Llevamos topándonos con el crimen y el mal de manera recurrente desde la noche de los tiempos. Buena parte de la Ciencia del siglo XVIII se ocupó de estudiar la razón íntima por la que el ser humano era capaz de engendrar la maldad y hacerla caer, con todo su peso, sobre sus congéneres.
El debate que enfrentó a notables pensadores de la talla de Rousseau o Voltaire tenía como base concluir si el hombre era bueno por naturaleza o no; o si acaso era la Sociedad quien, con sus mecanismos latentes, oscuros y misteriosos se encargaba de corromper la presumida inocencia de los mortales.
El debate, como era de prever, no determinó conclusión distinta de lo que cada cual pensaba. Nadie convenció a nadie.
Cientos de años después, en 1970, el director de cine Françoise Truffaut intentó recuperar dicha discusión rodando la película titulada en castellano “El pequeño salvaje” (L´enfant sauvage), historia que narra un suceso real.
En el film se cuenta cómo a finales del siglo XVIII es encontrado desnudo un niño de unos doce años, con aspecto primitivo y sin modales civilizados; con casi total seguridad abandonado cuando era mucho más niño.
Así, se adivina que el título “El pequeño salvaje” no es un ejercicio eufemístico. El niño es un “salvaje” en toda regla. De él se desconoce cómo logró sobrevivir y se sabe que no tiene desarrollada la facultad del habla.
El avatar de los acontecimientos conduce a que un educador de niños sordomudos Jean Itard, (considerado el padre de la otorrinolaringología), y encarnado en la pantalla por el propio Truffaut, sea el encargado de intentar adaptar al niño a la civilización. La labor del profesor es detalladamente reconstruida en la película.
Se pretende integrar al joven a la vida social a través de estímulos, desarrollando sus sentidos, su intelecto y su capacidad afectiva.
La importancia de la investigación es evidente, se ha encontrado la pieza clave para estudiar lo que esconde la naturaleza de los hombres: un ser aislado de la Sociedad que no ha conocido el amor ni el odio humanos, un ser sin vicios o prejuicios.
Pero hay una barrera tan grande entre la voluntad del profesor -cargada de pautas de conductas, orden y disciplina- y la naturaleza del muchacho que los esfuerzos se hacen estériles y, solo a fuerza de perseverancia, se logran los primeros resultados satisfactorios: quedando demostrado que el muchacho tiene capacidad de aprendizaje, aunque otra cosa sea si tiene voluntad o necesidad por aprender.
La historia de Víctor, ‘El pequeño salvaje’
La historia de Víctor, nombre con que bautizan al pequeño salvaje, no tiene una conclusión clara.
Antes de llegar al final del metraje de la película, podemos comprobar que Víctor ha conseguido vestir ropa con pulcritud o comer como come un hombre socializado, respetando las normas que ha establecido el decoro, pero también podemos ver a Víctor, descalzo, sobre la hierba, jugando con las briznas, y contemplamos cómo el niño que había crecido solo con la naturaleza, parece querer permanecer tan cerca como pueda de esa Tierra con la que convivió en estado básico, alejado de un mundo creado en el pensamiento ideal.
El hombre social del que hablaba Aristóteles aprende comportamientos y copia conductas. “La naranja mecánica“, mejor libro de Anthony Burgess que película de Stanley Kubrick, narra en clave futurista la pretensión de las autoridades de encauzar el delirio de la violencia que ejerce el protagonista de manera injustificada.
Eso quizá sea lo que más llama la atención: que haya violencia justificada y violencia que no soporta justificación.
Una guerra nacional puede estar justificada mientras que la riña entre dos vecinos puede ser causa de cárcel, sobre todo si llegan a teñir de rojo el envés de la disputa.