El estropeado concepto de ciudadano, creado por los antiguos griegos, -y que excluía a los esclavos-, luego fue reinterpretado por los filósofos del XVII y del XVIII. John Locke y Jean-Jacques Rousseau contribuyeron a redefinir la ciudadanía en términos de derechos individuales y lo que se llamó contrato social. Eso del contrato social mola porque yo no he firmado nada -supongo que ustedes tampoco-, pero ahí está. Tampoco puedo romper algo que está en el aire y que, sin duda, es mejor que cualquier dictadura, como las muchas que se reparten a día de hoy por el globo, Corea del Norte, Cuba, Afganistán, la Venezuela de Zapatero, perdón Maduro…
Eso del contrato social mola porque yo no he firmado nada -supongo que ustedes tampoco-, pero ahí está.
Luego llegó la Revolución Francesa -una masacre en toda regla-; que con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 marcaron eso que los historiadores llaman ‘hito’ al establecer la -supuesta- igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.
Todos sabemos que el papel todo lo aguanta, hasta los mejores deseos. Y que dentro de las imperfecciones, esas declaraciones al menos abren paso a unas posibilidades que, si fueran reales, viviríamos en Utopía, la de Tomás Moro.
Una frase, retomo la narración, que viene al pelo en este caso. En “De Regreso a Utopía“, trataba sobre unos locos en un sanatorio que escriben un libro, digamos colaborativo, cuando el director del manicomio lo descubre en la biblioteca, lo lee, pero piensa que es un libro que no deberían leer los locos, les podría perturbar. Hay pensamientos originales, profundos, interesantes y muy disruptivos.
En ningún caso, el director -desde su mentalidad-, podría pensar que lo habían escrito y dibujado aquellos locos y locas.
El Estado no somos todos. Los locos del relato somos nosotros y el director, quien nos manda siempre.
Pero cierto es que, nosotros, ciudadanos, no participamos más que votando allí donde se puede. Votas a partidos con listas cerradas; los partidos siguen claramente la Ley de Hierro de la Oligarquía. Se cierran entorno a un grupo de personas que van heredando los puestos, colocando a primos, fulanas y fulanos, mordidas, corruptelas, etc. Se ha demostrado de continúo. Miren atrás y díganme un partido político que no se haya visto consumido en alguna corruptela. Bueno, quizá sí haya alguno, que sería la excepción que confirma la regla.
Decirnos que el Estado somos todos, nos relaja, nos controla, nos hace tener un sentimiento de pertenencia, una supuesta seguridad y el amparo del rebaño.