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El extraño funeral del poeta Shelley

El extraño funeral del poeta Shelley

El extraño funeral del poeta Shelley

Percy Bysshe Shelley (1792-1822) está considerado como uno de los mejores poetas de la historia de la literatura inglesa y como uno de los máximos exponentes del movimiento romántico, aunque se haya visto ensombrecido por la gran fama de la que goza su segunda mujer, Mary Shelley, la autora del célebre Frankenstein.

La vida de Shelley fue, en buena medida, una encarnación del ideal romántico que representaron los escritores románticos de su generación, como su gran amigo Lord Byron:

 

 rebelde, aventurero y desafiante ante la autoridad y los convencionalismos de su época, en sus cortos treinta años de vida le dio tiempo no solo a escribir algunas de las obras literarias más destacadas de la literatura europea, sino que también se había fugado para casarse con su primera esposa, Harriet, ante la prohibición de su familia, viajó por medio continente, tuvo innumerables amantes, se vinculó a importantes políticas radicales y, en un momento en el que el divorcio suponía un verdadero escándalo, abandonó a su esposa y se  fue con la futura autora del moderno PrometeoMary Shelleycon la que se casaría después del suicidio de su primera mujer, por citar algunos de sus episodios de su agitada vida.

Una incineración poco usual


Así fue el extraño funeral del poeta Shelley

Como su existencia, su muerte y su entierro también fueron muy poco usuales. Un mes antes de su trigésimo cumpleaños, en una noche de tormenta, salió a navegar y nunca volvió. Su cuerpo fue arrastrado hasta la playa poco después.

No se conocen con seguridad las razones por las que Shelley salió a navegar aquella noche: sus compañeros dijeron que quería inspirarse en las fuerzas de la naturaleza y, en esta ocasión, su espíritu aventurero le llevó a la muerte.

Otros, sin embargo, defienden que Shelley llevaba tiempo deprimido y que esta navegación tempestuosa fue su particular forma de darse muerte, con la existencia de otras muchas teorías al respecto, cada cual más fantasiosa. Sus amigos tenían preparado para él un funeral muy especial.

En vez de inhumarlo siguiendo la tradición más habitual, sus compañeros debían cumplir con la cuarentena entonces en vigor en Italia para evitar que se extendieran diversas enfermedades, por lo que el cuerpo de Shelley debía ser incinerado.

Así, sus amigos decidieron construir una pira en la playa e incinerarlo como a los antiguos emperadores romanos, avivando el fuego con vino, aceite y sal, según cuenta su amigo, Edward Trelawny.

Sin embargo, la pira funeraria nunca pudo llegar a alcanzar la temperatura necesaria para que el cuerpo de Shelley se quemase del todo, por lo que tuvieron que repetir el proceso varias veces.

En una de ellas, Trelawny se adentró en las llamas para arrancar del cadáver el corazón del difunto, que había quedado descubierto por la acción de las llamas, que luego dio a la viuda, Mary, que lo conservó hasta su propia muerte.

El espectáculo de la cremación de Shelley, al que le faltaba la cara, las manos y, según Trelawny, todo lo que no había estado protegido por la ropa durante su naufragio, fue tan dantesco que uno de sus amigos, Leigh Hunt, no pudo siquiera salir de su carruaje para darle el último adiós a su amigo y que Lord Byron, impactado por la visión y poniendo como pretexto el gran calor, decidió irse a nadar y alejarse de la pira, dejando al propio Trelawney como único responsable del cadáver.

Terminado el macabro espectáculo, las cenizas de Shelley (y las partes de su cuerpo que no llegaron a quemarse), fueron recogidas y enterradas en el Cementerio Protestante de Roma, donde todavía hoy reposa, junto con otro de los grandes poetas ingleses de todos los tiempos, su admirado John Keats.


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