en horas de trabajo, sumido y entretenido solazmente.

Las primeras Rimas de Bécquer

Es entonces cuando Bécquer conoce a Julia Espín, hija del director de coros del Teatro Real.

No se sabe a ciencia cierta si compartieron las horas, si fueron amantes o amados, o si sólo Gustavo Adolfo se fijó en la añil mirada de la joven muchacha, lo cierto es que Julia es la destinataria figurada de las primeras Rimas que compone nuestro autor. Corre el año 1859 y el diario “La Época” publica “Tu pupila es azul”.

Bécquer establece su ideal romántico personificándolo en una mujer ausente cuyo cuerpo abstracto, evanescente, inaccesible, bello, inalterable y, en tantas ocasiones, inalcanzable hasta el infinito es el objeto de deseo primigenio que desencadena una tormenta endocrina capaz de traspasar el verso; como hecho y como concepto.

Bécquer, con su poesía, atraviesa la férrea muralla del AMOR, bajando la guardia ante la ternura, ante la insatisfacción y ante la alegría.

Byron, la inspiración para Gustavo Adolfo Bécquer

Copia a los maestros, bebiendo de la fuente de Byron: “Tu pupila es azul y cuando lloras las transparentes lágrimas en ella se me figuran gotas de rocío sobre una vïoleta”. Pero es capaz, con maestría, de acertar jugando con la poesía popular: “Por una mirada un mundo; por una sonrisa, un cielo; por un beso…, ¡yo no sé qué te diera por un beso!

Y el acierto no es casual, porque Bécquer ha rebasado ese umbral del sentimiento convertido en arte esencial y básico, y da igual lo que diga, o cómo lo diga, ya que todo transpira amor: desde la desdicha lacerada o desde la algarabía; desde la avocación al fracaso, hasta el gozo no correspondido.

Todo reside en la naturaleza, a la que interroga desafiante como si fuera culpable de haberle elegido para vivir la existencia terrenal; tanto por el sufrimiento, como por la casi intangible gratitud o el júbilo de la sonrisa cómplice de la amada.

La fuerza del destino arrastra a Bécquer

La situación política y social no permiten ahora devaneos románticos. La corriente literaria ha muerto.

Y Gustavo Adolfo se ve subyugado por esa realidad cambiante: conspiraciones, pronunciamientos, gobiernos que duran cuarenta y ocho horas…

No le queda otro remedio que, traicionando a su instinto y con el seudónimo de Adolfo Rodríguez, escribir algunas zarzuelas, poco aclamadas por la crítica y que merecerán una posterior reflexión en su pensamiento, sintetizado de la siguiente manera: “Tengo para mi que la poesía lírica española sería una de las primeras del mundo si con ella se comiese”.

Un año más tarde, con veinticinco de edad, aparece la primera de la “Cartas Literarias a Una Mujer” en el periódico conservador “El Contemporáneo”.

Es el año en que conoce a Casta Esteban, con la que se casaría en 1861 y con la que tendría como descendencia dos hijos. Esto no hace sino agravar la penuria económica. La familia sobrevive gracias a los ingresos escasos, pero necesarios, del hermano de Gustavo AdolfoValeriano, pintor e ilustrador.

Leyendas y relatos

El quehacer literario de Bécquer continúa desarrollándose con la esporádica y mal pagada publicación de Leyendas y relatos, adaptando obras teatrales o publicando en 1864, en la temporada de reposo a consecuencia de los principios de tuberculosis que le acompañarían siempre, las “Cartas Desde mi Celda”, con una voz más agria y triste, por no poder soltar lo incontenible de su deseo: escribir para vivir (comer); vivir para escribir (crear).

Casta Esteban no puede aguantar más la mal sostenida y depauperizada situación, que va siempre agravándose, y opta por abandonar a Bécquer, cuando ya es tarde, porque ha contagiado a sus dos hijos; que ahora además de pobres de solemnidad, son tísicos.

Poco tiempo después, gracias a su amigo González Bravo, ministro de la Gobernación, es nombrado censor de novelas. La remuneración que percibe es elevada y le saca, momentáneamente, de la pobreza.

Sólo de momento, porque el puesto le dura lo que le dura a su amigo el cargo: hasta 1868.

Bécquer se instala en Toledo, donde reconstruye en el “Libro de los Gorriones” las “Rimas”, cuyo manuscrito se ha perdido en el saqueo al palacio de González Bravo, como consecuencia de la revolución de septiembre, llamada la “Gloriosa”, contra Isabel II, y que desbancó del poder a su buen amigo.

La revolución supuso, en lo político, un cambio mas que una transformación social, aunque lo cierto es que Gustavo Adolfo Bécquer padeció doblemente el pronunciamiento contra el orden conservador establecido: perdió las setenta y nueve “Rimas” completas (que enmendó con paciencia, tal y como nos han llegado) y, más importante, perdió sus ingresos como censor.

La esperanza suele visitar al enfermo antes de que la fatalidad haga claudicar las expectativas. Por eso, Bécquer, aún tuvo un hálito de esperanza cuando, a través de otro buen amigo, le nombran director del periódico “La Ilustración de Madrid”.

Todo apunta a que puede remontar el vuelo, a que su situación adversa puede tornar en solución satisfactoria. No es así. Valeriano, su fiel hermano, ha contraído la tuberculosis y muere pocas semanas después.

Bécquer se desmorona, tanto desde un punto de vista moral como por las aparentes remisiones de su enfermedad, que no son otra cosa que anuncios de un desenlace esperado. Casta Esteban regresa para cuidar al enfermo y abatido poeta.

El  20 de diciembre de 1870, en presencia de su amigo Augusto Ferrán, Bécquer decide, de forma premonitoria y para nuestra desgracia curiosa, quemar toda su correspondencia de amor.

El día 22, poco después de las diez de la mañana, moría. Dicen que sus últimas palabras fueron “Todo mortal”.

Dicen que ese día hubo un eclipse, que la luna se interpuso entre la tierra y el sol.

Yo quiero suponer que cuando desde el oscuro y lejano cosmos despuntara el primer rayo incandescente y brillante, cuando desperezara por el horizonte la primera línea luminosa, el alma del joven poeta vería por fin una cosa blanca que flotaba, como la orla del traje de una mujer, que había cruzado el sendero para desaparecer por siempre, como el “Rayo de Luna” que siempre había imaginado y que siempre había querido encontrar infructuosamente.


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