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La historia de los Grimaldi
Mónaco y su familia reinante, los Grimaldi, son actualmente conocidos por su vinculación con el lujo, la riqueza y los escándalos que han protagonizado los distintos miembros de esta conocidísima dinastía…
…Sin embargo, los comienzos de los Grimaldi en Mónaco no pudieron ser más distintos de la vida de la que ahora disfrutan sus descendientes.
Guerras, conspiraciones, trampas, asesinatos, engaños y alguna que otra maldición que parece seguir en vigor fueron el pan de cada día de los primeros gobernantes de la familia Grimaldi en la pequeña, pero decisiva, roca de Mónaco, cuando la tomaron al asalto a finales del siglo XIII.
La llegada de los Grimaldi a la llamada Roca de Mónaco debe encuadrarse en la lucha entre los güelfos y los gibelinos que se produjeron a finales del siglo XIII.
La maldición de los Grimaldi
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Los términos “güelfo” y “gibelino” daban nombre a dos facciones enfrentadas que, en un principio, apoyaban a la casa Welf de Baviera (los güelfos) y a los Hohenstaufen de Suabia (los gibelinos) en su disputa por ocupar el trono imperial durante la primera mitad del siglo XII.
Sin embargo, una vez que la disputa entre los distintos candidatos por el título imperial se resolvió con el triunfo de los Hohenstaufen y de sus partidarios, los gibelinos, el conflicto se trasladó al escenario italiano.
El Papado y el Imperio pugnaban entonces por ejercer la primacía en Europa y, sobre todo, en Italia; dicho enfrentamiento, que caracterizó en buena medida una importante parte de la Baja Edad Media Europea, continuó siendo representado por la lucha entre estas dos facciones, defendiendo en esta ocasión los gibelinos al poder imperial y los güelfos a los partidarios del Papado.
La Roca de Mónaco
En este orden de cosas, aparece en escena la llamada Roca de Mónaco.
Considerada entonces por su ubicación como un lugar estratégico dentro de las luchas entre los partidarios del Emperador y los del Papa, su control resultaba de gran importancia para ambas facciones.
En 1191, el emperador Enrique VI fue nombrado protector de la ciudad de Génova y sus territorios circundantes, que incluían lo que hoy constituye Mónaco.
Para proteger la Roca, en 1215, un grupo de gibelinosliderados por Fulco del Casselloempezaron a construir una fortaleza prácticamente inexpugnable justo en la cúspide de la Roca de Mónaco.
En la fortaleza de la Roca de Mónaco, desde donde se dominaba todo el territorio colindante, los gibelinos parecían invencibles en ese territorio.
Pero los güelfos no se rendirían fácilmente y una facción de ellos, con el genovés François Grimaldi a la cabeza, decidieron que tomarían la fortaleza de Mónaco a como diese lugar. Entonces François Grimaldi, al que se apodaba il Malizia (el Astuto), ideó un plan.
El 8 de enero de 1297, François y otro hombre (que en diversas fuentes se identifica como su primo, Rainiero I, considerado como el primer príncipe de Mónaco), se pusieron sus armaduras, tomaron sus armas y, al caer la noche, se dirigieron con algunos hombres hacia la Roca de Mónaco.
Pero, antes de llegar, los hombres que les acompañaban se ocultaron en un bosque cercano, amparados por las sombras de la noche y François y su compañero ocultaron sus armaduras vistiéndose con los hábitos de monjes franciscanos.
Así disfrazados, se dirigieron hacia las puertas de la fortaleza, cerradas para pasar la noche y llamaron a ellas. Dijeron a los guardias que contestaron a su llamada que simplemente eran dos monjes que estaban buscando cobijo para pasar la noche y que, por piedad, les franquearan la entrada.
Los guardianes de la fortaleza creyeron su engaño y abrieron las puertas de la fortaleza de la Roca a quienes parecían dos inofensivos monjes que necesitaban ayuda.
Pero, en cuanto los guardianes les franquearon el paso, François y su compañero sacaron sus espadas y les mataron rápidamente, avisando a continuación a los guerreros que les esperaban agazapados en el bosque de que ya tenían abiertas las puertas para entrar en la fortaleza.
François y sus compañeros pasaron aquella noche a cuchillo a todos los guerreros del lugar que, sorprendidos muchos y la mayoría todavía durmiendo cuando llegaron sus enemigos, no opusieron ninguna resistencia. Aquella noche, los güelfos se hicieron con el lugar y la dinastía Grimaldi puso por primera vez los pies en el lugar que llegaría a ser su feudo.
Este hecho todavía hoy se recuerda en el escudo de armas del principado de Mónaco, en el que aparecen representados dos monjes armados con espadas en recuerdo de este episodio.
Sin embargo, esta historia se considera hoy en día simplemente anecdótica y se considera que el castillo de Mónaco, que cambió constantemente de manos durante los últimos años del siglo XIII, se consideraba un punto de partida para lanzar diversas acciones militares hacia la ciudad de Génova y sus alrededores en las distintas luchas por el poder que mantenían las familias nobiliarias del lugar, entre las que se encontraban los Grimaldi, que seguirían teniendo un importante protagonismo en la política genovesa en los años siguientes.
François intentó asegurar la posesión de la Roca, pero no pudo hacerlo, ya que fue expulsado por los genoveses de la fortaleza apenas cuatro años después de su entrada vestido de monje; pero su pariente Rainiero I sí lo consiguió, siendo sus descendientes los que ocupan hoy el trono monegasco, forjando su seguridad como jefe de la familia y de la zona a base de unas astutas maniobras políticas y una importante dosis de violencia.
los Grimaldi: La leyenda de la Mala Suerte
Y es precisamente a Rainiero I al que se vincula una leyenda relacionada con la mala suerte que han tenido sus descendientes contemporáneos con el amor: se cuenta que en una ocasión, secuestró y violó a una doncella que, para vengarse, aprendió el arte de la brujería con el objetivo de infligir un castigo a su agresor.
Así, finalmente, ella le maldijo y a todos sus descendientes que llevarán el nombre de Grimaldi a no encontrar nunca la felicidad ni el amor dentro de sus respectivos matrimonios.
Aunque esta es, sin lugar a dudas, una leyenda posterior (en una época en el que el matrimonio de los poderosos era un juego de alianzas políticas y, el amor tal y como lo entendemos ahora, prácticamente no existía, una maldición de este tipo no tendría razón de ser), ha aparecido en las últimas décadas con cierta frecuencia conectada a los últimos descendientes de la familia Grimaldi, indicándose sin descanso que debían estar pagando por los delitos supuestamente cometidos por el primer Rainiero de Mónaco.
Los Grimaldi sobrevivieron como dueños de la Roca de Mónaco durante los siglos posteriores jugando al peligroso juego de las alianzas políticas con sus poderosos vecinos en el tablero de la política europea para mantener su poder fático sobre este territorio, pues no fue hasta el siglo XVII cuando los Grimaldi fueron reconocidos internacionalmente como los legítimos soberanos del lugar.
Mónaco y su relación con Francia
Los Grimaldi se aliaron especialmente con el cercano reino de Francia, que les ayudó a mantener su independencia, con la única excepción de la época de la revolución francesa y el primer gobierno napoleónico (1793-1814) cuando cayó bajo el dominio de sus vecinos galos.
Su relación con Francia continúa siendo enormemente cercana a día de hoy: el país galo continúa teniendo la obligación de defender al Principado en caso de ataque, así como están unidos por importantes acuerdos políticos y económicos que benefician mucho a Mónaco.
Pero todo viene con un precio y, en este caso, fue el hecho de que la propia existencia de Mónaco como ente independiente estuviera íntimamente unida a la supervivencia de la dinastía Grimaldi.
Según un tratado firmado entre Francia y Mónaco en 1918, se establecía que si no había descendientes legítimos de un príncipe gobernante de la familia Grimaldi por línea directa, el Principado se convertiría en parte del territorio francés, como forma de evitar que Mónaco cayera bajo el control de la rama germana de la dinastía después de la I Guerra Mundial.
Un nuevo Tratado para los Grimaldi
Ese acuerdo ha estado en vigor hasta que se revisó en el año 2002 por iniciativa de Rainiero III ante la perspectiva de que su hijo y heredero, Alberto II, pudiera no tener hijos legítimos y condenara al Principado a una no deseada unión con Francia pese a que sus hijas, Carolina y Estefanía, ya tenían descendencia legítima.
Según este nuevo tratado, Mónaco se reserva el derecho de alterar las leyes de sucesión de su Principado (aunque sigue teniendo la obligación de informar a Francia de este hecho con antelación y oír, aunque no acatar obligatoriamente, cualquier comentario que los gobernantes de este país tengan al respecto), que ahora indican que cualquier persona nacida en la familia Grimaldi de unión legítima puede ahora asumir la Corona, siguiendo un orden de primogenitura y de preferencia de los varones sobre las mujeres.
En caso de que no hubiera descendientes de la familia, un Consejo de Regencia elegiría al siguiente jefe del Estado. Por lo tanto, desde principios del siglo XXI, a no ser que Mónaco así lo decida, la posibilidad de pasar a ser parte de Francia si se extinguen los Grimaldi ha dejado virtualmente de existir.
Pero, desde aquella noche en la que un guerrero disfrazado de monje llamó a la puerta de sus enemigos en la Roca de Mónaco hasta el día de hoy, el pasado, el presente y el futuro de este rico Estado tiene nombre propio: Grimaldi.