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Hace pocos días, trascendió la noticia de un ladrón (en China) que asaltó a una mujer en un cajero automático apostado en la vía pública. Hasta aquí, por desgracia, nada inusual. En la China o en Pernambuco.
Como se ve grabado por la cámara de seguridad, cuando la víctima terminaba de retirar su dinero, este ladrón irrumpe en escena y obliga a la joven a volver a introducir su tarjeta de crédito para sacar más dinero, arrebatándole el que ya había extraído: el botín del ratero.
Sin embargo, la muchacha no tiene demasiado saldo en la cuenta. Eso parece decir la pantalla. El ladrón se da cuenta. Dubitativo, inquieto… y, tras no pensarlo por demasiado tiempo, consciente de la situación económica de la muchacha, probablemente más delicada que la suya, termina por devolverle el dinero que le había arrebatado al comienzo del encuentro.
Vemos, al final de la grabación cómo el ladrón parece sonreír (sí, lo hace y de manera ostensible), y el rostro de su víctima descolocado y asombrado (¿le han robado? ¿no lo han hecho por pena? ¿queda algo más triste por ver?, quizá se pregunta), mientras le ve de espaldas, caminando por donde sus pasos le llevaron hasta ella y su ausencia de dinero.
Aquí, el video del ratero que devuelve el dinero a su víctima
con un saldo + precario que el suyo
Esta breve historia ha traído a mi memoria el caso de otros ladrones inusuales, por comportamiento o por fin; algunos menos listos de lo que se espera de un ladrón. Y, no, no estoy pensando en Robin Hood, ese ladrón que no se sabe si existió o no… Hablo de estos:
Dos ladrones ‘disfrazan’ sus caras con un marcador permanente
Sucedió en octubre del año 2009, en Carroll, en el norteamericano estado de Iowa. En la comisaría de la localidad se recibe una llamada en la que se alerta que dos ladrones, vestidos con sudaderas encapuchadas y con los rostros pintados con rotulador están intentando penetrar en una casa.
Efectivamente, cuando la policía llega al lugar de los hechos encuentra a Matthew Allan McNelly, de 23 años, y Joey Lee Miller, de 20 años, con sus caras pintadas como podemos ver en la imagen con rotulador negro, que no podían borrar. El fallo de estas lumbreras fue que pintaron sus caras con un marcador negro permanente. 😀
Lógicamente, a la policía, este ineficaz disfraz facilitó su reconocimiento, avisado antes por el vecindario.
El ladrón robado… que se queja de inseguridad
Mauricio Fierro, un ladrón brasileño, fue la víctima que no quería ser. Y no solo una, sino dos veces en la misma noche.
Fierro estacionó su auto frente a una farmacia que pretendía robar. Como había visto en cientos de películas, dejó el motor en marcha para poder huir rápidamente con sus ganancias. Esto pasa por no tener compinche…
Comienza la acción…
Mauricio penetra en la farmacia y consigue unos cuantos billetes de la caja registradora, sale y corre hasta el vehículo… pero el coche no está allí. Alguien lo ha robado.
Incrédulo, meditabundo, Fierro, con la bolsa del dinero en la mano, parece no saber qué hacer. Así las cosas, otro hombre aparece a la carrera y, dando un tirón, le arrebata el botín.
Enfadado por haber sido robado, Mauricio Fierro se dirigió a la comisaría de policía para denunciar el crimen.
Pero allí se topó con el dueño de la farmacia a quien acababa de robar. La policía lo arrestó inmediatamente. Lo más curioso es que Fierro fue entrevistado por medios locales y se quejó de la “inseguridad” que vivía la ciudad. También dijo que comprar su coche le había costado “mucha sangre, sudor y lágrimas”. Cuando los reporteros le preguntaron si había comprado el auto o no, Fierro, con una inteligencia desmesurada, reveló que lo había robado el día anterior.
El premio que no es tal
No sé si se siguen enviando. Creo que sí porque la estulticia del ser humano no conoce límites y en lo que respecta a la ambición… aún más. Hace tiempo era usual recibir cartas que te decían que habías ganado un suculento premio, normalmente en metálico, y que para obtenerlo solo tenías que llamar a un número telefónico. Todo era una estafa de tamaño singular, pero sé que había gente que creía que era cierto. Leían su nombre en letras en poderosa negrita y, creo, su ego se veía reconfortado… hasta hacerles pensar que aquella patraña era cierta.
Esta es la historia de un iletrado, además de terrorista, que es por lo que dio con los huesos en la cárcel. Creyendo que obtendría un premio, como los imbéciles a los que me refería antes, no supo distinguir algo tan sencillo como un cartel de ‘se busca’.
Su nombre: Mohammad Ashan. De ‘profesión’: comandante talibán, residente en Afganistán.
La cosa es que Mohammad era (es) uno de los muchos talibanes perseguidos por la policía y la justicia. En este caso en el distrito de Sar Howza de la provincia de Paktika; quienes había puesto precio a su cuerpo mortal en la cifra de 100 tristes dólares. Ashan vio un cartel con su nombre y la cifra, y no sabemos la razón, si fue ignorancia o qué, pero nunca pensó que ese cartel le reclamaba. Así es que, se dirigió a una comandancia de policía y preguntó por su premio…
Según los funcionarios, Ashan había entendido mal el significado de “buscado”. Los oficiales lo arrestaron inmediatamente.
Los controles biométricos confirmaron que el hombre que la policía afgana había detenido era el presunto insurgente.
La cuestión es que Mohammad era sospechoso de planear al menos dos ataques contra las fuerzas de seguridad afganas. Cuando la policía, incrédula, le preguntó: ‘¿es usted?’ Mohammad Ashan respondió con entusiasmo: ‘Sí, sí, ¡soy yo! ¿Me van a dar mi premio ahora? “