Amor mal entendido. La historia equivocada de un perro guardián
LA CASA TIENE dos puertas que dan a la calle. Un pequeño jardín, jalonado por una madreselva enredada en la fachada, es la antesala de la puerta principal. Allí es donde suele estar apostado el perro, cuando dormita o cuando juega correteando sin sentido aparente con un muñeco de plástico asido a la mandíbula. El muñeco ya ha perdido su imagen primigenia, víctima de las fauces enormes y de su peculiar forma de entender el cariño hacia las cosas.
Desde días atrás, al perro, un negro pastor alemán mestizo, no se le ve vagabundear por el jardín. Cuanto más delicada es la salud del dueño, más cerca está de él. Se postra junto a la cama casi la totalidad de la noche y gran parte de la mañana.
Durante las tardes, que es cuando el dueño enfermo disfruta de alguna compañía y de la visita en días alternos del doctor, el perro espera en el jardín, acomodado en cierto modo a dicha rutina.
En las últimas semanas, la enfermedad no solo no remite, sino que hace pasar al paciente por estadios complicados. Aún así, cuando las dolencias y las molestias de la enfermedad le acucian, intenta sacar fuerzas y bajar desde su dormitorio en la planta superior a la planta baja. Contempla durante largo rato el patio y su jardín, un tanto descuidado. Luego camina en dirección a la puerta trasera hasta que el cansancio termina por sentarlo en un taburete siempre antes de llegar. El perro suele caminar junto a él, y se estira en el suelo junto al taburete esperando la caricia que solo su dueño sabe propinarle y que despeja la hosca pelambre entre las orejas caídas.
Ocurrió una noche. Enseguida supo que aquello no lo controlaría ninguna de las pastillas guardadas en el cajón de la mesilla. Logró llegar hasta el teléfono, descolgarlo y hacer la llamada al servicio de emergencias. El perro le siguió durante todo el recorrido, empujando su lomo contra las piernas del dueño para sumarle fuerzas.
Una vez colgado el teléfono comenzó a bajar los escalones que conducían a la puerta principal de entrada, su único pensamiento era abrir la puerta que daba acceso a la calle. Cayó desmayado antes de poner la mano sobre el llavero. Cuando llegaron los servicios sanitarios, el perro se acercó hasta la puerta y les frunció el ceño. Su gesto se volvió gruñidos de advertencia. Nadie traspasaría la puerta.
Un enfermero enguantado en látex forzó la puerta principal. Cuando rebasaron el umbral se toparon con el perro fiel que con fiereza se enfrentó a la presencia de los sanitarios. Ladró, gruñó, y tiró los dientes al aire para que nadie se acercara a su dueño, moribundo en el suelo.
Al poco llegó la policía. Tuvieron que dispararle, no encontraron otra solución. Nadie pensó que cuando el disparo doblegó al perro acallando su aullido, el perro tampoco acertó a aprender que el amor a su dueñó estaba siendo mal entendido. ¿Cómo iba a saber él que aquellos hombres venían a ayudar a su dueño enfermo? ¿Cómo iba a saber él que a veces las cosas no son como parecen?
Cuando los servicios sanitarios por fin tocaron el cuerpo del dueño del perro les alcanzó el momento terrible, la duda: ¿estaría todavía ese hombre vivo?
Nota del autor: Esta historia, la historia del perro y de la muerte del dueño del perro está basada en un suceso ocurrido en Moscú y que se hizo público a finales de agosto de 2003. La reconstrucción literaria de los hechos es totalmente libre.
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