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La fuerza de El Señor de los Anillos sigue intacta muchos años después de que su creador diese vida a un universo propio por el que millones de personas se han dejado llevar a lo largo del tiempo.
Un mundo paralelo que no es sino una proyección del autor, una extensión de su vida personal, profesional y emocional.
Apenas unas semanas después de que se cumpliesen 15 años del estreno de la primera de las películas de El Señor de los Anillos dirigidas por Peter Jackson, cinco de sus principales protagonistas se volvían a reunir, mucho tiempo después de haber coincidido en un rodaje épico en los impresionantes parajes de Nueva Zelanda.
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Con los inseparables Frodo, Merry y Pippin de nuevo bajo el mismo techo, llamó la atención la ausencia de Samsagaz Gamyi. Sean Astin, que interpreta a Sam en la trilogía, no se prodiga demasiado en público últimamente, y una de sus últimas apariciones sonadas fue en el programa Shark Cage hace ya casi dos años, pero no deja de extrañar su ausencia en la reunión.
Puede que a Astin, que encarnó al entrañable Mikey de Los Goonies cuando tan sólo tenía 13 años, el éxito de la Comunidad del Anillo no le haya marcado como a sus compañeros, o que todavía le peserecordar que fue quien menos cobró. Nos limitaremos a pensar que simplemente no pudo asistir a esta comida entre viejos camaradas por problemas de agenda.
Sea como fuere, la cuestión es que volver a ver juntos a tres hobbits, un elfo y un dúnadan nos ha hecho pensar en aquellos que no estaban, como Astin, y en los que ya nunca podrán estar, como Christopher Lee, que interpretó al ambivalente Saruman. Pero también nos ha recordado que, aunque parezca mentira, hace apenas unas décadas, esas palabras -“hobbit”, “elfo”, “dúnadan”- no existían.
La vigencia de El Señor de los Anillos es indiscutible, incluso sin que tuviéramos al cine o a las estrellas de Hollywood para recordárnoslo. La tremenda obra de John Ronald Reuel Tolkien cumple con las definiciones de lo que se considera “un clásico” en Literatura, como aquella de Azorín que concluye que en los clásicos nos vemos a nosotros mismos.
En el interesantísimo documental sobre Tolkien y su obra, Tolkien. Las Palabras, Los Mundos, el experto en literatura medieval de La Sorbona, Leo Carruthers, explicaba cómo los libros del autor británico no se refieren a una sociedad en particular sino que se convertían en universales al “situar lo humano en un territorio mitológico”, un lugar que no pertenece a nadie sino que es en sí mismo universal. Y sin embargo, en ese mundo que discurre en paralelo al nuestro, había mucho del hombre, del ser humano concreto que fue J. R. R. Tolkien.
Este profesor de la Universidad de Oxford fue un hombre tranquilo, que se pasó prácticamente toda su vida inventando historias, parajes, idiomas… Tolkien (1892-1973) tardó 16 años en escribir El Señor de los Anillos, una obra que él mismo se encargó también de ilustrar. Lo que empezó siendo un entretenimiento en las horas de hospital, soportadas al contraer fiebre durante la I Guerra Mundial, y luego una manera de estimular la imaginación de sus hijos, acabó convirtiéndose en una obra universal. Las vivencias cotidianas de un solo hombre pasaron a formar parte de la vida de todos.
Lengua y Literatura
Tolkien hizo de su pasión su profesión. Fue profesor de lengua y literatura inglesa, especializado en lenguas anglosajonas. Empezó desde muy joven a crear lenguas propias; no eran una lista de palabras sino que respondían a una lógica lingüística: tenían una base gramatical sólida, un origen etimológico, su propia grafía, etc.
Quenya, Sindarin, Lengua Negra (la de Mordor), Oestrón… son algunas lenguas de El Señor de los Anillos que beben directamente del inglés antiguo y en general de las lenguas del norte de Europa, especialmente el finés, un idioma cuyo origen y relación con lenguas vecinas es difícil de situar. Ocurre lo mismo con otra de las grandes influencias de Tolkien, el galés. Antes de convertirse en filólogo, en sus años de juventud, descubrió que a pocos kilómetros de la ciudad donde vivía, Birmingham, se hablaba un idioma de palabras largas y aparentemente impronunciables. Un descubrimiento que le marcó de por vida.
Ya antes, en su infancia, Tolkien quedó maravillado por un género muy definido de literatura infantil: las leyendas medievales, como las del Rey Arturo, y la mitología de los países nórdicos. Le causó especial impresión el Beovulfo (Beowulf), el poema inglés más antiguo que se conoce; una epopeya épica –en la línea de lo que sería después su obra- compuesta de 192 páginas y 3182 versos donde aparece un personaje muy inglés que fascina a Tolkien: el dragón.
El amor romántico
Las relaciones que se pueden ver entre Arwen y Aragorn en El Señor de los Anillos o de Lúthien y Beren en El Silmarillion, son claramente muestras de amor romántico, el amor que todo lo puede. Ella elfa, él humano. Se nos puede venir a la cabeza Romeo y Julieta, o la lucha por el amor interracial, pero es probable que Tolkien no estuviera pensando más que en su propia experiencia: ella protestante y tres años mayor, él católico y paciente hasta que tuvo la mayoría de edad y pudo declararse, algo que hizo que Edith Mary Bratt rompiese su compromiso de boda. Permanecieron juntos cerca de 60 años.
Naturaleza vs Máquina
Las películas de Jackson se rodaron en los exuberantes paisajes de su Nueva Zelanda natal, pero para el pequeño Tolkien el verde poderoso de la Madre Naturaleza, aquellos árboles que escondían multitud de personajes imaginarios, eran los de la Inglaterra profunda y los del recuerdo vago de sus primeros años en Sudáfrica.
Su infancia en Sarehole hizo que desarrollase un amor por el campo que cultivó toda su vida, y que se vio brutalmente interrumpido cuando las penurias económicas hicieron que su madre se mudase a Birmingham con sus hijos. Aquella ciudad era el paradigma absoluto de las consecuencias de la Revolución Industrial: un lugar lúgubre y muy alejado de los caminos que había recorrido de niño.
A menudo se relaciona “el anillo” con la máquina, la industria. Una pieza que puede ser inofensiva e incluso buena en manos de un hobbit como Frodo, pero que es capaz de desencadenar tempestades y transformar en villanos a los que eran sabios, como Saruman. Para Tolkien, este poder maléfico de la máquina se hizo especialmente palpable y doloroso durante la II Guerra Mundial. La máquina al servicio de la muerte provocó que se cumplieran sus peores vaticinios.
J. R. R. Tolkien y sus circunstancias
La biografía de Tolkien está plagada de similitudes con las peripecias de los personajes que pueblan sus libros. No sólo con la identificación entre su matrimonio y la pareja formada por Beren y Lúthien, sino también por ser huérfano, como Frodo; por su estilo de vida, como el de los hobbits; o por sus experiencias como combatiente. Tolkien vivió en las trincheras la camaradería entre aquellos que no se tienen más que los unos a los otros, pero también supo plasmar en la Comunidad del Anillo la complejidad y las contradicciones que se dan entre quienes defienden una misma causa pero son, al mismo tiempo, inevitablemente diferentes.
La historia de Tolkien es sin duda la de El Señor de los Anillos y es, como decíamos, un poco la historia de todos.
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