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La Unión Soviética se nos presenta en forma de relato polifónico a través de las experiencias vividas por Ryszard Kapuscinski en su relación con la gran potencia comunista de la Guerra Fría.
Más de cinco décadas se condensan en tres grandes bloques que describen tanto el devenir del “Imperio” como sus paisajes y las costumbres de sus heterogéneos habitantes.
No se trata, ni mucho menos, de una narración continuada, y su finalidad está muy alejada de lo que podríamos denominar “manual de historia”.
Kapuscinski deja grabadas sobre el papel sus impresiones y vivencias,
de tal modo que, al terminar nuestra lectura,
esa serie de relatos inconexos terminan por aportarnos
una visión sugerente de lo que fue la Unión Soviética.
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El título de la obra hace referencia al mismo tiempo a tres procesos: la formación de la Rusia de los zares, la absorción de esa identidad por el Estado de los soviets y, finalmente, la descomposición de todo ese entramado territorial mediante un proceso de descolonización tardío.
Entre anécdota y anécdota, en medio de todos los relatos personales y las descripciones de gentes y lugares, Kapuscinski desarrolla una de las ideas básicas del libro: los líderes soviéticos asumieron en gran medida la herencia de los zares.
Un Imperio basado en el miedo
La URSS, como lo había sido Rusia, continuó comportándose como una potencia imperial, subyugando a las naciones y pueblos de su entorno.
Del mismo modo, aprovechando la inmensidad de su territorio y el carácter de sus gentes, intensificó la represión propia del sistema zarista.
Siberia, la gran cárcel de la Rusia imperial, continuó siendo, si cabe con más fuerza, el destino de millones de personas tras la Revolución de Octubre. El miedo, por tanto, constituyó uno de los pilares básicos del régimen soviético, como bien refleja Kapuscinski en las páginas finales del libro.
Cuando con la Perestroika el terror desapareció de la mente de las personas, el régimen comenzó a perder el control.
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Llegó entonces la etapa de la descolonización, un proceso que el antiguo Imperio Ruso vivió tres décadas más tarde que sus antiguos compañeros de viaje en la aventura del imperialismo.
También renació, con la caída del socialismo real, el nacionalismo de esos pueblos sometidos, incluido el ruso, como bien se refleja en algunos pasajes de “El Imperio”.
El Imperio de Ryszard Kapuscinski, encuentros de niñez y juventud
Al margen de la cuestión imperial, Kapuscinski también desarrolla a lo largo de su obra algunos de los rasgos más característicos de los regímenes totalitarios. Desde el primer capítulo, cuando siendo todavía un niño vive la invasión soviética de Polonia, nos va describiendo esos rasgos.
El Imperio de Ryszard Kapuscinski
El culto a la personalidad queda reflejado en el reparto de insignias. A su vez, las deportaciones, la desaparición misteriosa de algunos de sus vecinos y compañeros, o la omnipresencia de los agentes del NKVD, completan esa relación de características propias del totalitarismo.
El relato del niño no va más allá de los primeros meses de ocupación soviética. Kapuscinski da una de sus habituales piruetas para trasladarnos al año 1958, a un viaje en el Transiberiano.
A lo largo de esas páginas brilla con luz propia su reflexión sobre el concepto de frontera y su importancia a lo largo de la historia. Los límites del Imperio aparecen custodiados por los aduaneros, cuya meticulosa labor maravilla al autor.
Siberia también atrae su atención, tanto por su inmensidad como por los secretos que guarda ese enorme desierto blanco.
La nieve de ese territorio de la URSS es testigo de la existencia trágica de miles de deportados, relatos que, en algunos casos, llegaron hasta nosotros.
Kapuscinski se esfuerza por recuperar algunos pasajes de la historia del general Kopec, rememorándola al tiempo que avanza lentamente su vagón de tren.
Nieve y más nieve… pero Siberia va quedando poco a poco atrás, y ante el se abre el camino hacia Moscú.
Nueve años después, en 1967, retornará a la capital del “Imperio” para iniciar un viaje muy diferente, el que le llevará a las republicas del sur: Georgia, Armenia, Azerbaiyán, Turkmenia, Tayikistán, Kirguizia y Uzbekistán.
La época de los funerales
Los encuentros finales de Ryszard Kapuscinski con la Unión Soviética tuvieron lugar cuando esta se preparaba para exhalar su último aliento de vida. Nos situamos a finales de la década de 1980, un momento de la historia del Imperio en que se hizo evidente la incompatibilidad entre su rigidez y la libertad de la democracia.
Esta estructura política forjada a base del miedo y de la conquista militar se encaminaba hacia una democratización que haría saltar por los aires la unión territorial de la URSS: nacionalismo y democracia hicieron acto de presencia en la vida del Imperio.
Precisamente sobre la política de Mijail Gorbachov, último secretario general del PCUS, emite su propio juicio.
Buena parte de los autores de la época vieron en el cambio de política denominado Perestroika un factor de aceleración en la desintegración del Imperio.
Para Kapuscinski la realidad fue muy distinta.
Según afirma en las páginas finales de su obra, el régimen soviético ya agonizaba en la “época de los funerales” –fallecimiento en tres años sucesivos de tres secretarios generales del PCUS: Breznev, Andropov, Chernenko-, y sólo la llegada de Gorbachov con su cambio de política logró dar vida unos pocos años más a un tren que ya no avanzaba.
La caída final del líder soviético se produjo en dos actos: el golpe de Estado y el aumento del prestigio de Boris Yeltsin, que forzó poco a poco un final que no llegaría hasta diciembre de 1991.
El día de Navidad, el último secretario general del PCUS, dio por concluido el experimento socialista iniciado en octubre de 1917. Con él desaparecía una figura histórica, la URSS.
Ahora bien, Kapuscinski sostiene que la idea de imperio sigue viva, como grabada a fuego en lo más profundo del alma rusa.