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El “pastelero” de Madrigal: traición e intriga en la Castilla de Felipe II. El misterio de Gabriel de Espinosa
El 4 de agosto de 1578, la historia del entonces reino de Portugal cambió radicalmente.
Ese día se produjo la batalla de Alcazarquivir, donde las tropas portuguesas se enfrentaron en el norte de África a las del sultán Abd el-Malik.
En esta batalla trascendental, el ejército portugués fue masacrado y en ella, junto con la flor y nata de la nobleza lusa, perdió también la vida el rey Sebastián I de Portugal, a los veinticuatro años.
Don Sebastián I era el único hijo nacido del matrimonio del príncipe heredero don Juan Manuel de Portugal y la infanta Juana de Austria. Nacido días después de la muerte de su padre, ascendió al trono cuando solo contaba de tres años, a la muerte de su abuelo Juan III.
Sin hijos, hermanos, ni tíos vivos que pudieran heredar el trono luso si algo llegara a pasarle, a don Sebastián se le aconsejó encarecidamente que no partiera hacia la batalla.
Sin embargo, el monarca luso no hizo caso de las recomendaciones y decidió comandar él mismo sus tropas en Marruecos, buscando una mayor gloria para su reino, el cristianismo y la de su propia persona.
A su muerte en Alcazarquivir, heredó el trono su tío abuelo, el cardenal Enrique I de Avis, de sesenta y seis años, que tampoco tenía hijos.
Considerado poco más que un reinado de transición, Enrique I tuvo que hacer frente a un grave problema sucesorio que no quedó solucionado cuando le llegó la muerte, dos años después que a su sobrino nieto, en 1580.
Fue precisamente esta problemática la que llevó al rey Felipe II, primogénito de Isabel de Portugal, hija mayor del rey Manuel I, al trono luso con el nombre de Felipe I.
Un cadáver que no parecía don Sebastián y el sebastianismo
Sin embargo, los rumores relativos a Sebastián I no dejaron de surgir. Muy poco después de la batalla de Alcazarquivir empezaron a circular distintas historias que defendían que el desfigurado cadáver que se había identificado como el del rey don Sebastián no era el suyo.
Según estos rumores, algunos nobles portugueses habrían logrado huir del escenario de la batalla y, entre ellos, se encontraría don Sebastián, que acabaría volviendo a Portugal para reclamar el trono que le pertenecía.
Esta idea fue el fundamento de un movimiento casi místico que recibió el nombre de sebastianismo y que defendía la llegada de un rey bueno y justo a Portugal, identificado con el perdido don Sebastián.
Este fenómeno del sebastianismo alcanzó una gran popularidad en Portugal durante las últimas décadas del siglo XVI y la primera mitad del siglo XVII, como una respuesta al dominio de los Habsburgo que muchos no aceptaban y como una creencia de que una situación política negativa cambiaría cuando el rey volviera a reclamar su trono perdido.
El impostor Gabriel de Espinosa y Ana de Austria
En los años posteriores a la batalla de Alcazarquivir, varios hombres afirmaron ser el monarca perdido, pero el impostor más importante de todos se llamó Gabriel de Espinosa y llegó a engañar a la misma sobrina de Felipe II, Ana de Austria.
Para comprender la magnitud del episodio de Gabriel de Espinosa, debemos presentar primero a Ana de Austria. Ana fue una hija ilegítima del héroe de Lepanto, Juan de Austria y nació en 1569.
Su padre murió poco después y quedó bajo la tutela de su tío Felipe II, que decidió internarla en el monasterio de Nuestra Señora de Gracia el Real de Madrigal de las Altas Torres.
Como ocurría con muchos hijos ilegítimos de la realiza y la nobleza en el ámbito de la Monarquía Hispánica, su destino fue la iglesia y profesó como monja en ese mismo monasterio en el año 1589.
Y allí se encontraba cuando apareció Gabriel de Espinosa en 1594 defendiendo que en realidad era el desaparecido rey don Sebastián de Portugal, que deseaba reclamar su trono.
Gabriel de Espinosa representaba a la perfección el papel del desaparecido rey. Se decía que tenía ciertamente un importante parecido físico con el desaparecido don Sebastián, conocía varios idiomas y tenía los modales y las formas de un auténtico miembro de la nobleza.
Cuando llegó a Madrigal, entró en contacto con el agustino portugués Fray Miguel de los Santos, que se encontraba allí tras ser desterrado de Portugal por enfrentarse al gobierno que Felipe II ejercía en el territorio luso y su defensa de otro de los candidatos al trono, concretamente del Prior de Crato.
Fray Miguel había conocido personalmente a don Sebastián y supo reconocer el potencial que tenía Gabriel de Espinosa para poder encarnar al desaparecido monarca.
Así, ambos comenzaron a fraguar una importante conspiración que tenía como objetivo desestabilizar el gobierno de Felipe II y llegar incluso a situar a Gabriel en el trono luso.
Fray Miguel puso a Gabriel de Espinosa en contacto con otros portugueses descontentos, que también le “reconocen” como su rey perdido. Y es precisamente a través de Fray Miguel como Gabriel de Espinosa llegó a conocer a doña Ana de Austria.
El apoyo de un miembro de la familia Habsburgo y de la más poderosa personalidad del destacado centro de poder que era el monasterio de Madrigal de las Altas Torres daría un empujón definitivo a la conspiración, por lo que Fray Miguel consiguió presentar a doña Ana a Gabriel de Espinosa como su primo, tan trágicamente desaparecido.
No sabemos con certeza si doña Ana de Austria se creyó realmente que Gabriel de Espinosa era su desaparecido primo don Sebastián o fue parte desde el principio de la conspiración dirigida a destronar a su tío, pero lo cierto es que se comprometieron en matrimonio y le dio su ayuda.
Si llegaron a consumar su relación o no, no queda claro. Algunos autores defienden que sí convivieron como marido y mujer, teniendo incluso una hija que posteriormente quedaría bajo la tutela de la infanta Isabel Clara Eugenia.
Otros, en cambio, reconocen que no hay constancia clara de ello y que la hija de la que se habla era una niña que tuvo Gabriel de Espinosa de una relación anterior y que llevó a Madrigal con él al comienzo de este episodio.
Sea como fuere, Ana de Austria quedó enormemente vinculada al episodio del pastelero de Madrigal lo que implicó que, cuando Felipe II se enteró de la conspiración, las culpas también cayeran sobre la infortunada hija de don Juan de Austria.
Se descubre la conspiración
La conspiración fue descubierta por las autoridades cuando Gabriel de Espinosa emprendió un viaje a Valladolid. Sus comentarios despectivos respecto al rey Felipe II y su posición en Portugal llamaron la atención de las autoridades y acabó siendo detenido.
Los documentos que llevaba con él revelaron la verdadera extensión de la conspiración. Con innegable sorpresa, descubrieron que el detenido pretendía hacerse pasar por el rey Sebastián I y organizar una revuelta que expulsara del trono luso a Felipe II.
Las noticias se transmitieron rápidamente a la corte, que tomó medidas inmediatamente.
La condena
Fray Miguel fue rápidamente apresado y doña Ana quedó confinada dentro del convento.
Tanto Fray Miguel como Gabriel de Espinosa fueron condenados a muerte por delito de lesa majestad y ejecutados públicamente.
Varias partes del cuerpo de Gabriel de Espinosa fueron colgadas en puertas públicas a modo de aviso, para que todos aquellos que las vieran supieran el destino que les esperaban si desafiaban al rey.
Doña Ana no se libró del castigo, aunque su destino fue menos terrible que el de sus dos co-conspiradores. Era un miembro de la familia Habsburgo que se había levantado contra el mismo rey y esa era una acción que no podía quedar impune.
Felipe II desposeyó a su sobrina de todos los privilegios que conllevaba su posición y, alejada de Madrigal, fue encerrada en el convento de Nuestra Señora de Gracia de Ávila, en un régimen de aislamiento casi total.
A través de diversas cartas, doña Ana rogó a su tío que reconsiderara su posición y tuviera piedad con ella, pero Felipe II no mostró clemencia y mantuvo el encierro de su sobrina hasta su muerte, en 1598.
La llegada al trono de Felipe III cambió la situación para doña Ana. Felipe III levantó a su prima la pena impuesta, restituyó sus privilegios y le acabó ofreciendo la dirección del monasterio de las Huelgas Reales de Burgos, uno de los cargos femeninos con mayor poder económico y social de la corona de Castilla.
Allí murió en 1629 como una mujer de enorme poder, más de 30 años después del episodio de Gabriel de Espinosa, el pastelero que ambicionó un día ser rey de Portugal.