Lo cierto es que en la estampa, el rostro de Hitler no parece el de un turista aunque, de algún modo, lo intenta ser.
Esta fotografía, casi obligada para cualquier visitante de la capital francesa, fue tomada en unas condiciones particulares: tras la ocupación del Tercer Reich de Francia.
Un 23 de junio de 1940 se había firmado parte por parte alemana la Capitulación de Francia, que se llevó a cabo en el Bosque de Compuégne.
Los alemanes leyeron las condiciones del armisticio, que una delegación del país galo firmaría el 25 de junio, aceptando todas las condiciones impuestas por los nazis.
En ese intervalo de acontecimientos, Hitler llegó a París. El reloj aún no marcaba las cinco de la mañana.
Los historiadores no se ponen de acuerdo en el transporte que utilizó. Llegar en avión o en tren, lo cierto es que se trataba de un viaje de alto secreto.
Cuando el Führer posó sus pies en la ciudad de la Luz, esta aún no había despertado, el mejor momento para pasar inadvertido.
Su intención era hacer un “recorrido turístico” por los principales monumentos parisinos, acompañado de una comitiva compuesta, entre otros, por un arquitecto y un escultor que le explicarían los detalles de lo que estaba viendo de la ciudad ocupada.
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Antes de dirigirse a París, para realizar su visita relámpago, Hitler hizo una parada en Soissons, para recordar el momento en el que en la Primera Guerra Mundial recibió la “Cruz de Hierro”.
Quizá lo más curioso es que el viaje sí se publicitó después. Fue grabado y fue fotografiado. Imágenes que se publicarían casi inmediatamente.
Es fácil pensar que no tenía un especial interés en saborear el triunfo. Nada menos que había conquistado Francia. Es más que probable que ese viaje fuera un deseo personal.
Visitó la Ópera, la Madeleine, el Arco del Triunfo y la Tumba del Soldado Desconocido. Por la admiración, y como reconocería más tarde, lo que más le interesaba era visitar la tumba de Napoleón en los Inválidos.
Apenas sin medidas de seguridad serias, y con la ciudad desierta, Hitler llegó hasta el Sagrado Corazón, pasando por el Moulin Rouge.
La visita apenas duró cinco horas. Había prisa, el horror de la Segunda Guerra Mundial continuaba.
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