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¿Qué es la teoría o hipótesis del tiempo fantasma?
Leyendo el título que presenta las siguientes palabras: la hipótesis del tiempo fantasma, uno podría pensar que nos disponemos a hablar de alguna serie de viajes en el tiempo que tan de moda están actualmente, de una nueva película de acción o, quizá, del nuevo éxito editorial de la Feria del Libro.
Pero la teoría de la que vamos a hablar aquí, cuyo nombre original en inglés es “Phantom Time Hypothesis”, La Teoría del Tiempo fantasma no se vincula al ámbito de lo fantástico, sino que es una propuesta que defiende que la parte de la edad Media nunca existió.
Esta teoría tan curiosa fue presentada por el historiador alemán Herbert y defiende que los años que transcurrieron entre el 614 y el 911 nunca existieron, sino que los hechos históricos que se atribuyen a ese tiempo serían o bien malinterpretaciones de la realidad histórica o bien históricas falsificaciones que se hicieron con posterioridad.
Según su argumentación, apoyada en estudios menos radicales que presentan dudas sobre la periodización actual, el emperador Otto II, el papa Silvestre II y quizá el emperador bizantino Constantino VII quisieron vincularse al significativo número del año 1000 modificando tanto el calendario como el sistema de datación y reescribiendo parte de la historia de esa “época imaginada” en su beneficio.
La Teoría del Tiempo fantasma no se vincula al ámbito de lo fantástico, es una propuesta que defiende que la parte de la edad Media nunca existió
La aceptación de esta teoría significaría que personajes de la talla de Carlomagno (768-814) no existieron o acontecimientos como la conquista árabe de la península Ibérica (711) no sucedió en el momento y la forma en la que nos han contado.
Así, si esta teoría se aplicase, no nos encontraríamos en el año 2015 de nuestra era, sino en el año 1718, pues tendríamos que eliminar casi trescientos años del cómputo que ahora utilizamos.
Los defensores de esta teoría (que son bastantes más de lo que se podría pensar en un principio) presentan diversos argumentos que, según ellos, apoyarían su aseveración, aunque se pueden considerar más que dudosos. Los principales son los siguientes:
Las razones de la Teoría del Tiempo Fantasma
- Su autor asevera que hay muy pocos restos arqueológicos que se puedan datar con seguridad en ese periodo, por lo que la inmensa mayoría de lo que sabemos sobre este periodo se basa en fuentes escritas. Dichas fuentes se escribieron en diversas ocasiones muchos años después de los hechos que describieron, pudiendo tender así a tergiversar los hechos, a ofrecer informaciones equivocadas o a dar fechas erróneas.
Documentos falsificados
- Se ha demostrado con posterioridad que diversos documentos importantes datados en la época de la que habla Illig habían sido falsificados por cuestiones políticas y no correspondían a dichos años, como la famosa “Donación de Constantino”, que ya el humanista Lorenzo Valla en 1440 demostró que era falsa.
Falta de desarrollo artístico
- El estancamiento en el desarrollo de las artes respecto al periodo romano durante esos primeros tres siglos puede llevar a pensar que el fin de esa etapa histórica no estaba tan lejana en el tiempo como ahora se considera.
La desincronización del calendario
Cuando se introdujo la reforma del calendario en 1582, se consideró que se había una desincronización de 10 días, que fueron precisamente las jornadas que se hicieron desaparecer ese año para acabar con las discrepancias existentes con un año natural.
Sin embargo, según Illig, el calendario juliano debería haber producido una discrepancia de 13 días, no de 10, por lo que considera que no se tuvo adecuadamente en cuenta las tres centurias de cuya existencia duda, aunque Illig no parece tomar en consideración el hecho de que la reforma gregoriana tuvo una destacada vinculación con los acuerdos del concilio de Nicea del año 325.
Por otro lado, como no podía ser de otra manera con una teoría tan sumamente polémica, los argumentos en contra de la validez de esta hipótesis son numerosos, pero vamos a citar solo dos en concreto que merecen reflexión.
Uno de los argumentos más poderosos que se han esgrimido en su contra es el hecho de que es una teoría casi exclusivamente eurocéntrica.
Todos los datos que hemos descrito en los párrafos anteriores como pilares importantes de esta teoría se vinculan a características solo aplicables al continente europeo, pero imposibles de extrapolar a otras partes del mundo, donde se conservan testimonios prácticamente inapelables de que el periodo descrito efectivamente existió.
Por ejemplo, en China quedan valiosos restos de testimonios del estudio de la astronomía durante la época de la dinastía Tang (618-907), en los que se reflejan fenómenos como los eclipses solares o la aparición del cometa Halley, cuya correspondencia temporal con sus reiteraciones en épocas posteriores da cabida a poca discusión.
Asimismo, incluso aceptando las dificultades de datación de algunos documentos europeos, es muy difícil de refutar acontecimientos sucedidos fuera de Europa como la aparición de la religión islámica, datada en el año 622, con todo lo que eso supuso cultural, artística y políticamente, y la enorme extensión que consiguió entre el mencionado año y el 911, cuando estructuras políticas de religión islámica habían llegado hasta las puertas de Francia conquistando grandes zonas de Asia y el norte de África por el camino, por citar un caso enormemente extremo.
Es difícil aceptar una teoría que niega que existiera precisamente el periodo histórico en que apareció, se desarrolló y alcanzó una enorme extensión a nivel mundial una de las principales religiones de la Historia.
Por otro lado, considerar que todos los documentos vinculados a estas épocas a nivel mundial fueron falseados y todos los personajes que aparecen en ellos no existieron jamás es una teoría que difícilmente se puede sostener.
Aunque aceptásemos la idea de que los emperadores romano y germánico y el papa se hubieran puesto de acuerdo para crear este salto temporal e imponerlo en los territorios que gobernaban, muy difícilmente hubieran podido poner de acuerdo al resto de Europa para crear dinastías, hechos político-militares y acontecimientos de todo tipo que cuadraran con la datación que habían inventado.
Según esta teoría, el mencionado Carlomagno sería tan igualmente ficticio como los restos que nos quedan de los reyes visigodos o de otros monarcas vinculados a los pueblos germánicos, por citar un ejemplo, de los que nos quedan testimonios físicos como monedas que habrían tenido que ser falseadas o datadas con una ratio de error de siglos.
Por mucho que algunos expertos hayan hecho notar su escepticismo respecto a los métodos de datación utilizados en restos de esta época, herramientas como la dendrocronología se han revelado, si no absolutamente exactas, sí muy certeras y cuya ratio de error no es de siglos, como tendría que serlo para que todos los restos físicos que conservamos de la época estuvieran mal datados.
Esta teoría, como ya hemos indicado, tiene más seguidores de los que en un principio podría pensarse, pero dista mucho de ser una hipótesis aceptada. Los elementos que presenta son endebles y, por muy fascinante que nos pueda parecer su título, todavía se está muy lejos de poderse demostrar que vivimos actualmente en el siglo XVIII.
Por Rocío Martínez