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La hija predilecta de Felipe II
Se cuenta que, en 1565, cuando se devolvieron desde Francia los restos incorruptos del obispo de Toledo San Eugenio, la joven reina Isabel de Valois se apresuró a salir de Madrid para recibirlo. Rogó al santo que le ayudara a quedarse embarazada y le imploró su intermediación para conseguir tal milagro.
La reina se había convertido en la tercera esposa de Felipe II en 1559, en el contexto de la famosa paz de Cateu-Cambresis. El matrimonio no se consumó inmediatamente, pues la novia era muy joven, pero en el momento de su encuentro con las reliquias del santo, la pareja ya llevaba varios años deseando descendencia.
Felipe II sólo tenía un posible heredero, su hijo mayor Carlos, cuyo comportamiento y prendas personales hacían temer al monarca por su futuro.
El matrimonio necesitaba tener hijos, pero parecía que éstos no llegaban. Así, Isabel de Valois buscó la ayuda divina para concebir hijos.
Sea casualidad o no, lo cierto es que poco después la reina quedó embarazada por primera vez y aproximadamente nueve meses después, el 12 de agosto de 1566, le nacía una hija que recibió el nombre de Isabel Clara Eugenia, estando su último epíteto dedicado al santo que se creía ayudó en su concepción.
Felipe II se mostró enormemente complacido por el nacimiento de esta niña, que fue seguido al año siguiente por el de otra, que recibiría el nombre de Catalina Micaela. Estas niñas apenas conocerían a su madre, pues la reina moriría en 1568, el mismo año que fallecería, en circunstancias muy complicadas, su primogénito el príncipe Carlos.
La muerte de este último convertiría a Isabel Clara Eugenia en la más directa heredera de su padre durante los años siguientes, hasta el nacimiento de sus sucesivos hermanos varones.
Felipe II se volvería a casar muy pronto con su sobrina Ana de Austria, en busca de un heredero varón para su Monarquía. Sin embargo, muchos contemporáneos dejaron testimonio de la gran predilección que sentía por sus dos hijas, que también fueron muy queridas por su madrastra y prima, y por su tía Juana de Austria, que se hacía a menudo cargo de ellas en su palacio del convento de las Descalzas Reales de Madrid. Las infantas recibieron una educación esmerada y cuidada, al mismo tiempo que su padre estaba constantemente pendiente de su bienestar.
Un ejemplo de ello lo tenemos en las cartas que Felipe II se intercambió con sus hijas, especialmente aquellas que se escribieron durante el viaje del monarca a Portugal, entre 1581 y 1583. Ana de Austria había muerto en 1580 e Isabel Clara Eugenia, entonces apenas una adolescente, se había quedado a cargo de sus hermanos pequeños en la corte de Madrid.
En esas cartas, Felipe II cuenta a sus hijas todo lo que le acontece en Portugal, desde las fiestas vinculadas a su recibimiento hasta el tiempo que hacía o lo que había comido.
También les mencionaba lo mucho que deseaba verlas pronto y cómo echaba de menos a todos sus hijos. Las cartas de ese periodo, al igual que otras que se intercambiaron durante otros momentos de sus vidas, denotan el amor y devoción que Felipe II sintió en todo momento por sus hijas mayores.
La Infanta Isabel Clara Eugenia de Austria, la novia de Europa
Pero el cariño que sentía por Catalina Micaela e Isabel Clara Eugenia no hizo que Felipe II olvidara que las infantas eran también un arma política y dinástica fundamental para sus intereses en el continente.
En particular, la infanta Isabel Clara Eugenia era una novia muy codiciada por las diferentes casas reales de la época, pues era la primogénita y tres de los cuatro hijos varones que nacieron del matrimonio de su padre con Ana de Austria habían muerto a corta edad. Muy pronto sólo le quedó el infante Felipe, que no gozaba tampoco de una salud demasiado robusta.
No era descabellado pensar que Isabel Clara Eugenia se pudiera convertir algún día en la legítima heredera de la Monarquía de su padre por falta de hermanos varones, por lo que muchas dinastías europeas deseaban acordar el matrimonio de sus herederos con ella. Pero también era una razón para que su padre fuera especialmente cuidadoso con su matrimonio.
Entre los candidatos que se barajaron para su mano estuvieron sus primos, el emperador Rodolfo II y el rey de Portugal Sebastián I, pero ninguno de estos matrimonios se llevaron a cabo. El duque de Saboya también trató de casarse con ella, pero tampoco lo consiguió. Pero Felipe II, deseando pese a todo forjar una alianza con él, le ofreció la mano de su segundogénita, Catalina Micaela. Ésta se casaría con Carlos Manuel I de Saboya en 1585.
Tras su salida de la Península, nunca volvería a ver ni a su padre ni a su hermana, aunque seguiría teniendo una nutrida relación epistolar con ellos. Murió como consecuencia de su último parto en 1597 y los biógrafos de Felipe II defienden que la noticia de su fallecimiento afectó al rey más que ninguna otra que recibió en su vida.
Ni la muerte de hijos, esposas o desgracias familiares le entristeció tanto como la muerte de esa querida hija, que pudo precipitar su final, pues falleció en septiembre del año siguiente.
Mientras tanto, Isabel Clara Eugenia permaneció junto a su padre. Felipe II, ante la posibilidad de que pudiera convertirse en su sucesora o, incluso, posible regente de un joven Felipe III, la mantuvo a su lado constantemente. Conocedor también de sus grandes cualidades, también permitió que actuara como su secretaria, ayudándole a gestionar sus papeles y dirimiendo con ella asuntos políticos.
También intentó convertirla en la heredera de Francia tras la muerte del último de los reyes varones de la dinastía Valois, dado que era la primogénita de la hija mayor del rey Enrique II. Aunque no se consiguió, la candidatura de la joven infanta fue bastante apoyada y permitió a su padre influir de manera destacada en la guerra por la sucesión que asoló el país vecino tras la muerte de Enrique III.
Soberana de los Países Bajos
Pero el tiempo pasaba y la supervivencia del futuro Felipe III parecía cada vez más segura. Con el paso del tiempo, Felipe II vio la necesidad de asegurar el futuro de su querida hija para cuando él faltase.
Y decidió hacerlo al mismo tiempo que trataba de solucionar uno de los problemas más acuciantes que le habían atormentado durante su reinado: el de los territorios de las Diecisiete Provincias de los Países Bajos, que se habían rebelado en su contra en 1566.
Felipe II decidió concertar el matrimonio de sus dos hijos supervivientes al mismo tiempo.
El futuro Felipe III se casaría con Margarita de Austria-Estiria, quien sería la hermana del emperador Fernando II. Mientras tanto, Isabel Clara Eugenia se casaría con su primo, el archiduque Alberto. Felipe II casaba a su hija no con un pariente desconocido vinculado a la rama imperial de los Habsburgo, sino con uno de sus colaboradores y parientes de mayor confianza.
Su hermana María, esposa de Maximiliano II, había mandado a España a la mayoría de sus numerosos hijos varones para que se educaran durante un tiempo bajo la tutela de su hermano.
Uno de esos archiduques fue Alberto, que se mantuvo siempre en la órbita de su tío Felipe II. Éste le confió importantes puestos, Fue arzobispo de Toledo y su tío le nombró virrey de Portugal y Gobernador de los Países Bajos, entre otros cargos de confianza. Y sería él finalmente a quien elegiría para casar a su hija.
En este matrimonio, que acordó poco antes de su muerte, Felipe II especificaba que la pareja recibiría como dote los Países Bajos. Gobernarían en ese territorio como monarcas, aunque con algunas cláusulas que mantendrían su política unida a la del titular de la Monarquía de España. En todo caso, serían sus monarcas y sus hijos heredarían su propiedad.
Sin embargo, también se especificaba que si la pareja no tenía hijos legítimos que les heredasen, en el momento en el que uno de los cónyuges murieran, los Países Bajos volverían a la Monarquía Hispánica. Su independencia, por lo tanto, dependía de que el matrimonio permaneciese unido y de que tuviera descendencia superviviente.
Poco después de la muerte de Felipe II el 13 de septiembre de 1598, se celebraban las dobles bodas e Isabel Clara Eugenia partía hacia sus nuevos territorios. Ambos primos tuvieron una relación bien avenida y cercana, compartiendo muchas visiones políticas. Juntos trataron de asegurar la paz, fomentando la firma de la Tregua de los Doce Años, que dieron un muy necesitado respiro al territorio mientras trataban de arreglarse los diferentes problemas políticos que le asolaban.
Construyeron también una corte floreciente donde protegieron el arte y la cultura, estando Rubens entre sus artistas predilectos. Sin embargo, la pareja no consiguió la descendencia que aseguraría la independencia de los Países Bajos.
De Soberana a Gobernadora
El de 1621 fue un año negro para Isabel Clara Eugenia. Ese año falleció su hermano Felipe III, dejando el trono a un jovencísimo e inexperto Felipe IV, recientemente casado con la ahijada de Isabel, su tocaya Isabel de Borbón.
También murió ese mismo año su marido, Alberto, después de un largo periodo de problemas de salud. Y, por último, 1621 marcaba el fin del periodo comprendido en la Tregua de los Doce años, firmada en 1609, sin que los problemas que habían provocado la guerra anterior estuvieran solucionados.
La muerte de Alberto suponía la vuelta de los Países Bajos al titular de la Monarquía de España, por lo que Isabel dejaba de ser la soberana del territorio. Isabel expresó su deseo de volver a España y establecerse en el convento de las Descalzas Reales, donde había pasado mucho tiempo de niña junto a su tía y sus hermanos. Pero su sobrino Felipe IV le pidió que permaneciese en los Países Bajos como su gobernadora, necesitado de una persona de su experiencia política, su conocimiento del territorio y su talento.
Isabel Clara Eugenia aceptó y permaneció en Bruselas durante doce años más, gobernando una zona que volvía a estar dividida por la guerra. Isabel Clara Eugenia intentó proteger los territorios que gobernaba y favorecer la prosperidad que ella y su marido habían alentado, enfrentándose de vez en cuando a los dictados de su sobrino y expresándole firmemente sus convicciones sobre la mejor forma de actuar.
Bajo su mando se cosecharon importantes victorias militares y también derrotas, en un ambiente internacional crecientemente conflictivo al que se unieron nuevos enfrentamientos con Francia y los principales momentos de la Guerra de los Treinta Años. Isabel Clara Eugenia murió el 1 de diciembre de 1633 en Bruselas y fue enterrada en la catedral de San Miguel y Santa Gúdula de Bruselas junto a su marido Alberto.
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