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Álvar Núñez Cabeza de Vaca es considerado por derecho propio uno de los más intrépidos aventureros de toda la historia.
Por el norte y por el sur, en América, fue descubridor, conquistador, Adelantado, Capitán General y Gobernador; pero no solo eso, fue llevado a España, desterrado a Orán e indultado posteriormente por Felipe II para convertirse en Juez del Tribunal Supremo de Sevilla, ciudad donde murió.
Sin lugar a dudas, este nieto de uno de los conquistadores de las Islas Canarias contaba con el marchamo de un e
spíritu inquieto.
El hidalgo jerezano Cabeza de Vaca fue, por añadidura, un cronista que legó a la posteridad dos obras, si bien su intención no era otra que la de informar al emperador Carlos V de todo lo visto y oído en el recién descubierto continente americano.
Estas dos obras son la Relación y Comentarios de lo acaecido en las dos jornadas que hizo a las Indias y, la más conocida, Naufragios.
‘Naufragios’, de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. La conquista de La Florida
En esta última, se narra la trágica expedición iniciada en junio de 1527 desde la gaditana Sanlúcar de Barrameda, liderada por Pánfilo de Narváez, y en la que Álvar viajaba en calidad de tesorero y alguacil.
El objetivo era conquistar La Florida, descubierta tan solo catorce años antes.
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Los Naufragios muestran ya con el título el tono desmitificador de la crónica. Nada que ver con otras historias como las del propio Cristóbal Colón en las que se pintaba al nuevo continente como si de un paraíso terrenal se tratase.
Como narrador, testigo y protagonista, Cabeza de Vaca describe sus aventuras, desventuras mejor dicho, con todo detalle: Tras el lamentable naufragio se abría ante los conquistadores una tierra vasta, indomable, inhóspita, que devoraba a sus habitantes.
Los escasos supervivientes de la expedición recorrieron Florida, Texas y el norte de México. Sufrieron el ataque de los pueblos indígenas y fueron hechos prisioneros para finalmente ejercer como “médicos” de las tribus indígenas.
Imagen: blog.us
En la traumática sucesión de penalidades se evidencia un trueque en los papeles culturales, en efecto, los españoles sufren la pérdida de su identidad europea. El conquistador es conquistado por tribus indígenas que ejercen el poder sobre ellos y sus vidas.
Un ejército débil y vulnerable
La visión proyectada es la de un ejército débil, vulnerable, desorientado, agotado y destruido. Los españoles tratan de sobrevivir desesperadamente y el hambre se convierte en una obsesión acuciante, guardando así cierta semejanza con el género literario picaresco, cuya novela más representativa es El lazarillo de Tormes, coetánea de los Naufragios.
Junto al hambre, también cohabitaba el miedo, la desnudez, la desaparición de todo elemento identificador y la pérdida de la civilización.
Canibalismo y leyendas
Escribe Álvar en su obra que “Estábamos hechos propia figura de la muerte“, igualmente podría haber escrito que transitaban en el mismo límite de la locura. Ocho años después de la partida de los seiscientos expedicionarios llegarían a México tan solo cuatro…
Es bien sabido que detrás de aquellas expediciones solían pulular mitos semejantes al de El Dorado, alojados en la mente de los conquistadores y avivados, quien sabe si inocentemente, por las leyendas que les contaban los indígenas.
Tras el regreso de los cuatro supervivientes se estructuró uno nuevo, el de las Siete Ciudades de Cíbola y el de Quivira, llenas de oro y riquezas inimaginables.
La fusión de leyendas indígenas con las numerosas europeas acerca de ciudades doradas o de ríos con propiedades mágicas inspiraron expediciones como la de Hernando de Soto a la Florida en busca de la fuente de la eterna juventud, la que organizó Ponce de León en 1512 a una pequeña isla de Bimini (Bahamas), o la de Lucas Vázquez de Ayllón a las Carolinas, narrada por Pedro Mártir.
Sin duda, la agitada vida de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, tan inverosímil como real, daría para llenar miles de páginas y para rodar, por qué no, más de una entretenida película.
En todo caso, el lector interesado habrá de contentarse con los Naufragios y con el humilde acercamiento que el director mejicano Nicolás Echevarria rodó en 1991 bajo el título Cabeza de Vaca, con un marcado cariz antropológico y perjudicado por una mejorable calidad audiovisual.