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El proceso creador guarda una infinidad de misterios. El talento, la inspiración, el trabajo creativo, nada tienen que ver de un escritor a otro; de un compositor a otro.
Así, la historia que a continuación se narra: cómo compuso Georg Friedrich Händel, con 51 años, una de sus mejores obras, El Mesías, es un caso que guarda muchas curiosidades, más que las extraordinarias para cualquier creación.
Cómo escribió El Mesías, Häendel
Todo comienza una tarde del 13 de abril de 1737, en el domicilio del compositor en Londres, en el 25 de Brool Street. Un estruendo retumbó en el hogar.
El criado de Häendel, Christof Schmidt, corrió para averiguar qué había sucedido. Pronto encontró al corpulento músico, tendido en el suelo. Solo pudo escuchar un leve quejido. Estaba tirado de espaldas, con los ojos abiertos, con la mirada fija. Schmidt salió en busca del doctor Jenkins, médico habitual de Häendel.
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El criado culpaba de esa repentina enfermedad a todos aquellos que rodeaban a Häendel, y que le “daban mala vida“. En ese año, el maestro había escrito cuatro óperas, y se veía día tras día sometido a grandes presiones.
El Mesías, completa y subtitulada en castellano
Presiones que provenían de las cantantes, de la crítica, además de las deudas que debía soportar. En ese año también había invertido la casi totalidad de sus ahorros, unas cien mil libras. El doctor llevó a la práctica la usual sangría de la época. Pinchó en el brazo de Häendel y pronto recobró el sentido. Sin embargo, el dictamen del doctor era inapelable. El compositor padecía una apoplejía: la parte derecha de su cuerpo estaba paralizada.
El problema residía en que el ataque, tal y como diagnosticaba Jenkins, había afectado su cerebro. No había garantías de recuperación. Le recomendaron tomar baños calientes en Aquisgrán, otra de las recomendaciones de la medicina de la época.
Al parecer, el compositor se tomó muy en serio las supuestas bondades de estos baños, y los tomó por encima de las recomendaciones médicas, que le indicaban no pasar más de tres horas en remojo, algo que superaba con facilidad diariamente.
Una semana después, la mejoría llegó. Contra pronóstico, Häendel comenzó a moverse, en dos semanas ya tenía movilidad en el brazo derecho. Fue así que cuando se preparaba para abandonar Aquisgrán, el compositor, en un paseo por la ciudad, se detuvo frente a la puerta de una iglesia, penetró en el edificio y buscó el órgano.
Sus dedos se deslizaron por las teclas con parecido prodigio a como lo había hecho antes, antes de que el genio cayera en la enfermedad. Häendel estaba curado, completamente, ante la admiración de su médico.
A partir de entonces, de regreso al hogar, el músico compuso tres óperas de forma encadenada, los oratorios Saúl e Israel en Egipto y la oda L´Allegro. Atrás quedaba la tortura por la que había transitado. Sin embargo, el invierno que llega, torna los acontecimientos.
El frío crudo que se ha instalado en Londres hace que las salas de conciertos cierren, las deudas del maestro crezcan y casi al borde del colapso económico, solo un concierto benéfico consigue que Häendel eluda la cárcel.
Las deudas le persiguen… En 1740, además de la crisis económica, le subyuga la crisis creativa. Su compañía había quebrado y se movía en una incertidumbre ante el futuro. Pero una noche, al llegar a casa Häendel se encontró con un sobre encima de su mesa de trabajo.
En el remite aparecía el nombre Charles Jennens, el poeta que había compuesto el Saúl y el Israel en Egipto al que el compositor dio vida musical. El sobre contenía un nuevo oratorio bajo el título “El Mesías“. Häendel dudó.
Los últimos oratorios habían sido un fracaso, por contra, un hálito de esperanza se forjó en su percepción, sobre todo cuando comenzó a leer el texto. Aquellas palabras pronto comenzaron a tomar forma.
Olvidando las penurias, el compositor se centró en el texto, y no abandonó su estudio en tres semanas consecutivas. Escribía, tocaba su clavicordio y, como reconocería después, nunca había sentido una fuerza creadora como aquella. Justo cuando concluyó la obra, sus sentidos volvieron a zozobrar.
Una mañana, el fiel criado Schmidt, con cierto temor llamó a la puerta del maestro, pero éste no contestó. Frío, sobre la cama, de nuevo con la mirada fija sobre la nada, Häendel reposaba ajeno al mundo de los vivos.
Parecía que, de nuevo, una aplopejía, quizá producto del cansancio creador, se había apoderado del compositor. Bastantes horas después de que Häendel permaneciera en ese estado catatónico, Jenkins, el doctor, fue localizado.
Cuando llegó al hogar, dispuesto a realizar una nueva sangría, Schmidt salió a su encuentro. Medio aturdido, avisó al doctor de que se había producido algo parecido a un milagro.
Pues, de repente, Häendel se había incorporado, había solicitado comida y bebida. Tal es así que el doctor le encontró bebiendo cerveza y comiendo jamón. “El Mesías” fue un éxito. Nunca antes se había reunido tanto público (700 personas) para contemplar un estreno. Häendel nunca cobró dinero alguno por esta obra. “Será siempre para los enfermos y para los presos, pues he sido un enfermo y con ella me he curado; y fui un preso, y ella me liberó“.
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Para saber más: El reverso de la Historia, de Pedro Voltes.
Sígueme en Twitter >> Un artículo de José Carlos Bermejo