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Miedo o terror son palabras que utilizamos en el lenguaje corriente de forma un tanto ligera, con ligereza mejor dicho. Sea como fuere, el terror y el miedo visten diferentes trajes y lo que a unos les puede parecer terrorífico, a otros les puede provocar hilaridad.
Hagamos cierta la frase del periodista estadounidense Arthur Brisbane: “una imagen vale más que mil palabras”, tal y como afirman en boredpanda.com, el sitio donde descubrimos algunas de estas impactantes imágenes. Y veamos cómo el miedo puede tener diferentes caras.
El Ronald McDonald, original (1963)
Suponemos que MacDonald no quería causar terror en los niños, pero si un payaso de por sí suele dar un poco de miedito a los niños, este que tenemos bajo estas palabras… sí que lo da…
Halloween
Estas imágenes pertenecen a disfraces de principios del siglo XX. En ese tiempo no habría tiendas especializadas donde comprar las máscaras terroríficas que vemos hoy cuando se celebra Halloween, pero para ser artesanales producen más pavor que las compradas al efecto.
Ácido racista
Este tipo debía ser uno de esos tipos duros del KKK que tanto atemorizó a la comunidad negra de los Estados Unidos. La imagen está tomada en California, en el año 1964; mientras dos mueres negras y un niño también de color disfrutan de un baño en la piscina de un hotel, este malnacido rocía con ácido el agua.
Terror en el Museo de Cera
Díganme que estas imágenes no provocan inquietud. Se trata de una serie de maniquíes derretidos y dañados después de un incendio en el célebre museo de cera Madame Tussauds. Sucedió en Londres, en el año 1930. Realmente parecen reales.
Vendo a mis hijos
Aquí encontramos otro tipo de terror, el de la carencia económica. En plena crisis, esta mujer, que se tapa la cara, llena de oprobio y vergüenza, expone a sus hijos a la venta por no poder mantenerlo. Sucedió en Chicago, en el año 1948.
Inglaterra, 1938. Protección contra el gas de las bombas
La alegría después de la tragedia
Nos despedimos, por ahora, con esta foto que expresa la alegría de un pequeño niño austriaco, después de invadido su país por Hitler, y ya terminada la guerra. Observemos cómo lucen sus zapatos, si acaso se les puede llamar así. Su sonrisa es todo elocuencia y lo entendemos perfectamente cuando vemos que en sus manos sostiene unos zapatos brillantes. No hay más verdad, en este caso, que está más feliz que un niño con zapatazo nuevos.