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El titular de este artículo está bien escrito. Bien pudiera parecer que hubiera un error, que debería poner: “las chicas de la radio”. Pero, no, nos estamos refiriendo, bien, a las chicas del radio: un grupo de mujeres que durante los años de la Primera Guerra Mundial sufrieron sin saberlo los horrores del Radio, uno de los grandes descubrimientos de la científica Marie Curie en el año 1898.
Esta triste historia nos recuerda un tiempo en el que los hallazgos científicos se producían de modo vertiginoso, un momento de la historia de fulgor en los inventos del reciente siglo XIX; innovaciones bien entendidas en su concepto, que en algunos casos albergaban desconocidos aspectos colaterales muy negativos.
Números incandescentes de radio
Durante la Primera Guerra Mundial, como apuntaba al comienzo, se crearon fábricas de todo tipo. Fijamos la atención en las dedicadas a la fabricación de relojes. Es ese momento se había puesto de moda que las esferas de los relojes reflectasen en la oscuridad sus números, para uso doméstico y militar. ¿Qué mejor que, en la negritud de la noche, poder ver desde la cama las horas que marcan el tránsito de la madrugada? ¿Qué mejor que para un soldado, en campaña, poder ver las señales de su brújula sin necesidad de luz? La propaganda que comercializaba el producto lo dejaba bien claro: “brillando en la oscuridad“.
A tal fin, se comenzó a utilizar el descubrimiento de Marie Curie, el Radio, como pintura reflectante, lógicamente, sin ni siquiera imaginar que aquel material era radiactivo… o SÍ; lo que es cierto es que muchas personas, sin saber los peligros a los que se exponían al entrar en contacto con el elemento químico y, para redondear el círculo, sin saber que al emplearlo en otros usos, como ahora veremos, se exponían a enfermar de gravedad sin solución médica conocida.
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En una abrumadora mayoría, la usuarias y víctimas eran mujeres, que se empleaban en estos trabajos. Estamos en tiempos de la Gran Guerra y los rigores del conflicto resuenan en todas las economías. Se prefería que estos trabajos los realizaran mujeres, más dotadas para la paciencia y el detalle (así se consideraba) y, sobre todo, con manos pequeñas que se requerían como más eficaces para dar color a los pequeños números de las esferas de los relojes de pulsera, de sobremesa, aeronáuticos…
algunas empresas insistían en que: “pequeñas cantidades de plomo eran beneficiosas para la salud”
Grace Fryer y decenas de mujeres envenenadas
En términos generales, se sabía que el radio era peligroso (algunos trabajadores, que manejaban grandes cantidades, usaban delantales de plomo), pero algunas empresas insistían en que “pequeñas cantidades eran beneficiosas para la salud“. De hecho, toda una industria fue construida alrededor de esta afirmación. Se vendieron cremas faciales, sombras de ojos, jabones y lápices de labios con radio y que, incluso, prometían hacer que su belleza “realmente brillara”. Se vendían tabletas energéticas de radio, e incluso lencería de radio para mejorar la vida sexual.
Por esa razón, ante el desconocimiento real de las consecuencias que tenía el Radio en contacto con el cuerpo, algunas mujeres comenzaron a utilizarlo en su vida privada. Del pincel que pintaba los numeritos de las esferas de los relojes, se pasaban a pintar los dientes o los labios e iluminar su sonrisa; o sus propios vestidos para que destacaran con lumínica fluorescencia en la fiesta del baile.
Se vendieron cremas faciales, sombras de ojos, jabones y lápices de labios con radio y que, incluso, prometían hacer que su belleza “realmente brillara”
Distintas corporaciones comercializaban estos relojes, entre otras, la United States Radium Corporation (USRC), radicada en Orange, New Jersey. Allí comenzó a trabajar una joven de 18 años llamada Grace Fryer. Comenzó, como tantas otras, pintando esferas de relojes el 10 de abril de 1917 en la empresa referida. Nunca podría imaginar de qué manera ese trabajo cambiaría su vida y ayudaría a cambiar las leyes laborales de los Estados Unidos para siempre.
Las consecuencias del Radio
A Grace, le acompañaron otras jóvenes, como Mollie Maggia, que en 1922 tuvo que dejar el trabajo porque se sentía enferma sin acertar la razón. Las manifestaciones del Radio era variadas: dolor en algunos de los dientes, úlceras, dolores en las extremidades que hacían imposible caminar… A Mollie, el médico la envió a su casa recetándole aspirinas y concluyó que se trataba de reumatismo. Mollie murió, poco después, a la edad de 24 años debido a una hemorragia cuando su boca se inundaba de sangre.
Finalmente, en mayo de 1922, Mollie estaba desesperada porque ya había perdido la mayor parte de sus dientes y su mandíbula inferior, literalmente, se descompuso.
A Grace Fryer y otras compañeras, las chicas del radio, comenzaron a sufrir dolores en las mandíbulas y los pies.
La traición del empresario
Durante cerca de dos años, la empresa, USRC negó la responsabilidad de las muertes relacionadas con el radio de sus empleadas. En 1924 nombraron a un experto para que estudiara el caso de la enfermedad múltiple que afectaba a sus empleadas.
Pero, cuando el experto confirmó el vínculo entre las muertes y el radio, el presidente de la compañía no hizo publicó los hallazgos, sino todo lo contrario aduciendo que sus trabajadoras se estaban “aprovechando” de sus enfermedades para reclamar daños a la empresa y que esta hiciera frente a los gastos por las facturas hospitalarias.
Sin embargo, en 1925, el Dr. Harrison Martland formuló las pruebas necesarias que demostraron el envenenamiento por el uso del Radio sin tomar las debidas precauciones y sin advertencia alguna. Explicó que la aplicación o el uso externos era peligroso, y cuando se ingiere internamente, incluso en pequeñas cantidades, crea un daño irreparable.
Posteriormente, justificó que los cuerpos de las mujeres emitirían una radiación destructiva para la salud futura de las afectadas, mientras aún estuviesen vivas, y de los que estuvieran cerca de ellas. Esos huesos comenzaron a emitir una inquietante luz brillante.
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Para saber más:
“The Radium Girls: They paid with their lives. Their final fight was for justice”. Kate Moore
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