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Fernando de Calabria: de preso de Fernando el Católico a marido de su viuda

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La figura de la segunda esposa de Fernando el Católico, Germana de Foix, pese a su fascinante historia, es prácticamente una desconocida.

La serie dedicada a la figura de Carlos V la destapó un poco del anonimato al que estaba injustamente condenada, pero todavía quedan muchos aspectos poco conocidos de su vida por descubrir.

Y, uno de los más curiosos tiene que ver con el que fue su tercer marido, Fernando de Calabria. Este hombre, que compartía más que su nombre de pila con el primer marido de la que sería su esposa, fue uno de los pretendientes al trono de Nápoles, fue educado como un auténtico príncipe del Renacimiento y, además, estuvo preso durante años por orden del propio rey Fernando el Católico.

Pero, empecemos por el principio…


Durante las décadas finales del siglo XV, Nápoles era un reino independiente que contaba con una monarquía propia. Había sido conquistado en 1442 por el rey Alfonso V de Aragón, que se convirtió en rey de Nápoles con el nombre de Alfonso I.

Dejó el trono de Nápoles a su hijo ilegítimo Ferrante, cuyo reinado estuvo repleto de problemas políticos y militares de todo tipo, una constante que se mantendría a lo largo de los años posteriores, pues Francia tenía puestas sus miras en el rico estado napolitano.

Muy pronto, este territorio se vio inmerso en el enfrentamiento existente entre Aragón y Francia, donde el control del Mediterráneo y de este territorio en particular fue adquiriendo cada vez más importancia.

La cultísima pero débil monarquía napolitana no podía hacer frente por sí misma a esta situación, por lo que, tras años de inestabilidad, el reino de Nápoles acabó siendo conquistado. Francia ocupó militarmente el reino de Nápoles en varias ocasiones, siendo expulsada por la fuerza en muchas otras, hasta que en el año 1500, el rey Luis XII de Francia y Fernando el Católico firmaron en conocido como tratado de Granada, por el que se repartían el territorio napolitano.

El entonces rey de Nápoles, Federico I, no tenía ninguna posibilidad de hacer frente a tan poderosos contendientes, por lo que acabó siendo totalmente derrotado. Fue hecho prisionero y llevado a Francia, muriendo en Tours en 1504.

 

Fernando de Calabria

Pero, ¿qué pasó con su familia? El rey napolitano se había casado en dos ocasiones. De su primer matrimonio con Ana de Saboya solo tuvo una hija, Carlota.

De su segundo enlace con Isabel de Balzo tuvo varios descendientes, de la mayoría de los cuales se sabe muy poco. Es el mayor de estos hijos el protagonista de la siguientes líneas. Se llamaba Fernando y nació en el año 1488.

Como futuro heredero de Nápoles, recibió el título de duque de Calabria y se celebraron grandes fiestas por su nacimiento. Recibió una educación enormemente cuidada siguiendo los preceptos renacentistas, pero toda su vida cambió cuando el reino para el que estaba destinado fue invadido.

El heredero fue hecho prisionero en 1502, cuando contaba con apenas catorce años. Considerado como peligroso por los monarcas que ambicionaban el territorio de Nápoles, al ser el legítimo heredero de la corona napolitana y tener la capacidad para englobar a su alrededor a una importante oposición, se decidió que lo mejor era enviarlo fuera de Italia.

Así, el Gran Capitán le hizo preso en el mencionado año 1502 y lo envió a la península Ibérica, donde quedó bajo la guardia y custodia de Fernando el Católico. Fernando el Católico tenía cercanos lazos familiares con el joven duque de Calabria, como descendientes directos de Alfonso V de Aragón y, bajo la pretensión de ofrecer su protección a su joven pariente y quizá una alianza matrimonial con su hija Catalina, recientemente viuda del príncipe de Gales Arturo, maquilló lo que era un evidente deseo por parte del monarca de hacerse con el control del joven príncipe.
Fernando de Calabria se incorporó a la corte de Fernando el Católico, donde estuvo siempre fuertemente vigilado. En ella estaba cuando, tras la muerte de Isabel la Católica, Fernando se casó con Germana de Foix.

Dado que años después terminarían casados, la leyenda cuenta que los futuros esposos se conocieron poco después de que Germana se convirtiera en reina de Aragón y que ambos se enamoraron entonces.

Fernando el Católico, celoso de la preferencia que su esposa parecía tener por su joven y apuesto pariente, que todavía no había cumplido los veinte años, decidió apartarlos para siempre, encerrándole en sucesivos castillos como el de Játiva y el de la Mota, bajo fuertes medidas de seguridad. El príncipe no sería liberado hasta más de una década después, una vez que Carlos I ya había reclamado las Coronas de Castilla y Aragón, momento en el que retomaría su romance de juventud y acabaría casándose con su amada.

Sin embargo, la realidad rara vez es tan romántica. En ese momento, la guerra por el control de Nápoles se había recrudecido una vez más y el príncipe Fernando se había convertido en un elemento aún más peligroso que antes, dado que ya era más mayor y había adquirido una destacada experiencia en la difícil corte de Fernando el Católico.

Entre sospechas cada vez más fuertes de conspiraciones vinculadas a Nápoles, se produjo el intento de fuga del joven príncipe, que trató de salir a escondidas de Barcelona y llegar a Francia, desde donde deseaba llegar a su reino de origen y, probablemente, organizar algún tipo de resistencia. Sin embargo, fue descubierto y apresado cuando trataba de salir de la Ciudad Condal y Fernando el Católico decidió no correr más riesgos, convirtiéndole en un verdadero preso fuertemente vigilado. Fernando de Calabria pasaría en tal presidio más de diez años.

Con el gobierno de Aragón firmemente asentado en Nápoles, Fernando de Calabria no era, en el momento en el que murió Fernando el Católico, la gran amenaza para su gobierno que otrora pudo representar.

Por ello, entre las peticiones que dejó a su nieto a la hora de su muerte, a principios de 1516, Fernando el Católico le encargó a su nieto que liberara a su común pariente.

Sin embargo, si bien Carlos se ocupó de otras de las peticiones de su abuelo, como la de asegurar el bienestar de Germana, no se preocupó de liberar a Fernando inmediatamente.

La situación de Carlos a su llegada a la Península Ibérica distaba mucho de ser estable, por lo que Fernando constituía un problema más que podía amenazar su legitimidad, por lo que su encierro en el castillo de Játiva continuó. Allí se encontraba cuando estalló en Valencia la revuelta de las Germanías.

Los agermanados consiguieron entrar en contacto con él y trataron de convencerle para que se uniera a su causa. Sin embargo, Fernando se negó, convencido de que su vinculación a dicho movimiento no podía reportarle nada bueno.

De hecho, fue precisamente su resistencia a las ofertas de los agermanados lo que le reportó grandes beneficios. A los ojos de Carlos V, el hecho de que Fernando rechazara la oferta de los agermanados que, cuanto menos, le pondrían en libertad, le convenció de que podía confiar en él.

Una vez aplastada la revuelta agermanada, Carlos V le puso en libertad y le introdujo en su corte. Muy pronto conectó con su afable pariente, aficionado a los libros y a la música, y fue ganando cada vez más peso.

Así, por ejemplo, ocupó un puesto principal en la comitiva que fue a recibir a Isabel de Portugal a la frontera con motivo de su boda con el propio Carlos V y también tuvo un importante protagonismo durante la celebración del imperial enlace. Su estrella en la corte imperial de Carlos V estaba en aumento cuando, a mediados de 1525, murió Juan de Brandemburgo, el segundo marido de Germana.

Como recompensa, el emperador le otorgó, junto a Germana, el virreinato de Valencia y la mano de su abuelastra.

Si después de su liberación Fernando retuvo algún plan de recobrar su perdida corona napolitana, nunca dio muestras de ello. Cuando fue liberado, la situación en Nápoles era muy distinta a la que el reino atravesaba en el momento de su entrada y, aunque hubiera podido contar con algunos apoyos, enfrentarse a Carlos V hubiera sido una opción muy poco realista, por lo que Fernando siempre mantuvo un perfil leal al emperador.

Fernando retuvo durante toda su vida su puesto como virrey de Valencia, así como la confianza del que una vez fue su captor.

A través de sus cartas, se sabe que su relación tanto con el emperador como con la emperatriz Isabel (durante mucho tiempo regente de Castilla) fue enormemente cercana. Creó en Valencia junto a Germana una corte renacentista donde el arte, la literatura y la música tuvieron un papel protagonista.

Tras la muerte de Germana, Fernando siguió siendo el virrey de Valencia y se casó una segunda vez, en esta ocasión con la noble Mencía de Mendoza, una mujer también de destacada cultura.

Fernando de Calabria no tuvo hijos, por lo que todas sus posesiones y su magnífica biblioteca pasaron a formar parte del monasterio de San Miguel de los Reyes de Valencia, que él fundó junto con Germana y donde están ambos enterrados. Fernando murió en 1550 siendo virrey de Valencia y un colaborador cercano y de confianza del emperador, pese a haber nacido siendo heredero de la corona de Nápoles.

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