Petrus Paulus Rubens nació en el seno de una familia bien asentada económicamente.
El padre de Rubens era hijo de un farmacéutico de prestigio, aunque él no siguiera sus pasos, pues se dedicó al mundo de las Leyes.
Un acontecimiento, acaecido después del nacimiento de Petrus Paulus, casi resquebraja el orden de la familia Rubens.
Ese acontecimiento que primero es un rumor y después una realidad es la relación íntima que el padre mantenía, nada más y nada menos, que con la princesa Ana, esposa del rey Guillermo el taciturno.
Tuvo suerte, y solo fue encarcelado, porque el adulterio en aquellos tiempos del siglo XVI, en los Países Bajos, se castigaba con la muerte.
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José Carlos Bermejo. Madrid, noviembre 1971. Escritor.
Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología, ha colaborado en diferentes medios de comunicación, tradicionales y digitales y trabajado como técnico y responsable de comunicación para más de un ayuntamiento español.
Es autor de las novelas WILDE ENCADENADO (prólogo Luis Antonio de Villena), y del thriller Li es un INFINITO de secretos. También de los libros de relatos Retazos de un mundo IMperfecto y Retazos de un mundo INcoherente, ambos traducidos al inglés, al portugués y al italiano.
+ info: www.josecarlosbermejo.com
redaccion@actuallynotes.com
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Tras el descubrimiento de la aventura sentimental que el padre, Jan Rubens, mantuvo con la princesa, como era de prever, la situación familiar comenzó a zozobrar.
La postura que mantuvo la madre del futuro pintor se considera admirable. María Pypelmickx era una mujer tenaz y de una gran energía vital.
No solo reprimió su mancillado orgullo de esposa, sino que intentó por todos los medios interceder por su infiel marido para que ganase la libertad.
Incluso llegó a escribir cartas a personajes poderosos de las cortes europeas trasladando el dramatismo y la angustia que por aquél entonces agitaba su hogar, aunque sin demasiado éxito.
El talento de Rubens despuntó muy temprano. Cuando contaba con veintiún años de edad, ya era una firma conocida y reconocida en media Europa.
A pesar de ello, en lo económico, tras el fallecimiento del padre, la familia pasa apuros. Es por ello que Rubens emprende un viaje a Roma para continuar sus estudios, a la vez que comienza a trabajar, en este caso para el duque de Mantua, uno de los grandes mecenas que recuerda la Historia.
Durante muchos siglos, el arte, sobre todo el arquitectónico, el escultórico o el pictórico, han podido desarrollarse gracias al patronazgo y auspicio de grandes mecenas. Las grandes fortunas, los personajes con gran poder o con poder absoluto, se disputaban a los grandes artistas.
Las cortes europeas pagaban grandes cantidades de dinero para que esos hombres ilustres, dedicados a las distintas disciplinas artísticas, decorasen las calles de sus florecientes y nacientes ciudades; para que embelleciesen los palacios y jardines o para que pintasen el retrato imperecedero y eterno de cada uno de sus semblantes.
El caso de Rubens es el caso de uno de estos grandes artistas. Rubens viajó por media Europa, bajo contrato, para que su inspiración se encontrara con el gusto de los reyes y su nobleza.
Esta nueva posición, cerca de la corte, es la oportunidad para que Rubens además de pintar por encargo, estreche lazos afectivos y de confianza. El duque de Mantua le propone viajar a España, para entrevistarse con Felipe III en misión diplomática. Algo que Rubens acepta de buen grado.
Rubens pronto es un personaje bien recibido, y no solo porque en su viaje a España se haga acompañar de una importante cantidad de cuadros como ofrenda al rey, sino porque su personalidad y carácter le hacían ser una persona próxima.
Pedro Pablo Rubens, pintor y diplomático
Era un interlocutor respetado, amparado en su condición de gran pintor, y en su conocimiento profundo de los principales idiomas hablados en el viejo continente, le granjearon muy buenas relaciones, de las que se beneficiaban tanto él como los reyes y nobles con los que trataba asuntos de Estado en España, Inglaterra o Francia.
Desarrolló, de esta manera, una gran actividad diplomática, que le apartaba de la deseada tranquilidad del hogar en Amberes, al que regresaba en cuanto tenía oportunidad.
En 1629, once años antes de su muerte, deseando dedicarse a la pintura sobre todo, cuando además comienzan sobre él a verterse difamaciones y sospechas de querer escalar su posición en las cortes europeas, Rubens pide a través de una dramática carta, que quede liberado de cualquier trabajo o responsabilidad de índole diplomática.
A pesar de todo ello, como reconocimiento a todas su carrera, el Consejo de Flandes hizo una petición para que el rey le concediera a Rubens el título de Caballero.
En 1640, Rubens, aquejado toda la vida de gota, ve cómo además la enfermedad que afecta a sus manos se agrava, hasta que le impide pintar, aunque lo intenta infructuosamente.
Desde Bruselas, un equipo compuesto por reputados médicos es enviado especialmente por la corte, un 30 de mayo, pero ya no puede hacer nada por la vida de Rubens.