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La historia del Miguel Ángel Buanorroti, Julio II y la Capilla Sixtina
Había que ser Miguel Ángel Buonarroti para enfrentarse al Papa Julio II en aquellos tiempos del Renacimiento italiano.
En aquellos momentos decirle que no al Sumo Pontífice era como decirle que no al jefe del FBI.
No es por ofender la investidura papal que resalto esto, sino para recalcar el coraje de un escultor.
La historia es bien conocida por los que alguna vez leyeron algo sobre Miguel Ángel. Luego de haber hecho gran parte de su obra, un día cualquiera del año 1505, le toca a la puerta el emisario del Papa y le dice al señor Buonarroti que se lo solicita urgente en Roma.
Allí va Miguel Ángel. Antes, su amigo de toda la vida lo previene. Le dice:
Pero no, el artista y El Papa se entienden de maravillas. El representante máximo de la iglesia le propone entonces hacer un gran monumento: una gran tumba para que se lo recuerde por los siglos de los siglos. No hay nada que lo entusiasme más al gran escultor que ese desafío.
Luego de haber acordado el precio hace un boceto que es aprobado.
¡Será la tumba más grande de la historia! Tendrá tres estancias (algo así como tres pisos) y cuarenta estatuas.
Miguel Ángel corre presuroso a buscar a otro amigo, aquel que sabe de mármoles, aquel que puede facilitarle en Carrara el mejor material para aquella gran obra.
Está entusiasmado, pasa ocho meses eligiendo el mármol. Sueña con esa tumba.
La ha bocetado, dividido en partes, calcula que le llevará bastante tiempo realizarla pero no le importa porque el proyecto supera la exigencia de todo lo que ha realizado antes: El David, al que todos llaman “El gigante”, parecerá una insignificancia al lado de esta tumba.
Pero no todo lo que reluce es mármol
Como Mozart tenía su Salieri, Miguel Ángel tenía su Bramante, que era su enemigo acérrimo. Bramante (buen arquitecto pero envidioso) le deja entrever muy sutilmente al Sumo Pontífice que es de mal agüero hacer una tumba estando vivo, y éste decide posponer el proyecto.
La creación de Adán. Miguel Ángel Buonarroti
Capilla Sixtina. Miguel Ángel Buonarroti
Miguel Ángel ya recibió una parte del pago y lo gastó casi todo en sus mármoles. Cuando le llega la noticia no la acepta y quiere entrevistarse con Julio II pero éste no se digna a recibirlo, no una vez sino varias veces a lo largo de varios meses.
Miguel Ángel está furioso.
No hacía mucho conversaba casi de igual a igual con Julio II, se habían entusiasmado juntos. Casi que habían soñado a la par con la construcción de esa tumba. Pero de la noche a la mañana… esgrimiendo extrañas razones… el proyecto se viene abajo. Buonarroti se cansa y se vuelve a Florencia.
Antes de partir le dice a los mensajeros del Papa:
– Decidle al gordo inflón ese que cuando me busque ¡no me va a encontrar!
Así pasan los meses, hasta que un buen día Julio II lo manda a llamar, y Miguel Ángel dice: – No.
-¿Cómo?-pregunta el Santo Padre.
-Que no viene-contesta el mensajero.
El Papa piensa que ha de ser una confusión, nadie osa decirle que no a él, que domina reyes y manda a encarcelar personas con un chasquido de sus dedos.
Un segundo emisario vuelve a la casa de Buonarroti, quien insiste con el no. Un tercero, un cuarto emisario…
Los enemigos de Miguel Ángel y amigos y consejeros de Su Santidad piden directamente el cadalso.
Los pocos compañeros de ruta que tiene el escultor le piden que recapacite y vuelva a Roma.
En la lucha entre los dos colosos, todos saben que el artista tiene las de perder. Pero el artista insiste con su negativa.
Paz en la tierra. A punto de la excomunión para Miguel Ángel
A punto estuvo Miguel Ángel Buonarroti de ser excomulgado, encarcelado y todos los “ados”, si no fuera por la oportuna intervención de un amigo en común, que hablando con uno y con otro logró bajar los “egos” de ambos. Llegan a un acuerdo, en parte porque Julio II sabe que no hay artista como ese hombre, en parte porque Miguel Ángel quiere terminar la tumba.
Pero hechas las paces, el jerarca de la Iglesia Romana, en vez de pedirle que continúe con aquel monumento, le solicita, entre otros trabajos, que pinte la Capilla Sixtina.
Algunos dicen que ésta fue una nueva maquinación de Bramante quien ve una forma de postergar al escultor, considerado ya en ese momento uno de los más grandes, poniéndolo a trabajar en un área que no era la suya como la pintura al fresco.
Sin embargo, los enemigos maquineros siempre se equivocan, sobre todo cuando se enfrentan a los genios: a Miguel Ángel se lo recuerda más por la Capilla Sixtina que por la tumba de Julio II, la cual lo tuvo obsesionado durante cuarenta años y pudo terminar de realizarla al final de su vida.
En esta época en que la excomunión ya no le importa a casi ningún escultor y en que casi todos los artistas famosos no se cansan de decir que sí a los vaivenes del poder, está muy bien recordar a este señor que no se dejó avasallar, ni siquiera por El Papa, que era como decir ahora el jefe de la C.I.A.