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Go, go, go, good morning, to school. Nopoemario [Reseña]
Querer montar una pieza literaria como una pieza artística, querer construir desde la imagen al texto, hacer de la precisión la herramienta para conseguir el ritmo.
Cuando nos acercamos a los baldíos del conflicto estético, nos posicionamos frente a piezas como Go, go, go, good morning, to school, un nopoemario que funciona como un nolugar, una extensión espacial de dimensiones neutras, cercana a la provisionalidad, como lo son los psiquiátricos, los hospitales, las estaciones de autobuses o los monasterios para mediatación.
Un nopoemario que se presenta como un poemario sin exoesqueleto, que es deudor de cuatro relatos que le permiten su funcionamiento como pieza plástica.
Go, go, go, good morning, to school es un híbrido fabricado con capas y andamios y con un desvío forzado hacia los márgenes.
¿Quieres leer las primeras páginas del libro de Mario Marín? >> [No se pierdan la intro sobre Santiago Chamizo]
Estructuralmente, tenemos un storyboard que rueda como un drama saturado de monocromía, una pieza entendida como dos grandes telones que terminan cosiéndose por sus esquinas.
Go, go, go, good morning, to school, un nopoemario que funciona como un nolugar, una extensión espacial de dimensiones neutras, cercana a la provisionalidad
Go, go, go, good morning, to school es un matrimonio arreglado para dos poemarios y con cuatro padrinos de boda. Cuatro relatos que le dan entrada y salida a cada uno.
Estructura de Go, go, go, good morning, to school
El primer poemario es continente y el segundo contenido, condenados a relacionarse, como el aire con el balón y el agua con el cántaro.
El suelo de las paredes, el primero, se estrena con la historia del carnicero fan del cine gore, Santiago Chamizo, que le abre la puerta a sus cuatro ramas; Buzos que se ahogan en el mar, La vacas no comen carne, La novia de mi cadáver e Isla Manguitos, con cinco poemas cada uno.
La salida se la da la historia del artista contemporáneo Rafael Vélez. Este primer poemario nos habla de la torcedura de los territorios, de lugares que existen e ignoramos, de lo exiliado en los trasteros emocionales, pero también del álbum de los futuros inventados.
Mundo Club, el segundo poemario, empieza de la mano de la prostituta Lady Gaga, y da paso a Las Ceñiduras, Kiosco de las Hetairas, Ribera Barragana, La corte y la seda y Cuerpos y miradas, cada uno con ocho poemas. Justo detrás aparece un coletazo; Barbie odia el rosa, con un solo poema.
La cosa la cierra la historia de Sara la Estatua, un travesti cetrino de club de carretera comarcal. Mundo Club agarra y nace en los páramos esteparios para mostrar el valor de lo perdido a través del abandono, una pérdida vestida de derrota con complementos agridulces.
Con una largura de brevedad forzada, sus versos solo enseñan el envoltorio, relatan solo las escaleras de entrada al portal, dejando la tarea por hacer al lector.
Go, go, go, good morning, to school es un escenario marcado por lo visual y desde el absurdo, y heredero gustoso de un Invencionismo relajado. Inventar para circunvalar el problema, para seguir y dejarlo sin solución.
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