La Guerra de Vietnam fue con toda seguridad el acontecimiento más traumático de la joven historia de los Estados Unidos de América, exceptuando la Guerra Civil acaecida en la segunda mitad del siglo XIX.
Guerra de origen colonial, tras la Segunda Guerra Mundial los exhaustos franceses cedieron paulatinamente el protagonismo en la zona a los estadounidenses debido a su incapacidad para controlar a los partidarios de la República Democrática de Ho Chi Minh, como se evidenció en la derrota de Dien Bien Phu en 1954.
Este cambio se aprecia certeramente en la novela de Graham Greene “El americano impasible” (y también en su adaptación al cine de la mano de Joseph L. Mankiewicz en 1958 y Phillip Noyce en 2002).
Según se iba constatando que Vietnam se iba a unificar bajo el comunismo de Minh, el gobierno estadounidense decidió apoyar al gobierno minoritario de Vietnam del Sur encabezado por el débil presidente Diem.
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De ese modo, según el sur iba requiriendo más ayuda para defenderse del Norte, fue como los Estados Unidos se iban involucrando más y más en aquel país y en aquella guerra.
Según la teoría geopolítica del dominó, atribuida a Foster Dulles, el objetivo ineludible era evitar que el comunismo se extendiera a más países.
Hoy día son muy pocos los historiadores que se atreven a defender la planificación, pertinencia o moralidad de aquella intervención, que involucró tanto a gobiernos demócratas como republicanos en lo que fue un fracaso nacional cuyas reminiscencias han llegado hasta día de hoy.
Con el paso de los años, y el definitivo triunfo comunista en todo Vietnam hacia mediados de la década de los setenta, se basculó desde un pacto de silencio generalizado hasta una ingente proliferación de filmes, documentales y hasta series de televisión sobre aquel conflicto.
La consecuencia no fue otra que envolver a la guerra de Vietnam de un misticismo y un halo casi sobrenatural llegando, en algunas producciones, a lindar con el más exagerado de los ridículos.
Todo comenzó en 1968, año de la sorprendente y fallida ofensiva del Vietcong (conocida como del Tet) así como del recrudecimiento de la lucha y del incremento del número de soldados norteamericanos.
Aquel año se estrenó “Boinas Verdes” protagonizada y dirigida por un veterano John Wayne, que contaba con el apoyo de la administración gubernamental.
La película seguía los cánones estéticos y argumentales del género western, además, defendía el papel estadounidense en Vietnam como de ayuda a la población local en contra del poder comunista.
Ciertamente, el film era propagandístico pero pocos se dieron cuenta de que en la película ya se insinuaba cierto descontento de las tropas y cierta contradicción entre el objetivo oficial y determinadas necesidades de guerra.
De todos modos, el tono de la película remitía a una época (los dorados años cincuenta y primeros sesenta) que se estaba muriendo rápidamente sin que se supiese el cómo y el porqué, de lo cual resultó el vilipendio generalizado con el que “Boinas Verdes” ha pasado a la historia.
Exceptuando ciertas producciones de serie B y alusiones indirectas como en la excelente “Taxi Driver“, pasarían diez años hasta que la guerra de Vietnam regresase a la gran pantalla para impactar al espectador norteamericano.
El cazador
1978 fue el año en el que “El cazador” ganó cinco Oscars reconciliando en cierto modo al pueblo americano con el conflicto de Vietnam.
La extensa película de Michael Cimino tenía a la amistad como su tema principal pero el contexto histórico lo inundaba todo.
La película es sutil, cuidada, está repleta de bellísimas metáforas visuales (como las dos excelentes de la cacería) y es profundamente americana. Narra la vida de un grupo de amigos, primera generación nacida estadounidense de emigrantes lituanos, que se ganan la vida en la acerías de Pensilvania.
Se trata de un entorno industrial, sucio, gris pero al mismo tiempo profundamente humano y, a su modo, idílico.
Así, antes de ir a luchar a Vietnam, celebran la boda de uno de ellos (hecho central de la película y que actúa a modo de presentación de los personajes), después de la cual irán a cazar a la montaña, casi como si de un último rito se tratase.
La guerra, lo terrible de ella, y en concreto, la violencia inhumana del Vietcong – ejemplarizada mediante el verídico “juego” de la ruleta rusa – marcará profundamente a los tres protagonistas (genialmente interpretados por de Niro, Savage y Walken) cambiando sus vidas para siempre.
La locura, la invalidez y la tristeza invaden las vidas de los ex-combatientes distanciándoles de modo irreparable. Con la muerte de uno de los amigos, el resto se reunirá en una cena triste, apagada, pero de una emotividad rara vez alcanzada en el séptimo arte… y es que nada volverá a ser lo mismo…
Alegóricamente “El cazador” funciona fabulosamente tanto a nivel individual como a nivel colectivo o nacional, sin ningún afán proselitista eso sí. Por lo cual se erige como un referente dentro del género, tanto por su humanidad como por su verosimilitud y emotividad no exenta de crudeza.
Un año después – “en 1979 – se estrenaba Apocalypse Now“, obra central en el proceso mitificador de la Guerra de Vietnam.
Dirigida por Francis Ford Coppola se trata de una película estéticamente abrumadora aunque desigual en su trasfondo.
Se construye en base a la búsqueda en plena guerra del coronel Kurtz, un brillante militar estadounidense declarado en rebeldía en la frontera con Laos, es decir, en mitad de la selva virgen.
Esta búsqueda permite a los protagonistas remontar el río y al director ofrecer a los espectadores una visión general del conflicto, lo cual da para un puñado de escenas impactantes, míticas y mitificadoras: una de las más recordadas es aquella de los momentos previos a un ataque norteamericano con helicópteros bajo la potente música de Wagner, o aquella otra de la huída de las bailarinas de streptease en pleno espectáculo ante el acoso de los propios soldados americanos, o incluso las escenas de los constantes ataques del Vietcong –nunca visto – a través de ese enemigo natural e infranqueable que constituía la selva vietnamita (siguiendo así el modelo de Joseph Conrad en su libro “El corazón de las tinieblas”).
La parte final resulta decepcionante, la extrañísima naturaleza de la locura de Kurtz (Marlon Brando) al mando de unos salvajes nativos crea una atmósfera irreal, casi surrealista y muy poco verosímil. Metafóricamente funciona como una especie de camino hacia la locura de la guerra o, del mismo modo, de descenso a los infiernos de la condición humana.
Un resumen histórico de la filmografía tocante al tema de la guerra de Vietnam no puede omitir una película como “Acorralado“, punto de partida de la conocida y aparentemente imperecedera saga de Rambo, protagonizada por Sylverter Stallone.
Prescindiendo de sucesivas entregas, en esta primera se formulan dos lecturas para nada excluyentes: una principal y evidente consistente en una sucesión de logradas escenas propias del género de acción, extremadamente violentas; y una segunda en la que se manifiesta el mensaje subyacente en las profundidades del film y que emerge con el lamento desesperado de Rambo hacia el final de la película, expresando todo el rechazo e incomprensión sufridos por los derrotados de Vietnam.
Como siempre, ambas lecturas convergen convirtiéndola en una simple y entretenida alegoría del regreso os veteranos de Vietnam, eso sí, desde un prisma conservador y como crítica a la opinión pública norteamericana imperante a partir del 68.
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