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Jung y el I CHING tienen razón



Siempre me ha gustado el señor Carl Jung, por ser un discípulo que se le reveló al Dr. Freud y por ser un gran psicólogo en el sentido más exigente del término: para curar a sus pacientes buscaba en él mismo y en sus propios mecanismos consientes e inconscientes las soluciones.

Algo que parecía no hacer Freud. Freud buscaba afuera.

Sigmund era por decirlo de alguna forma, un señor pulcro que analizaba las manchas ajenas. En cambio Carl hurgaba primero en sus propios asuntos y luego intentaba aplicar las soluciones en los demás.

Esta postura era epistemológicamente muy diferente a la de su maestro.


Quizá por eso es que Carl Jung fundamenta sus hipótesis en cuestiones que se pueden resolver desde dentro.

Esta naturaleza inquieta que hurgaba en sí mismo antes que en los demás, lo llevó a descubrir los arquetipos, el lenguaje simbólico, a incursionar en los signos exteriores de los fenómenos internos y a unir todas estas manifestaciones en una teoría que, si bien no tiene un cuerpo uniforme, abrió varias puertas a futuras investigaciones.

Cambios en la psicología gracias a Carl Jung

Con Jung la magia se coló por la ventana de la psicología y los sueños dejaron de ser volteretas del inconsciente que quiere liberar la libido reprimida para transformarse en algo más profundo y universal.

El prólogo de Jung para el I Ching publicado por Richard Wilhelm

Y entonces no es casual que al final de su vida, Carl Jung escribiera el prólogo del I Ching. Un I Ching publicado por Richard Wilhelm, un sinólogo, teólogo y traductor amigo de Jung.

El I Ching es un libro apasionante, para tener, leer, consultar, releer, guardar en la repisa y bajo la cama.

Es un libro que conjuga la adivinación y la filosofía en un tono poético que sólo pudo haberse dado en la antigüedad China.

La versión del estudioso Wilhelm está muy bien documentada y se la considera una de las más fieles.

El prólogo de Jung no le va a la zaga. El psicólogo alemán se enfrenta a la presentación de lo que no le es propio utilizando las herramientas del objeto que va a analizar. Algo poco usual en cualquier análisis científico.

Su método es desde el punto de vista antropológico no etnocéntrico. Para saber cómo tiene que ser escrito el prólogo, Jung consulta al libro de las mutaciones, y luego analiza las respuestas que le da.

Algo que puede parecer “no profesional” pero que es la muestra cabal de un acercamiento sincero al objeto de estudio. Así el libro le responde con un hexagrama y el psiquiatra lo analiza explicando el por qué de esa “casualidad”.

Esta forma de encarar un problema y resolverlo, está encuadrada en lo que Jung denominó sincronicidad.

A mí siempre me ha fascinado el significado de esta teoría y aunque los falsos místicos la usen para justificar cualquier desatino, la sincronicidad funciona en nuestras vidas.

Sólo hay que saber mirar. Esta teoría afirma que el mundo se mueve de manera sincrónica y que los hechos responden a un entramado que está muy lejos de la casualidad.

Cuando los hechos coadyuvan en instantes que son especiales estamos ante una coincidencia significativa.

Según esta teoría estas coincidencias son respuestas que el “afuera” le da al inconsciente cuando está preocupado, cuando necesita una señal, cuando es llamado por fuerzas que el mismo desconoce o que ha convocado sin saberlo.

Es así que puede: caérsenos un libro del estante en el momento que pensamos en su autor, llamar una amiga pidiéndonos algo que en realidad queríamos regalarle… e innumerables situaciones más o menos complejas pero con el mismo resultado: algo del afuera coincide con algo de nuestro adentro.

Jung, un teórico práctico

Jung hizo profundos análisis sobre los arquetipos, los sueños, los mitos y antiguas tradiciones. Pero lo más admirable de él es que aplicaba a su vida los principios que estudiaba. El caso del prologo de tan importante libro es emblemático.

El mismo I Ching tiene como principio filosófico la idea de sincronicidad. El libro viene como anillo al dedo a una de las teorías más interesantes realizadas por este psicólogo.

Abro el I Ching en cualquier hoja para saber qué me responde, y así poder terminar este artículo como Jung manda: sale el hexagrama “Lo adherente, el fuego”. “Lo adherente significa basarse, apoyarse en algo”.

Pienso en si me estaré apoyando adecuadamente en las teorías de Jung o tan sólo estoy resaltando lo que a mí me gusta de la misma. Como lo adherente es el fuego, y el fuego es pasión, me contesto que lo más probable es que me haya dejado llevar por la pasión de mi admiración hacia las teorías del psicólogo alemán.

Es cierto. Mi método, explicación y desarrollo del relato no son objetivos, más bien son producto de ese fuego. El I Ching tiene razón.

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