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La costumbre egipcia de escribir cartas a los familiares fallecidos, su constancia histórica, es uno de los rasgos culturales más simbólicos y representativos de la exótica mentalidad predominante en el antiguo Egipto.
Sabido es que la escritura tenía una importancia esencial en la cultura egipcia, no solo eso, estaba dotada de una peculiar elegancia estética y su origen era divino, de ahí que su uso fuera muy concreto y su conocimiento lo poseyeran unos pocos elegidos: los escribas fundamentalmente.
Es por todo ello, la escasa correspondencia hallada por los arqueólogos es estudiada con veneración en los claustros de egiptología.
El esquema de las cartas que escribían los egipcios a sus muertos
Los escritos a los muertos seguían el esquema formal de las cartas y eran trazadas en cuencos de cerámica, telas o papiro, siempre a modo de ofrenda.
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Pero ¿qué escribían? Sorprendentemente su contenido no solía versar sobre asuntos trascendentales o acerca del más allá, al contrario, trataban sobre asuntos tan terrenales como enfermedades, partos, deudas… llegando en ocasiones a contener reproches hacia el fallecido por haber dejado a los vivos en situación de penuria.
Los egipcios creían en dioses y espíritus como los causantes de los acontecimientos, así que nada mejor que invocar la intercesión de los parientes muertos para solucionar cualquier problema que algún espíritu maligno pudiera causar.
En el imaginario colectivo egipcio, los espíritus de familiares muertos debían encargarse de llevar el caso concreto y a su causante, el agente maligno, ante los dioses, que se configuraban de tal modo como los garantes de la justicia.
El mundo de los muertos y el mundo de los vivos estaban misteriosamente entrelazados y he ahí la razón por la que se escribían las cartas a los muertos, pero también de que se realizaran las ofrendas de tipo que fueran.
Esta singular costumbre egipcia tenía una larga tradición pues se remonta a finales del Imperio Antiguo, según los hallazgos más recientes, y se mantendría viva hasta finales del Imperio Nuevo, unos mil años después. La costumbre de escribir cartas mutó curiosamente en ese momento y, en vez de dirigirse a los parientes muertos, se remitían directamente a los dioses. El motivo no era otro que el auge notable del culto personal con los dioses durante el mencionado periodo final del Nuevo Imperio.
Nada mejor que ejemplificarlo a través de estas dos magníficas curiosidades arqueológicas:
La primera carta
La primera es una carta escrita al fallecido sacerdote Intef en el conocido como Cuenco de El Cairo:
En cuanto a la sirvienta Imiu, que está enferma ¿verdad es que no estás luchando por ella día y noche, contra quienquiera que sea, hombre o mujer [difuntos], que está actuando contra ella? ¿Por qué deseas que tu “puerta” esté tan desolada? Lucha hoy por ella con renovado vigor, de modo que pueda mantenerse tu hogar, y se verterá agua en tu honor [alusión al agua vertida durante el culto de las ofrendas]. Si no haces nada tu hogar será devastado. ¿Acaso es posible que no estés al corriente de que la sirvienta es quien, entre toda la gente, mantiene el funcionamiento de tu hogar? Lucha por ella, vigílala. Sálvala de quienquiera que sea, hombre o mujer, que esté actuando contra ella. Así, tu hogar y tus hijos se sustentarán. Es bueno que tengas esto en cuenta.
El Cuenco de Berlín
La segunda curiosidad nos ha llegado en el Cuenco de Berlín, en la que un hombre se dirige a su difunta esposa:
Fuiste traída aquí, a la ciudad de la eternidad sin que tuvieras razón alguna para enojarte conmigo. Si resulta que estos “golpes” [no se especifican] se están dando con tu consentimiento, entonces piensa que la casa está en manos de tus propios hijos, y aun así ha llegado de nuevo la miseria [de modo que haz algo al menos por tus hijos]. Si resulta que esto es fruto de odio hacia ti, entonces tu [difunto] padre es grande en la necrópolis [es decir, haz que él nos ayude]. Si la acusación recae sobre tu propio cuerpo, abandona por el bien de tus hijos.
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