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Hombres y mujeres siempre hemos necesitado de arquetipos que supieran (o propusieran) explicar todo lo que ocurre en el Mundo y sus porqués. Modelos auténticos y originales; imágenes reconocibles que dieran forma al inconsciente colectivo, las causas que nos mueven y las razones que nos importan, como un código armado y perfecto hasta donde el ser humano lo puede llegar a ser.
Por eso, griegos y romanos, más sofisticados en la forma de pensar que nosotros, inventaron o adaptaron dioses a su medida como ejemplo de vida; y nosotros, menos sofisticados en la forma de hacer, nos estamos conformando con youtubers, futbolistas, supervivientes en islas caribeñas o modelos de Instagram. Más carnales y menos imaginativos. Y, así, comienza a hacerse sencillo saber y entender porqué el Mundo es como es, cómo fue… y quién sabe cómo será.
Hubo un tiempo en que la mitología se explicaba en las clases a los alumnos. No, no hablo de anteriores Planes de Estudio, hablo del tiempo en que Plubio Ovidio Nasón, el gran poeta romano, compilador de más de dos centenares de fábulas, insertó en los 15 libros de la Metamorfosis buena parte de las historias que corrían de boca en boca y que contaban cómo los pobres mortales convivían con los dioses y diosas inmortales; o cómo se explicaba la creación del Mundo cuando “no existía ni el hombre ni las aves, ni el sol ni las estrellas, ni la rosa silvestre que embellece la soledad callada de los campos...” Ven, estas palabras no las imaginaría ni el youtuber del millón y medio de seguidores 😀
De entre todos esos dioses poderosos, Eros, así lo llamaron los griegos, Cupido para los romanos, encarna el semblante del AMOR, de la atracción irresoluble. Hasta nosotros ha llegado y se ha mantenido de esa manera, dando forma al deseo y a la voluptuosidad, citado entre nosotros de mil formas, véase, a modo de ocio-vicio, como suite de hotel o como célebre guía de escorts Eros Guia. También en su versión femenina como Afrodita y Venus. Pero siempre presente en la tumultuosa figura lejana, como una sombra que no perece, de grandes diosas y fabulosos dioses, o viceversa.
¿Quién fue Eros?
La Historia de Eros nos remite a la antigua Grecia. Aunque era de avanzada edad, los griegos pensaban que Eros siempre se mantenía en una perpetua juventud, pues nunca envejeció como lo hacían el resto de dioses que, aunque inmortales, también veían ennegrecer sus juveniles dorados días. De hecho, se supone que Eros fue el primer habitante del planeta Tierra. Sí, antes que Adán, para los cristianos; incluso que la perturbadora y desconocida Lilith.
Además de juventud, a Eros se le percibía de una extraordinaria belleza (tenga en cuenta el canon de belleza propio de cada época), y así era representado sobre el lienzo, como un hermoso y lozano muchacho, siempre acompañado de un arco dorado y un carcaj o aljaba repleto de flechas… que como se está usted imaginando tenían un poder particular…
Esas flechas eran afiladas y “de la plata más blanca”. Quien era herido con una de ellas, caía prendidamente enamorado de la persona que Eros deseaba que amara. Bien mirado, su poder es bastante mejor que el de los ‘superhéroes’ de nuestros tiempos…
La historia de amor de Eros y Psique
Una de las múltiples representaciones de Eros, Cupido y Pysche.
Una de las historias que a los griegos les gustaba contar sobre Eros (existen múltiples versiones) narra el pasaje que le unió en singular matrimonio. Y es la historia de su amor por Psique, también conocida como Psyche, en latín y Ψυχή en griego. Nombre que hoy le damos al “alma humana“.
Psique, hija menor de los reyes de Sicilia, era tan hermosa -se dice que la más bella de la mitología- que tan pronto como Eros la vio, se enamoró profundamente. Era tal su beldad que Afrodita (madre de Eros) comenzó a sentir unos celos disparatados cuando la conoció. Tanto que llamó a su hijo Eros para que utilizara su poder y la hiciera caer enamorada del hombre más feo que habitara en el Mundo. Pero Eros ya estaba prendido de la belleza de Psique, algo que no podía decir a su madre. No es bueno enojar a una madre y menos si es una diosa… Y, paradojas de la vida, la gran belleza de Psique era lo que retraía al resto de hombres para pedirla en matrimonio.
Entretanto, ante la soltería de Psique, su padre, el rey siciliano, optó (en mal momento) por consultar al Oráculo de Apolo qué debía hacer para convertirla en casadera.
El oráculo no auguraba nada bueno para Psique. Nada menos que les indicó que acudieran a un lugar apartado, en lo alto de una montaña, a esperar la llegada del que sería su pretendiente… un dragón que asustaría al más valiente de los dioses.
No sin resistencia y, entre lamentos, cumplieron las indicaciones del Oráculo que, entre otras cosas, había pedido que Psique vistiera traje de novia y que esperara en lo alto de la montaña. Y Psique cumplió, incluso consolando al rey. Y esperó la llegada de su pretendiente. Pero, Céfiro, el suave viento del Oeste, conocedor del mal destino de la bella dama, y apiadándose de ella, la transportó, una vez dormida a un lugar distinto del que el destino le tenía, presuntamente, preparado.
Cuando Psique despertó, sin saber qué había ocurrido, se vio rodeada de los árboles de un bosque y, cerca, una espléndido palacio alzaba sus puertas ante ella. Unas doncellas la recibieron y la trataron con esmero y delicadeza. Tras un baño y disfrutar de suculentos alimentos, se le ofreció un dormitorio para descansar. Entresueños, percibió que un hombre penetraba entre las sábanas… Ya me entienden… 💑
Contra pronóstico, aquella aparición fue del gusto de Psique. El desconocido la trató con ternura y le hizo el amor, en su primera vez, como nunca hubiera imaginado. Y así sucedió noche tras noche, pues antes de que despuntara el alba, ese desconocido desaparecía para regresar en la madrugada; y para amarla de una forma que Psique no podía creer. Y, aunque Psique le inquiría por su nombre, por saber quién era, él respondía con silencios o le decía que era mejor que no lo supiese. Y, lo más importante, aunque quería, no podía ver su rostro en la negrura de la noche.
No podían imaginar los padres y las hermanas de nuestra protagonista que su destino fuese este. Más bien, al contrario, vivían con pesadumbre al no tener noticias de ella e imaginar lo peor. Por ello, sus dos hermanas comenzaron a buscarla. Al tener noticia el amante desconocido de la búsqueda y sabiendo que se encontraban cerca de dar con ella, le dijo a Psique que debía ignorarlas, pues de lo contrario se rompería la magia de su amor.
Recordemos que Psique aún no conoce la identidad de ese amante misterioso, aunque nosotros quizá ya lo imaginamos… Efectivamente, ¡es Eros!
Así las cosas, Eros, al ver sufrir a Psique por no poder hablar con sus hermanas, termina consintiendo el encuentro. Como no podía ser de otra manera, las hermanas interrogaron por la identidad de ese hombre con el que compartía las sábanas y la ofrecía toda clase de lujos, pero Psique seguía sin saber quién era. Solo imaginaba que era cazador porque siempre portaba un arco y unas flechas en su aljaba.
Las riquezas que rodeaban a Psique y la vida extraordinaria que gozaba no fueron del gusto de las hermanas, que sintieron una poderosa envidia tan insana como puedas imaginar. Comparativamente, la vida de Psique ahora era mejor que las suyas y eso no encajaba en sus miserables personalidades.
A veces es mejor ser hijo único
Esta envidia manifiesta de las hermanas no se quedó solo en su pensamiento. En el fondo, querían saber quién era ese acaudalado y seductor amante. Por ello, le propusieron a la inocentona Psique que, en la mitad de la noche, encendiera una lámpara para, por fin, contemplar su rostro, si acaso era reconocible. Y, así lo hizo, encendió sigilosa una lámpara de aceite. Se iluminó tanto que, además de ver su cara, una fina gota del aceite caliente cayó sobre el rostro de Eros, despertándole e incomodándole por haber cometido esa tropelía. Eros, mostrando un comportamiento pusilánime (y poco comprensible), decide abandonar a Psique.
La pobre Psique sufría desconsolada, pensando que él no volvería. Deambuló por largo tiempo, yendo de templo en templo, tratando de encontrar una manera de compensar su culpa y recuperar a su ‘marido’, hasta que llega a las posesiones de Afrodita, topándose con ella. (recordemos que Afrodita se sentía agraviada por la belleza de Psique, pero aún así decide ayudarla, pero con trampa…)
“Para recuperar a Eros deberás cumplir las encomiendas que te proponga“, le dice Afrodita. Diferentes pruebas prácticamente imposibles de superar para una simple alma mortal.
Primero le mostraron un gran montón de granos de cebada y trigo mezclados, y le dijeron que debía separarlos antes de que se pusiera el sol. De inmediato, miles de hormigas vinieron a ayudarla, de modo que antes del atardecer la tarea fue hecha.
Al día siguiente, la enviaron a una arboleda lejana para obtener un trozo de lana de un rebaño de ovejas feroces de color dorado que se alimentaban allí. Cuando llegó al río por la arboleda, una caña le susurró que en el momento en el que el sol se oculta, las ovejas pierden su ferocidad, y entonces podría encontrar trozos de la lana atrapada en los arbustos por todas partes; y fue así como terminó esta tarea con éxito.
Por último, la última encomienda consistía en visitar el oscuro mundo (el inframundo) para obtener algo de la belleza de Perséfone y entregársela a Afrodita (ya sabemos lo presumida que es). Esto, también, fue capaz de hacerlo, siguiendo las sabias direcciones que los vientos le susurraron, y con la ayuda de Eros. Porque sí, Eros era testigo mudo de todo lo que acontecía y decidió ayudarla en el último y más dramático momento, cuando Psique decide abrir la caja que contenía la belleza de Perséfone. Algo que no debía hacer ya que estaba prohibida para los humanos, pero que ella quiso ofrecer a su rostro para ser aún más bella y gustar más a Eros.
Cuando lo hizo, apareció lo que se conoce como “sueño estigio“, un vapor que narcotiza a los muertos cuando cruzan el Hades, haciéndoles perder la memoria para no recordar la vida pasada.
Eros arrebató el sueño de los ojos de Psique y voló junto a ella hasta postrarse frente a Zeus y Afrodita, solicitando permiso para unirse en matrimonio. A lo que ambos, dioses del Olimpo, accedieron.
Fruto de ese amor nació su hija Hédone (para los griegos) o Voluptas (para los romanos), la vívida representación del hedonismo y la voluptuosidad, la forma más humana del placer sensual.
Para saber más:
Greek Gods, Heroes and Men. Caroline H. Harding y Samuel B. Harding. Primera edición: 1897. Scott, Foresman and Company.
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