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Cuando el lado oscuro del poder intenta establecerse, permanecer o perdurar necesita medios “especiales” para hacerlo. La propaganda es la expresión de mensajes para influir, de modo deliberado, en las opiniones o acciones de las personas. Para convencer de sus bondades, el poder ha utilizado todos los medios que ha tenido a su alcance. Y no han sido pocos.
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El mejor método propagandístico es el que no se percibe. Algo parecido a aquella frase que indica que la mejor arma que ha utilizado el diablo es hacernos creer que no existe.
En las imágenes de la parte superior, tomadas por un fotógrafo anónimo en 1919, vemos un discurso de Lenin arengando a las masas.
En la imagen, rodeadas por un círculo, señalamos dos personas que, en la imagen inferior, desaparecen, y así sucedió en todas la sucesión de imágenes existentes.
Uno de los “desaparecidos”, al que vemos en primer término, es Trotski, lugarteniente de Lenin y amigo de Diego Rivera y Frida Khalo en su exilio mexicano, al que llegó cuando Stalin le borró del mapa del gobierno revolucionario al no contar con el apoyo de Lenin, ya que éste padecía una apoplejía y se encontraba fuera del poder.
Trotsky murió asesinado en el año 1.940 por Ramón Mercader siguiendo órdenes del propio Stalin. A Trotski no solo le borraron del mapa, sino de cualquier vestigio que acompañara la causa de los soviets. Como en esta fotografía que el poder estalinista no tuvo reparos en manipular, y sin photoshop.
Quizás, la primera imagen propagandística surgió por el deseo de inmortalidad de los poderosos para colarse de soslayo y con intención en la vida cotidiana. Esa imagen propagandística surge en las primeras monedas que se acuñaron.
Que se sepa, las más antiguas datan del siglo VII a. de C., encontradas en Atenas, y ya llevaban imágenes en las dos caras: la efigie de la diosa Atenea y el búho, el símbolo de la sabiduría.
Cada ciudad tenía sus propias monedas y no eran solo síntoma de poder económico sino emblema y diferencia. El mensaje propagandístico llega en los primeros siglos de nuestra era, con la acuñación de monedas con la efigie de los emperadores romanos y sus particulares mensajes escritos. Tal es así que, por ejemplo, Augusto ordenó que al lado de su imagen apareciera la leyenda: “Divus Filius”, “Hijo del Divino”: recado elocuente de su supuesta superioridad.
Llama la atención que en Pompeya, ciudad destruida por el volcán Vesubio en el año 79 d. de C., se hayan localizado mensajes de propaganda electoral. Se escribían con pintura sobre las paredes o en los denominados “alba”, recuadros blanqueados de estuco destinados a contener avisos para los ciudadanos. Los mensajes electorales eran positivos o negativos.
Antes del nombre del candidato aparecía la abreviatura OVF, que todo el mundo identificaba con “Oro Vos Faciatis” y que en latín significa “Votad por”.
También se encontraron mensajes que indicaban todo lo contrario, recomendaciones que invitaban a que no se votara a uno de los candidatos.
La oratoria usada por el poder organizado
Antes de que Hitler utilizara la oratoria para conmover los corazones de la Alemania nazi que había construido a su medida, como más adelante veremos, el uso de la palabra para convencer ha sido el medio básico y común para dirigir discursos propagandísticos.
La elocuencia, la retórica y la oratoria son creaciones griegas, como tantas otras cosas.
Utilizadas por Pericles o por Demóstenes para conseguir sus objetivos, el punto culminante se alcanza cuando se instauran las instituciones democráticas en Atenas, allá por el año 510 a. de C., algo que obliga a los oradores a mostrar sus mejores armas a través del convencimiento del que sean capaces con el uso de sus silencios, sus palabras y sus proclamas.
A lo largo de la vasta Edad Media no se reconocen grandes muestras de propaganda por parte de los poderes. Sobre todo, porque no les hacía falta.
La sociedad en ese tiempo estaba totalmente jerarquizada y la opinión pública, como conocemos hoy, no existía. La única salvedad la ostenta la comunicación a través de la prédica por parte de la iglesia en Europa, que obtuvo un enorme éxito, aún sin estar organizada por completo.
La radio usada para mantenerse en el poder
Marconi, considerado el inventor de la radio, patentó el “telégrafo sin hilos” en 1887, pero hasta que no finalizó la Primera Guerra Mundial, tiempo en el que se utilizaba para que los soldados se comunicaran desde las trincheras y desde las embarcaciones, no se utilizó este avance tecnológico de forma pública y extendida.
Adolf Hitler – Closing Ceremony – Triumph of the Will – En este video histórico podemos ver y escuchar el discurso de clausura del Sexto Congreso del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores. Un ejemplo de la oratoria de Hitler.
Sin duda, la Alemania nazi fue quien utilizó con más rentabilidad la radio en su afán propagandístico.
Hasta tal punto llegó su celo que crearon una figura denominada los “responsables de radio”, personas afiliadas al partido cuya misión era instar a los ciudadanos a escuchar los programas de contenido político y a delatar a quienes escuchaban emisoras extranjeras. Hitler, al darse cuenta de la importancia del medio radiofónico, impulsó en 1938 la producción masiva del llamado “receptor popular”.
Lo más curioso es que se emprendió la producción de aparatos de radio que solo sintonizaban una emisora y que se vendían a un precio muy asequible, que además se podían pagar en cómodos plazos. Era el denominado “minirreceptor alemán”. Pero la radio además permitía la propaganda hacia el exterior. El enfoque era sencillo, solo hacia falta crear emisiones radiofónicas de onda larga.
Y así el nazismo comenzó a emitir en 1933 dos horas de radio para Norteamérica, que en 1939 ya eran doce. Latinoamérica recibía también emisiones de doce horas de radio, el continente africano ocho y el lejano oriente, once.
Por todas estas razones, se creó en Nueva York el “Institute For Propaganda Analysis” en 1938, el primer organismo del mundo que pretendía realizar contra propaganda para restar los esfuerzos del Tercer Reich.
La prensa periódica
El artículo 11 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 fundamenta la libertad de expresión en que “la libre comunicación del pensamiento y de las opiniones es uno de los derechos más preciados del hombre: todo ciudadano puede hablar, escribir, imprimir libremente a reserva de responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por la ley”.
A la luz de este principio universal, surgieron casi al unísono cientos de cabeceras, de periódicos, en la Francia revolucionaria. En su mayor parte, compuestas por un solo redactor y que no perduraban en el tiempo: la mayor parte eran panfletos propagandísticos.
Goebbels, en el centro con la mano sobre la silla, asiste a uno de los muchos rodajes cinematográficos que el Tercer Reich realizó con motivos propagandísticos.
El cine como forma de propaganda
El momento álgido del uso de la propaganda cinematográfica llegó con la Segunda Guerra Mundial. El cine es un invento con cien años de historia y salvo contadas excepciones como el cine documental soviético o el del fascismo italiano, de inferior factura, no hay filmes reseñables hasta la década de los cuarenta del siglo pasado.
En la Alemania de la preguerra y de la misma guerra, Joseph Goebbels, tuvo el control total del cine propagandístico alemán, cedido por Hitler. La producción de películas era muy elevada, forzada en parte por la ausencia de cine norteamericano, vetado totalmente, al igual que gran parte de las producciones de otros países.
Algunos críticos cinematográficos han señalado que muchos de los filmes nacionalsocialistas exhibían un mundo masculino, sin presencia femenina y en el que se puede vislumbrar un trasfondo homosexual, a pesar de que el régimen perseguía con idéntico afán a los judíos como a los homosexuales.
Lo que es cierto es que, en líneas generales, el cine pro-nazi, que era el único que el espectador podía contemplar, obtuvo el apoyo popular.
“El Primer Amor”, una película que contaba la historia en soledad de las esposas de los soldados en lucha, fue vista por 28 millones de personas y “El Disco Solicitado”, la otra gran película del régimen, contaba cómo el programa de radio –de mismo nombre–, con más audiencia del país, sirve para que soldados y familias tengan un nexo común.
En ninguna de las dos producciones cinematográficas se sirven escenas de la guerra, se trataba de crear atmósferas y sensaciones positivas para que los espectadores albergaran la esperanza en la victoria final.
El vestido
La apariencia física en el vestir, como forma de representación simbólica, identifica a las personas, acercándolas al pretendido objetivo común. Así, el poder acaparador de las grandes dictaduras o de los movimientos políticos con vocación de agitación, han utilizado también como arma propagandística el vestido en su faceta movilizadora.
Los miembros del partido nazi utilizaban una vestimenta de corte paramilitar (camisa parda con un brazalete rojo en el que se incrustaba la cruz gamada sobre un círculo blanco y, en el calzado, botas altas y negras).
Otros ejemplos se pueden encontrar en los llamados “camisas negras” del fascismo italiano, los “camisas rojas” del ejército de Garibaldi o los “camisas azules” de los falangistas españoles, el partido político del ideólogo José Antonio Primo de Rivera, referencia política del franquismo.
Para saber más:
→ “Historia de la Propaganda”, Alejandro Pizarroso Quintero. Madrid, 1.990
→ “Public Opinion and Propaganda”, Leonard W. Dobb. Nueva York, 1.948