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Crónica de un alquiler improbable

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Las grandes ciudades europeas como Madrid se convierten en lugares donde encontrar una vivienda es misión imposible, incluso de ansiedad permanente e inseguridad para los jóvenes. Cada año miles de estudiantes, profesionales y recién graduados llegan a las capitales del continente repletos de ilusiones, sueños y aspiraciones, para terminar, enfrentándose a un mercado inmobiliario reservado para unos pocos.

Este es el caso de Lorenzo, un joven italiano de 23 años que viene a Madrid, España, de Erasmus para cursar un año de Psicología en la Universidad Complutense de Madrid. Lorenzo es un chico carismático, positivo, sociable, apasionado de la comunicación y de interrelacionarse con personas de todas las edades.

Al llegar a su vivienda de alquiler, después de su rutina de clases en Somosaguas, recibe un correo del campus virtual de la UCM, era una tarea nueva. Abre el correo pensando que sería una tarea más, pero se equivoca. Se trata de un trabajo de investigación sobre cómo los jóvenes estudiantes, y no tan jóvenes, se ven ahogados por los precios abismales de los alquileres de los pisos en estos últimos años. Para el joven italiano es un tema crítico, ya que él mismo está pasando por esa situación. Nada más terminar de leer el correo del profesor, escribe a su amiga Natalia para quedar con ella en el bar de debajo de su casa y poder empezar con el proyecto cuanto antes.

Llega al bar donde acordó quedar con Natalia, una chica madrileña de 32 años que lleva ocho años en situación de alquiler. Se acomodan en una mesa para dos y comienzan a conversar sobre la dificultad de encontrar piso, especialmente en urbes similares a Madrid. Lorenzo pregunta sobre su experiencia y por los obstáculos viviendo durante tantos años de alquiler.


El mayor de los desafíos ha sido encontrar el precio justo y razonable, es decir, viviendas que estuviesen saneadas y habitables, sin hablar de los
precios excesivos y elevados con condiciones estrictamente exigentes.
Entiendo que, en España con el tema de la ocupación de inquilinos, los arrendatarios abusen y pidan requisitos excesivos para una mayor
seguridad, pero la situación es crítica.

Lorenzo comprende la situación de su compañera a la perfección viéndose reflejado en ella. Se ha normalizado una situación que no debería de ser habitual. Natalia, al responder, siente la mirada desesperada de su amigo en la que, de manera simultánea, se ve reflejada en su “yo” de 20 años. Sigue explicándole su tribulación: “Actualmente vivo de alquiler con mi pareja y, por suerte, nuestro casero es generoso y nos ayuda en todo lo posible. La situación tardará en mejorar, pero lo hará. Aunque, probablemente, al paso que vamos, el futuro mercado de alquiler colapsará porque en un país como España con los sueldos que tenemos es insostenible y todavía más para los jóvenes que buscamos vivienda propia” (…) “No me puedo imaginar lo complicado que debe ser, ya no alquilar una casa, si no comprarla tuya propia”, analiza Lorenzo. Natalia, caracterizada por su personalidad positiva quiere transmitir esperanza y confianza a su amigo: “Esto, como en cualquier ámbito de la vida depende de formas de pensamiento, de cómo te lo tomes, de exigirte más de lo que puedes alcanzar. Al final, no depende de nosotros y no podemos vivir en una agonía constante por ello. Hay que disfrutar de lo que tenemos y siempre habrá otras alternativas”.

Lorenzo, de acuerdo con las declaraciones y después de las palabras motivadoras
de Natalia sigue con su “entrevista” cuestionando la función de las entidades y las
ayudas ofrecidas.

– Ayudas, las hay. Existen ayudas de alquiler de bono joven, aunque se necesitan unos requisitos y una renta mínimos, por tanto, no lo consideraría
una ayuda funcional. Además, debe incluirse en la declaración de la renta…

Lorenzo contrasta la respuesta con un ejemplo basado en su experiencia: “A mí, en Italia al hacer el Erasmus me ayudaron a nivel económico. Sí que es verdad que ese dinero que recibimos se puede utilizar para lo que creamos conveniente, ya sea invertir en un alquiler o en cualquier otro ámbito. Debería de estar más controlado debido a la irresponsabilidad de algunos jóvenes al adquirir esa cantidad. También existen Becas de estudio, que se pueden conseguir con unos requisitos casi inalcanzables con unas medias universitarias impresionantes. Algunas universidades gestionan pisos, pero, como he comentado, los requisitos son demasiados y suelen poseer únicamente veinte plazas para todo el alumnado”.

Al rato, Carlos, de 53 años, los escucha e interrumpe la charla para contar su experiencia. “Perdón no he podido evitar escucharos, soy Carlos, ¿puedo…?”

Lorenzo, amante de las conversaciones profundas, asiente con la cabeza sin
dudarlo un segundo. “No me emancipé hasta que tuve 28 años con la ayuda de mis
padres, mi tío y de los padres de la que ahora es mi mujer a un pueblo a media hora de Madrid, Colmenar Viejo. En Madrid centro era imposible encontrar un piso que se ajustase a nuestras posibilidades. Si no nos hubiesen apoyado habría sido muy complicado habernos emancipado juntos. De hecho, antes de todo ello, nos fuimos de alquiler a casa de mi tío, que en aquel entonces eran cincuenta mil pesetas por el alquiler mensual, lo que ahora serían unos trescientos euros al mes. Era un piso apañado y bien comunicado, pero solo constaba de una sola pieza con una cocina americana y un cuarto de baño, nada más”. Lorenzo se da cuenta de que la situación de hace treinta años hasta ahora solo ha hecho que empeorar.

Sorprendido con las declaraciones de Carlos, responde que un piso así hoy en día no baja de los mil doscientos euros. Carlos, asiente dando la razón a las palabras del joven y pregunta: “¿Tú trabajas?”. Lorenzo contesta que ha trabajado desde los dieciséis años para poder ser una persona independiente, pero que hoy en día le es imposible compaginar los estudios con el trabajo. “Solo puedo permitirme trabajar algún que otro fin de semana. Lo que me sorprende es que tanto en España como en Italia existe la misma situación. Vivir en las grandes ciudades europeas se convierte en un lujo que pocos pueden permitirse.” Lorenzo se queda con ganas de saber más sobre la historia de Carlos.

“Todos, cuando somos jóvenes pensamos: Cuando cumpla la mayoría de edad me iré de casa de mis padres y seré independiente”. Sin embargo, más adelante me di cuenta de que los planes no salieron como imaginaba. Yo tenía esa idea desde los diecisiete, dieciocho años, cuando empecé a trabajar. Aún sin tener ningún problema familiar”. Lorenzo explica que él empezó a trabajar a los dieciséis con esa misma idea y que ahora no se arrepiente, pero sí que le hubiera gustado centrarse más en sus estudios. “Hoy en día recomendaría a todos aquellos que se lo puedan permitir, darle el tiempo necesario a los estudios para poder desempeñar el trabajo al que aspiran”.

El teléfono de Lorenzo comienza a vibrar. Era su hermano Daniele. Lorenzo, con una sonrisa energética y repleta de ilusión lo coge. “Ciao fratello, come stai?”, saluda Lorenzo. Mientras, Natalia y Carlos afinan el oído con la intención de entender algo de la conversación.

Daniele es un chico genovés de veinte años estudiante de Relaciones Internacionales en la Universidad de Turín. También afectado por las circunstancias del mercado inmobiliario, contesta que este sector está completamente saturado, creando una gran dificultad tanto para los estudiantes extranjeros como para los propios ciudadanos. “Lo complicado es encontrar un particular que no agregue tarifas adicionales. Me han llegado a pedir cuatro mil euros de antemano, lo que supone el pago de cuatro meses y medio con la finalidad de que el propietario tenga la garantía de que ese piso va a estar ocupado durante ese tiempo”. A Lorenzo le parece un despropósito. “Sí, eso debe ser algo habitual que hacen los propietarios, ya que una vez, fui con una de mis primeras compañeras de piso, Daniela, una chica colombiana, en busca de localizar otro piso de alquiler y por el hecho de ser extranjera, la pidieron diez mil euros para, supuestamente pagar solo cinco meses del alquiler…”, contesta Lorenzo. “Mamma mia come è possibile!? Yo me he visto obligado a vivir durante unos meses en hoteles y en casa de un amigo hasta que he encontrado un sitio que se ajusta algo más a mis necesidades”.

Lorenzo se siente contradicho, por un lado, está contento porque una tarde en la
que solo iba a quedar con Natalia para comenzar su tarea, se ha convertido en una
tarde muy interesante con información de personas de diferentes edades y con
experiencias diversas, pero al mismo tiempo, similares. Por otro lado, sabe que este contexto arranca de raíz las expectativas, limita las oportunidades y puede
encaminar un sentimiento de inestabilidad y desarraigo.

Tanto en España como en Italia enfrentan inconvenientes de acceso a la vivienda debido al aumento del costo de vida, la concentración de la demanda de las grandes ciudades y a la precariedad laboral. En ambos países existen intentos de regulación más justa y equilibrada. En España se elimina el Impuesto sobre Transmisiones Patrimoniales del alquiler de vivienda habitual con el objeto de reducir cargas tributarias, los gastos de gestión inmobiliaria y de formalización, deberá asumirlos el arrendador si es persona jurídica, reduciéndose así las cargas económicas del inquilino al firmar el contrato de arrendamiento de vivienda con empresas o sociedades, se limitan a dos meses de renta, garantías adicionales a la fianza que pueden exigirse al arrendatario en el momento de firmar el contrato…

Italia apenas presenta información sobre este escenario, es el “eterno
desconocido,” reconocido así por un catedrático de Economía de la Universidad
Pompeu Fabra. La actual legislación data de 1998 y se basa en el mercado libre en el que se fija una renta inicial para cuatro años, donde no está permitido un aumento mayor que el crecimiento del IPC, tampoco que el precio se duplique en el periodo de contrato, cuatro años: si pagas mil euros, no puede incrementarse a 2.000.

Lorenzo, con el propósito de dar forma a su trabajo, diseña un formulario. Se lo envía a compañeros italianos y españoles y obtiene que el 85,7% han tenido dificultad para encontrar un piso y el 71,4% han sido por motivos económicos. La mayor parte tienen miedo a las estafas y sienten que la legislación actual no protege adecuadamente los derechos de los inquilinos.

A Lorenzo esos datos le hacen reflexionar: “Necesitamos la colaboración entre
instituciones, empresas y la comunidad para abrir vías, creando espacios
habitacionales accesibles. Así podremos garantizar a las futuras generaciones un
entorno que les permita soñar, crecer y prosperar”.
¿Estamos dispuestos a ignorar el grito de varias generaciones que solo piden un lugar al que llamar “hogar”?


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