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Con excepción de John Wyclif y Jan Hus, la actividad de los principales reformadores religiosos se desarrolló a lo largo del siglo XVI.
Personajes como Martín Lutero, Ulrico Zwinglio, Juan Calvino, John Knox o Enrique VIII fueron, en mayor o menor medida, contemporáneos entre sí, coincidiendo en muchos de esos casos con la propia reforma católica del Concilio de Trento.
Fueron, al fin y al cabo, protagonistas de un periodo marcado por las crisis teológicas, la puesta en cuestión de la autoridad, las leyes y los preceptos, así como de inestabilidad política y conflictos bélicos.
Una larga etapa de la historia europea que, tras diversos episodios, alcanzó su término más de un siglo después con la paz de Westfalia, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años entre católicos y protestantes y abrió las puertas a cierta tolerancia religiosa.
Ana Bolena, interpretada por Natalie Portman
Enrique VIII y la ruptura con la iglesia católica
El caso concreto de Inglaterra resulta sumamente complejo si se estudia de un modo superficial. Se suele atribuir a Enrique VIII, como consecuencia de su voluntad de abandonar a su esposa Catalina de Aragón, la responsabilidad de la ruptura del país con la Iglesia Católica.
Ahora bien, la doctrina religiosa impuesta por este monarca a principios de la década de 1530, varió notablemente a lo largo de su reinado, e incluso coqueteó en algunos momentos con el retorno a la obediencia a Roma.
Además, el príncipe Eduardo, hijo de Enrique VIII y Juana Seymur, no respetó ninguna de las diversas doctrinas impuestas por su padre desde la ruptura con el catolicismo.
Lejos de eso, el nuevo monarca acercó el anglicanismo a posturas propias del calvinismo, confesión que, seguramente, él mismo profesaba en su fuero interno.
María Tudor asciende al trono
La prematura muerte de Eduardo VI llevó al trono a María Tudor, única hija de Enrique VIIIy Catalina de Aragón.
Las profundas convicciones católicas de la nueva reina condujeron, como era de esperar, a la restauración de la obediencia a Roma en Inglaterra.
Sin embargo, los problemas de salud de María le impidieron, no sólo prolongar su reinado demasiado tiempo, sino también dejar un heredero que continuara la contrarreforma religiosa.
A su muerte ascendió al trono Isabel, hija de Ana Bolena, segunda esposa de Enrique VIII.
El periodo isabelino, tanto por su larga duración como por la impronta que dejó en la política y la moral británica, acabó por asentar de manera definitiva el anglicanismo en el país.
Desde entonces y hasta hoy, la monarquía inglesa ha ostentado también la supremacía religiosa, tal como en su momento estableció el primero de sus reformadores.
Por tanto, siete décadas después después de la ruptura entre Roma y Enrique VIII, y tras dos efímeros reinados –uno calvinista y otro católico–, Isabel fallecía habiendo asentado en el país el anglicanismo.
Una confesión religiosa que, si bien seguía la senda marcada por su padre, innovaba en cuestiones como los sacramentos o la devoción a la Virgen María.
Además, el contagio de ideas luteranas y calvinistas se aprecia notablemente en la doctrina impuesta por Isabel.
En definitiva, el legado religioso de esta reina ahondaba aún más en las diferencias con Roma.
La reforma protestante
Después de este repaso histórico, parece evidente que la reforma protestante fue, en Inglaterra, una empresa larga y con diversos agentes. Indudablemente, hay que destacar la labor de Enrique VIII como promotor, pero parece excesiva la exclusividad en el proceso que comúnmente se le otorga.
Hay que tener en cuenta también el importante papel que jugó Isabel al afianzar la reforma, más aún habiendo heredado el reino católico de María Tudor.
A su vez, no hemos de olvidar a Eduardo VI, pues bajo su reinado se produjo la introducción del calvinismo en la isla.
Ahora bien, dentro de la familia real británica se puede destacar una figura más. Una mujer que habitualmente ha sido considerada poco más que una apetencia carnal de Enrique VIII: Ana Bolena.
La segunda esposa del rey inglés distó mucho de ser una cabeza hueca, y mucho menos una iletrada en asuntos religiosos. Ana, sin duda una persona de gran habilidad política y experta en intrigas palaciegas, desempeñó un doble papel en la ruptura de su reino con Roma.
Por un lado, su relación con Enrique VIII obligaba a este a buscar el consentimiento del Papa Clemente VII para divorciarse de Catalina de Aragón.
La negativa del Pontífice llevó al monarca inglés a no reconocer su autoridad y proclamarse a sí mismo cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Este relato, sin duda conocido por todos, no hace honor a la figura de Ana Bolena.
Ella podía haberse conformado con se una concubina más de el rey, como lo habían sido muchas otras antes –entre ellas su propia hermana María Bolena.
Sin embargo, quería ser esposa de Enrique y reina de Inglaterra, y no se detuvo hasta que lo logró, aunque eso supusiera romper con el catolicismo.
La influencia religiosa de Ana Bolena
La segunda razón que nos permite considerar a Ana Bolena como una de las claves del anglicanismo es su influencia religiosa sobre el rey.
Ya fuera por convicciones propias como por ser consciente de que sólo podría lograr sus objetivos alejando a Enrique VIII de la fe católica, esta inteligente mujer fue acercando poco a poco a su marido a las ideas protestantes.
Obras de John Wyclif, William Tyndale, Simon Fish y otros reformadores influyeron de manera decisiva en la religiosidad del rey; obras que, en la mayoría de los casos, llegaron a él por medio de Ana.
En definitiva, lejos de un simple capricho carnal, la segunda esposa de Enrique VIII contribuyó de manera decisiva a su plan de reforma religiosa.
Si a esto, y a lo indicado anteriormente, añadimos la maternidad de la reina Isabel, podemos afirmar con toda seguridad que Ana Bolena fue clave en el nacimiento y consolidación del anglicanismo.
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