Historia del Cerebro Humano. Breve Historia de su estudio
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En tan solo un kilo y medio de materia se albergan cerca de un billón de conexiones gracias a las cuales somos capaces de recordar, imaginar, crear…
Voraz consumidor de energía, el cerebro tan solo representa el 2% del peso de nuestro cuerpo, pero de él parten todas las órdenes que terminan regulando nuestro organismo. De lo simple a lo complejo.
Ha sido objeto de estudio desde tiempos inmemoriales, aunque con acierto apenas hace ciento cincuenta años…
Inteligencia Natural, Biológica, Evolutiva… Desde tiempos de Platón, que se sepa, se viene debatiendo cuál es el papel jugado por la educación en nuestra inteligencia.
Para el filósofo, de poco servía la enseñanza a personas que demostraban una capacidad mental limitada. Porque, ya lo intuían en la Antigüedad, en el cerebro, en ese armazón de poco más de un kilo de peso, se encuentra la esencia del intelecto.
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Mientras los egipcios sacaban el cerebro a sus muertos porque estaban en la creencia de que no les serviría de nada en el otro mundo, otras culturas creían que el líquido cefalorraquídeo que baña el cerebro era donde se albergaba el alma.
Así lo pensaba el médico griego Galeno en el siglo II después de Cristo. Los mismos griegos en la Antigüedad no tenían claro si la mente estaba en el cerebro o en el corazón.
En el siglo XVII René Descartes, partidario de la existencia separada de cuerpo y mente, estaba en la creencia que la segunda se alojaba en la glándula pineal.
Si bien la idea dual se mantiene en nuestros días, dependiendo de creencias religiosas, sabemos que Descartes estaba en un error ya que esa glándula es la que se encarga de regular la vigilia y el sueño.
Cien años después, Franz Joseph Gall elaboró la Teoría de la Frenología, relacionando las funciones cerebrales y las estructuras externas del cráneo, y que intervienen en el comportamiento del propietario de cada cerebro.
Según algunos cálculos, la historia evolutiva del cerebro se remonta cinco millones de años atrás, el momento histórico en que seres humanos y chimpancés separan sus caminos de forma definitiva.
En 2005, así lo afirmaba un estudio de la Revista Science, según un investigadores de la Universidad de Chicago.
Hasta entonces se creía que con la aparición del Homo Sapiens la evolución del cerebro cesó.
Es decir, que el cerebro humano había alcanzado el máximo de sus posibilidades. En base al mencionado estudio, y tras la investigación de dos genes implicados en la regulación del crecimiento de nuestro cerebro, se llegó a la conclusión de que dicho órgano se ha visto forzado por dichos genes a evolucionar, a ir adaptándose a las necesidades. Y lo sigue haciendo.
Franz Joseph Gall elaboró la Teoría de la Frenología
Sea como fuere, y siguiendo el recorrido histórico, el estudio del cerebro y de la inteligencia parte de tiempos bastante recientes. Fue realmente Charles Darwin quien hizo que la cuestión que tratamos cobrara pujanza, como con otros asuntos de trascendental importancia.
A raíz de “El Origen de las Especies” se puso sobre la mesa el debate de la evolución y de la selección natural íntimamente ligados.
Y, como si todo quedara en casa, un primo de Darwin, Francis Galton, publicó en 1869, diez años después que aquél, la obra“Hereditary Genius” (Genio Heredado), donde traza un estudio analítico de distintas familias destacadas en distintas áreas de la vida, llegando a la conclusión de que la capacidad intelectual se heredaba.
Aunque no tenía en cuenta el hecho de que las familias más pudientes podían ofrecer más oportunidades a sus hijos, de sus estudios se desprendía que la reproducción selectiva podía conducir a crear seres humanos con mejores capacidades.
Y fue en esos años, como ahora veremos, a finales del siglo XIX cuando se comienza a estudiar con más o menos acierto el cerebro humano.
La Práctica Conduce al Conocimiento. Phineas Cage, Tan-Tan, Kevin…
Corre el año 1860, un hombre conocido con el nombre de Kevin y que padece epilepsia es tratado por el neurólogo Guillaume Duchenne. Tiempo atrás, intentando tratar su dolencia, fue intervenido, le seccionaron la corteza callosa, el haz de tejidos nerviosos que une los hemisferios del cerebro.
Kevin no solo no mejoró su estado sino que empeoró notablemente. Solo escuchaba por el oído izquierdo, y aunque el oído derecho parecía estar en perfecto estado, no era receptivo en absoluto. Por si fuera poco, la visión, también en el lado derecho, la había perdido.
Gracias a los estudios practicados sobre Kevin, Duchenne comenzó a entender cómo se comportan los hemisferios de nuestro cerebro que, como es ampliamente conocido, tienen una forma opuesta de actuar. Nuestros músculos, a uno y otro lado del cuerpo, se mueven cuando siguiendo órdenes enviadas por la parte contraria del cerebro.
Así, si movemos la mano izquierda es como consecuencia de una orden enviada desde el hemisferio derecho. A raíz de este descubrimiento comenzaron a conocerse algunos datos como que la memoria de sonidos o el reconocer ciertas caras, corresponde al hemisferio derecho, mientras que la lógica o la capacidad de entender el lenguaje, al izquierdo.
Kevin, uno de los pacientes tratados por Guillaume Duchenne
Justo un años después del caso que acabamos de narrar, en 1861, en el asilo de Bicetre, también en el país galo, un paciente, M. Leborgne, que solo es capaz de articular las sílabas “Tan-Tan“, presenta un peculiar cuadro clínico.
Considerado como enfermo mental, sin embargo tiene como hábitos la lectura de la prensa y jugar al ajedrez.
Ningún médico acierta a dar un diagnóstico sobre su estado hasta que fallecido y tras una minuciosa autopsia sobre su cerebro por parte del doctor Paul Broca, éste descubre que M. Leborgne tenía una grave lesión en el hemisferio izquierdo.
Broca consiguió deducir que esa parte del cerebro, que hasta entonces no tenía nombre y que desde entonces se pasó a llamar como él, era la encargada de controlar el lenguaje.
El descubrimiento tuvo mayor trascendencia, si cabe, porque marcó una forma de enfrentarse a los problemas cerebrales de los pacientes. De tal manera que desde ese momento se comenzó a estudiar y relacionar las anomalías cerebrales buscando su relación con las diferentes funciones.
El caso de Phineas Cage
El caso de Phineas Cage sucedió a mediados de septiembre de 1848.
Cage, capataz de una cuadrilla de trabajadores del ferrocarril en Cavendish, en Estados Unidos, sufrió un accidente como consecuencia de una explosión controlada, que no lo fue tanto, pues una pieza de hierro de 3 pies de largo y más de una pulgada de diámetro se incrustó en su cabeza.
El hierro penetró por su mandíbula y, atravesando la parte posterior de su ojo izquierdo, acabó a treinta metros de distancia. Pero, curiosamente, en la misma tarde del suceso, Phineas conservaba intactas todas sus facultades y decía no padecer dolor alguno.
Semanas después recibió el alta médica.
Fue poco tiempo después cuando todos comenzaron a notar en el ciertos cambios de humor, de carácter. De ser considerado como una persona responsable y equilibrada, pronto pasó a ser calificado como cruel, maleducado y caprichoso.
Tal es así que no fue readmitido en su puesto de trabajo.
Muchos años después, estudios practicados en el cerebro de personas con daños en el mismo lugar que Cage, esto es en el cortex prefrontal ventromedial, como los estudios de la doctora Hanna Damasio, han llevado a la conclusión que dicha zona del cerebro es la responsable de las conexiones entre la razón y las emociones del comportamiento.
Pese a no tener relación directa con otras capacidades, como la del habla o la de generar pensamientos, es la parte de nosotros que se pone en funcionamiento cuando la lógica tiene problemas.
De ahí que al desdichado de Phineas Cage, a pesar de poder llevar una vida aparentemente normal, los daños que sufrieron parte de su cerebro le convirtieron en una persona distinta a la que era.
Al parecer venden souvenir del malogrado Phineas Cage… Su cráneo y la barra que se incrustó en él se hallan en el la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard.
El caso de H. M.
Solo se conocen sus iniciales, H. M., pero detrás de ellas se esconde una de las historias más famosas de pacientes que, cómo no de forma involuntaria, han contribuido al estudio del cerebro.
En los años cincuenta del pasado siglo H. M., de veintisiete de edad, sufría graves ataques epilépticos.
Durante una de las intervenciones a las que fue sometido para tratar de reducir la frecuencia de dichos ataques le fueron extirpadas algunas partes del hipocampo, la estructura más grande del sistema límbico.
A partir de ese momento, H. M., conservaba todos sus recuerdos del momento antes de la operación, en 1953, pero era incapaz de recordar nada nuevo.
Podía mantener una conversación con alguien, que ese alguien saliera de la habitación y al volver a entrar en ella fuera para él un perfecto desconocido al que jamás hubiera visto. Era incapaz de almacenar nuevos recuerdos. Y aunque pasaran los años, H. M. seguía creyendo tener 27, los mismos con que contaba antes de la extirpación de parte de su hipocampo.
Medir la Inteligencia
A raíz de la obligatoria escolarización en Francia a comienzos del siglo XX, el psicólogo y pedagogo Alfred Binet recibió el encargo de desarrollar algún método que fuera capaz de identificar a alumnos que pudieran quedar rezagados del ritmo que se entendía normal para los distintos niveles de estudio.
Curiosamente, no se trataba de descubrir a los alumnos más destacados sino a lo que pudieran necesitar ayuda para alcanzar un nivel normal de conocimiento.
Fue así que Binet desarrolló una serie de test mentales basados en la asociación de elementos comunes a la vida cotidiana para poder medir funciones como la memoria, la creatividad o la capacidad de comunicación.
A la par, Binet, elaboró el concepto “edad mental”, mediante el cual se puede discernir si un niño es, según los años que tenga, capaz de realizar unas u otras tareas. En la práctica, todos estos hechos condujeron a plantear un doble debate que llega a nuestros días.
De un lado, si existe un método para medir la inteligencia y si esta es o no hereditaria.
Un Juego para calibrar la capacidad de nuestro cerebro
Quizá muchos ya lo hayan visto. La fotografía de la parte inferior esconde la cara de un hombre.
Desconocemos la veracidad de las conclusiones, pero al parecer… Si tarda en encontrarlo tres segundos, su cerebro es más desarrollado que la media.
Si lo localiza en un minuto o menos, se puede decir que su cerebro tiene un desarrollo normal.
Si transcurren de uno a tres minutos, su cerebro esta reaccionando lentamente, por lo que, se supone, hay algún desajuste fácilmente solucionable.
Por último, si el tiempo transcurrido supera los cuatro minutos, estamos ante un cerebro muy lento, y se recomienda visitar un especialista…
Para saber más:
Revista Science: http://www.sciencemag.org
“Cómo Funciona el Cerebro”, Francisco Mora. Alianza Editorial.
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