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Las mentiras de los racistas. ¡Justicia para Nahel!

Foto de Constant Loubier en Unsplash

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El otro día, una persona que lleva dándome collejas desde hace cincuenta años, y yo aguantándolas porque se me explicó que era un ser sagrado, se sorprendió que tras su última colleja le haya pegado una paliza que casi la mato. Es más, se orientó el foco sobre mi paliza en vez de sobre los cincuenta años que aguanté recibiendo las collejas. Casi se me hizo creer que las collejas realmente me las daba yo mismo con la mano de esa persona. Por lo visto la reacción al ataque, por mi parte, fue desproporcionada o, al menos, injustificada, sobre todo ilegítima. Por lo visto no tenía derecho a alterarme ni a ser yo violento, no se consideraba legítima defensa. Debo entender que 50 años de collejas no da derecho, ni equivale, a poder asestar una gran paliza a esa persona.

Lo bueno de no ver la tele, leer periódicos y escuchar la radio es que te ahorras las presiones manipuladoras de las mentiras y de las mediocridades que en ellos habitan de forma natural al servicio de los poderosos y de las poderosas. Lo malo es que tardas en enterarte de acontecimientos importantes. Lo bueno es que cuando llegas al acontecimiento puedes investigar no solo una versión sino las que fueron propagándose durante ese tiempo de tardanza.

Los y las racistas mienten con intenciones de odio y de aterrorizar:

-Los policías no estuvieron en ningún momento en peligro. Fueron ellos los que se tiraron sobre el coche. Ellos amenazaron con matar a Nahel. Ellos aterrorizaron al joven. Ellos pusieron en peligro la integridad de la población de los alrededores de la escena asesinando a un conductor de un coche automático (si levantas el pie del freno, avanza). Ellos amedrentaron al extremo al joven.


-Nahel no estaba haciendo ningún “rodeo” (carrera por las calles del barrio). Nahel no aceleró contra los policías ya que estaba detrás de otro coche parado sin posibilidad de adelantar. Ningún coche puede aún desplazarse de forma lateral en paralelo a un muro. Nahel no tiene ningún historial delictivo como difundieron como sermón dogmático en todos los grandes medios de comunicación. No robó el coche, fue alquilado. Condujo sin permiso de conducir como decenas de miles de conductores en Francia. No escapó a ningún control policial. No se negó a ser controlado. Fue amenazado de ser disparado por dos policías que no se habrían atrevido a hacer lo mismo a un terrorista. Nahel era menos conocido de la policía que Sarkozy, y a este nadie le disparó.

Los racistas y las racistas mienten porque la mentira es el instrumento principal de su relato reaccionario:

Aunque parezca que escriba para intentar convencer a los y a las racistas de dejar de lado esa peligrosa ceguera, no es la intención, mi ingenuidad la dejé a los 17 años. Escribo para que los que creen o quieren ser no racistas tengan argumentos ante el discurso envenenado de los y de las racistas.

Motines asociados a traficantes de drogas, sin saber que los traficantes de droga, precisamente, no quieren motines que molestan y ponen en riesgo su negocio. La estupidez de los argumentos racistas o llamando al orden es desolador pensando en los avances mentales e intelectuales de la humanidad sobre sí misma. ¿Qué les molestó a los jóvenes del barrio de Nahel? Que lo hayan abatido y que hayan mentido sobre lo que había pasado, sabiendo que los asesinatos de este tipo concluyen con una impunidad, con una amnistía. ¿Qué les molesta a la clase dominante? Que les toquen a sus propiedades, a sus negocios, pues, entonces, los jóvenes les molestan allí. Un país, una clase dominante que no tuvo reparo en denunciar y arrestar a miles de judios, muchos niños, para enviarlos a los campos de exterminio, llama a la calma, a la no violencia. ¡Va!

Los y las líderes racistas desean mostrar que hay un desequilibrio de empatía por parte de los que no son racistas entre si es un policía que mata a un joven de la periferia y lo contrario, siempre con la intención de desviar el foco del asesinato hacia componentes morales. El hecho diferenciador, el hecho racista que hace un Estado racista y por consiguiente una justicia racista es el siguiente: el joven que mata a un policía (caso que no existe en toda la historia de estos 50 años salvo en la mente del y de la racista), es arrestado, juzgado, condenado y va a la cárcel. El no racista ve la sanción como justa. En cambio, los policías que matan a jóvenes (una lista muy larga de asesinatos en estos 50 años), son arrestados si se insiste mucho mucho sino ni eso, son juzgados si se insiste mucho mucho, e incluso insistiendo mucho, ninguno fue a la cárcel.

Ante esta realidad, comprobable, los y las racistas no hacen ni caso y siguen con el business de la xenofobia. Por lo visto debe ser muy rentable. El racista y la racista después de ver las imágenes no cambia su relato, no cambia su discurso, los policías estaban arriesgando su vida para evitar que un coche conducido por un joven de tez magrebí atropellase a peatones y a ciclistas con el coche parado. En eso debo confesar que comparto ese método de pensamiento. En efecto, yo sin ver las imágenes hubiera mantenido mi misma percepción, la misma versión que la vista en las imágenes, no hubiera cambiado mi discurso ni mi relato. Por mi parte porque son actitudes de sicarios en uniforme demasiado repetitivas en Francia. Cuando incluso se indicó que el policía era un antiguo militar, para que vamos a contar más. Y aquí en España tras cinco días del asesinato, todavía hay periódicos de gran difusión que identifican a Nahel como “un joven negro”. ¿Me pregunto si no vieron ni las fotos del joven? ¿Ni eso saben hacer?

Luego, viene otro hecho diferenciador entre los y las racistas y los y las que no lo somos, tanto por instinto, pero sobre todo por el análisis que toda persona debe hacer en su vida sobre el funcionamiento de la sociedad. Este concierne la fase de la protesta, del motín, de la violencia callejera, de los pillajes. La ejecución de este chico sería un pretexto para el vandalismo, para los saqueos por parte de, por supuesto, negros y árabes. Eso venden los y las racistas y eso compran los y las racistas y los y las ignorantes que aún no dieron un paso hacia el racismo exhibicionista. He aquí la superchería, espero que al menos para los y las que no son racistas, no quieran serlo, pero les cuesta a veces argumentar, les sirva: no hubo vandalismo, no hubo pillajes cuando los terroristas que atentaron en estos últimos años, que eran ante todo franceses, con tez magrebí y negra, fueron abatidos por las fuerzas del orden. ¿No era un pretexto también? ¿No era un momento para mostrar su solidaridad, su rabia de ver, según las tesis de los y de las racistas, a uno de los suyos abatidos? La revuelta es por la injusticia, por la inocencia, por el abuso extremo de la autoridad armada, porque cuando esa autoridad la usan contra “negros” y personas de “origen árabe” que son culpables, no hay solidaridad, no hay revuelta, no hay pillajes.

Ya que mencioné a los terroristas, animo a comparar y a ver las imágenes que muestran bastante menos valentía por parte de las fuerzas de seguridad ante este tipo de delincuente que ante un joven de 17 años conduciendo a las 08:00 de la mañana un martes sin permiso de conducir. Es más, recuerdo perfectamente sin tener que volverlo a ver cómo toda una brigada de élite de policías especialistas en la lucha contra el terrorismo no pudieron entrar a por el que se escondió en un supermercado al día siguiente de los atentados contra la revista Charlie Hebdo. ¡Y eso que era negro! Fue él quien corrió, sin armas, hacia los policías para que le disparasen, no se atrevían a entrar porque podía hacerse volar con un cinturón de dinamita. Ya saben, para evitar controles, a ponerse un cinturón de esos. Las fuerzas del orden francesas se diferencian de las belgas, alemanas, británicas, suecas, españolas por matar a los terroristas. Son prácticamente incapaces de arrestarlos. Sin tampoco tener que volver a verlo, me recuerda a un joven terrorista, el último eslabón de una de las primeras células terroristas del fanatismo islamico en Francia, al principio de los noventa, que fue abatido cuando estaba rodeado en un pueblo tras una traca de varios días, y sobre todo, cómo herido de muerte, en el suelo, lo remataron. Pues aún así, una muerte controvertida si miramos hacia los supuestos preceptos de la democracia, del lema de república francesa y de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, no hubo protestas, no hubo manifestaciones, no hubo lo que se llama tras la muerte de Nahel de vandalismo para justificar la represión contra las protestas por una injusticia flagrante. Era incorrecto también, pero no era “injusto” moralmente.

Los revolucionarios de 1789, tras conquistar el poder con violencia, vandalismo, terror, redactaron la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en cuyo artículo 12 dice que “la garantía de los derechos del hombre y del ciudadano necesita de una fuerza pública: por consiguiente, esta fuerza está instituida para el bien de todos, y no para la utilidad particular de a quiénes se confió dicha fuerza”. El artículo siguiente, el 13, explica que todo el pueblo debe contribuir al gasto que conlleva el mantenimiento de esta fuerza. Quizás los y las racistas no perciben, por lo que ya se mencionó anteriormente sobre su psique, que una persona cuando enfila el uniforme tiene una mayor responsabilidad porque se convierte en sí en un representante del gobierno. Los y las racistas leen esto, y a modo de darme la razón, se apresuran a balbucear que por eso mismo hay que respetarlos. Pues sí, por eso que esas personas que no les respeta están sancionadas y juzgadas con diligencia. No pasa al revés. La madre y la abuela de Nahel no cotizaron para que les matasen a su hijo y a su nieto por conducir sin carnet. Además, se debe entender que hay una relación directa entre gobierno y fuerzas de seguridad, y lo que más cerca tienen los manifestantes no es el gobierno.

En su afan de amalgamar, para confundir, para tergiversar, para desviar el tema central del asesinato de Nahel y de todos los anteriores, los y las racistas aluden a la diferencia que, según ellos y ellas, existe cuando un terrorista mata a agentes del orden. Otra mentira más, les parece poco más de un millón de personas manifestándose tras los atentados contra los integrantes de la revista Charlie Hebdo. No se manifestaron para rechazar y empatizar solo con las familias de las víctimas de la revista sino también por los policías abatidos durante los atentados. Los antidisturbios no gasearon dicha marcha. Animo a ver esas imágenes e ir borrando de ellas a negros, magrebíes e inmigrantes para ver que queda. No sé si pueden llegar a darse cuenta que el policía que abatió a Nahel no es un terrorista, es un policía. Las mentiras de los y de las racistas son malintencionadas, son violentas, son asesinas. El hecho diferenciador significativo es que los terroristas no existen para protegernos, la policía sí. No tiene la misma entidad moral un terrorista y un policía. Los y las racistas equiparan, ellos y ellas, a estas dos personas. Los terroristas no están autorizados a llevar armas, la policía sí. Los terroristas son delincuentes, la policía no lo debería ser. El Estado, para los y las racistas, sería laxista con los delincuentes de los suburbios. Lo vimos una vez más en este caso. Falso por supuesto. Lo que existe son unas fuerzas de seguridad repletas de racistas y violentos, autorizados para llevar armas porque deben proteger al conjunto de la población de las acciones delictivas. Los y las racistas mienten para alimentar los conflictos que disfrutan como el vampiro ante el olor a sangre.

Por cierto, los terroristas sí eran conocidos de la policía, quizás demasiado, quizás tuvieron demasiadas estrechas relaciones, sí tenían un historial delictivo, pero llegaron armados hasta los dientes hasta el centro de París. Si los que mataron a Nahel, con ese instinto tan desarrollado y educado para oler al árabe y al negro delincuente hubieran estado por allí, no habrían ocurrido esos atentados.

Los y las racistas quieren hacer creer que los disturbios y el terrorismo son debidos a la salvaje cultura de los negros y de los árabes, en general, de los inmigrantes, es decir, potencialmente 7 mil millones de personas menos unos centenares de franceses de verdad, que resisten como pueden, ellos y ellas originarios de una cultura cuyos canónes se basan en el pacifismo, la no violencia y la tolerancia que organizaron la trata de esclavos, el colonialismo y la Shoah hasta hace muy poquitos años. Ellos y ellas tras estos grandes periodos de su humanidad, por lo visto, ya comprendieron que la violencia no era buena y piden a los negros y a los árabes que lo entiendan. Quieren hacer creer que los negros y los árabes llevan en la sangre ser conductores sin carnet de conducir, que son saqueadores tales fueran los vikingos, eso sí, vestidos de chandal. Una imbecilidad de este calibre, a nivel mismo del construido sobre el antisemitismo, pasa a ser un referente en los grandes medios de comunicación desde hace 50 años. Calumnia que queda algo, es una de sus principales estrategias.

Todos los días, desde hace cincuenta años en Francia, los líderes, las organizaciones racistas inundan el espacio informativo con sus mentiras asesinas. Incluso si ese joven hubiera atropellado a un peatón cinco minutos antes, incluso si hubiera sido un asesino recidivista, no da derecho a la autoridad republicana a dispararle a matar. Los arrestados por las protestas de estas noches como de tantas protestas que jalonan las últimas cinco décadas a lo largo y ancho del Hexágono, serán juzgados e irán a la cárcel o tendrán las sanciones que contempla la ley gala. Dos días después, un joven de 20 años difunde en Snapchat el nombre y la dirección de la vivienda del policía que mató a Nahel. Fue arrestado, juzgado y condenado a 18 meses de cárcel de los cuales 12 meses no firmes, probatorio durante dos años. Ninguno de los youtubers, streamers de extrema derecha, que están difundiendo su alegría por este asesinato, alentando a que hayan más fue, por el momento, arrestado, y menos juzgado, y menos aún condenado. Dos pesos, dos medidas = racismo de Estado. Tan solo los y las jóvenes de la alta burguesía y de la alta aristocracia francesa pueden conducir sin carné de conducir, incluso estando drogados y drogadas. No son un peligro.

Y para qué andar con rodeos, los de verdad, los de las mentiras: pillan e incendian lo que se les deja pillar e incendiar. Una estrategia vieja como la historia de las civilizaciones. Hitler que mandó incendiar el parlamento alemán, culpó del mismo a los comunistas, y los tontos y las tontas se lo creyeron. Le permitió reprimir a diestro y siniestro. Claro que se les permite e incluso animan a que destrocen su barrio, no los distritos de los ricos que suelen estar protegidos de verdad porque, como he dicho antes, para los traficantes de drogas es mejor estar tranquilos y protegidos. Internet está repletos de vídeos, sobre todo a raíz de las protestas de los chalecos amarillos, de polícias de incógnito destrozando escaparates o lanzando objetos contra los antidisturbios. Se sabe porque unos minutos después, esa misma persona aparece con el brazalete de distinción de policía. Lo digo porque seguro que algún listo o alguna lista ya estaba con el argumento de “si es incógnito, cómo lo sabes”, para seguir desviando el tema. En mi caso, no me hizo falta ver los vídeos, lo presencié con mis propios ojos entre 1991 y 1998 durante las múltiples manifestaciones en las que participé. ¡Qué curioso ese referente a los 17 años de los que se levantaron contra esta injusticia que sufrió Nahel! La misma edad con la que también me levanté, quizás por eso, me parece entender mejor lo que está ocurriendo. Ya en esos años de los noventa, los suburbios estaban despolitizados. A pesar de lo que dicen los y las racistas en su infame relato, las organizaciones de izquierda y de extrema izquierda no penetraron esos barrios hasta el punto de tener organizados a esta juventud. Son pocos los politizados comparado al número que reúne su grupo social. Los que lo son, son moderados, son del diálogo infinito, son de las marchas silenciosas, de los que “hay que esperar lo que diga la justicia, estamos en una república”. El lema en 1986 fue “Nunca más”. Guapo, fue poco eficaz. Tras las imágenes de los incendios, que no digo que no quedan bonitos en televisión para insultar y escupir sobre las protestas, los y las racistas están intentando elevar su visión apocalíptica de negros y árabes enfurecidos saqueando a todos los franceses y a todas las francesas, sumando a su relato la idea de una “guerra civil”, recogido por toda la prensa española como un mantra de la verdad absoluta de un Dios creador. Si Dios supiera que cada vez sus más fieles partidarios lo están convirtiendo en un nazi, haría rebotar la tierra contra el sol.

“Guerra civil”, la verdad que el dedo posado en el móvil al aparecer esa expresión entre las noticias suele irse para allá antes que hacia el submarino del Titanic. Obviamente, toda esta gente que aviva la injusticia con venenos de múltiples sabores, no saben lo que es una guerra civil, ni cuáles son sus ingredientes mínimos. Entre ellos que todos los bandos estén politizados, de lo cual aquí el elemento sublevado carece. Sería diferente, lo será quizás dentro otras décadas, que este elemento colabore con otro como el de los chalecos amarillos. Estos necesitan la fuerza de este elemento que también procede de las capas populares y más sufridoras de la sociedad. Una “guerra civil” tiene líderes. Aquí no hay. Ni tan siquiera la organización que pueda solidarizarse más, empatizar más con los disturbios puede ser líder de este elemento. ¿Dónde están los miles de revolucionarios que Francia ha ido fabricando, alimentando a través de un amplio abanico de partidos, organizaciones y grupos? En casa, porque están controlados por el propio Estado, precisamente para controlar que no haya revolución. Ya, sé que alguno y que alguna se pueda descolgar de esta mirada aquí expuesta, pero ¿dónde están los dirigentes sindicales? No los ví ni con el telescopio. No se está ante una guerra civil, otra mentira de los y de las racistas.

La violencia no resuelve los problemas. ¡Claro! Está visto que el diálogo y la no violencia, tampoco. La violencia es una reacción humana cuando se obstaculizan las soluciones por las vías de la no violencia. La resistencia a esas soluciones, estructurales, económicas y sociales construye una olla a presión. Los estallidos son por definición incontrolables. Todos los incendiarios, y no me refiero a los amotinados de las noches posteriores al asesinato, sino a todos esos políticos, periodistas, que insultan y mienten a discreción no solo contra los inmigrantes sino contra los franceses que no son blancos y católicos, enfermos con microfonos abiertos todos los días, más presentes que una publicidad de sodas, se frotan las manos. El negocio del racismo y de la xenofobia va bien. Años de estudios, diplomas universitarios, pagados por papá y mamá, para no ser capaz de pensar porque están ciegos de violencia. Ya sé que existe un negocio del “antirracismo”, pero es como comparar el negocio de una multinacional (el del racismo) con el de un pequeño comerciante de barrio (el del antirracismo). El primero lleva siglos de experiencias delictivas, de violencia organizada, el segundo ni mata ni resiste, hace vivir a cuatro personajes.

Asistimos a la desfachatez de la clase dominante francesa, que lo es tras guillotinar al rey Luis XVI y sacudir con violencias extremas el país durante años hasta conquistar el poder, indignarse, rebelarse contra las violencias mucho menos violentas que las suyas tras soportar la sociedad de abajo su dominio de corrupción y guerra desde hace 200 años. Este año se cumplen los 40 años de la marcha por la igualdad de 1983, un intento de acabar con las agresiones racistas y la impunidad de los agresores cuando pertenecían a las fuerzas de seguridad y a los nostálgicos de la “Argelia francesa”. Es decir, el discurso racista, xenófobo, apocalíptico no varió, y eso que en 1983 había muchos menos inmigrantes, mucho menos problemas en los barrios de la periferia, pero la misma clase dominante, el mismo gobierno, la misma policía, y su mismo discurso. El hip hop comenzaba a llegar, venido de Estados-Unidos, no había una cultura rap, a la que le quedaría un lustro por emerger, es decir, lo único que no ha cambiando es el discurso, la soberbia, la mentira de los y de las racistas y sus organizaciones políticas y periodísticas. Yo tenía 9 años y me había impactado el asesinato de un árabe en el llamado tren del infierno, acorralado hasta ser tirado del tren en marcha por dos militares. Mataban hasta niños de 10 años de origen magrebí porque no le gustaba a un vecino nostálgico el “ruido”, de tarde, de los petardos. Los franceses son muy exquisitos con el respeto por el silencio y su monótono e insulso ritmo de vida (cada cual su ritmo, por supuesto), y eso daba derecho a matar. Hartos no solo de esas agresiones mortales sino de la impunidad de sus agresores, se llevó a cabo dicha marcha que duró dos meses. Sin embargo, mi consciencia seguía adormilada hasta que tres años después, con 12 años, ocurriera el asesinato de Malik Oussekine, un joven mulato, estudiante, que salió de escuchar jazz cerca de una manifestación y fue apaleado hasta la muerte por una brigada motorizada antidisturbios. Mi consciencia nació en ese momento. Me pregunto ¿Cuándo nace la consciencia de un racista? ¿Cuando un joven de 17 años alquila un coche y lo conduce? ¿Cuando un áfricano le roba la cartera, pero no cuando Le Pen roba a hacienda? ¿Cuando le molesta ver a un árabe tener un apartamento mejor que el suyo? ¿Cuando un vietnamita recibe la misma subvención que él, haciendo creer que él no recibe ninguna? Los y las racistas son mentirosos y mentirosas por naturaleza.

Los políticos y las políticas tienen la preocupación (es falso, es parte de su comedia para seguir vagueando de la política) de “proteger las instituciones republicanas”. Nahel no era una institución republicana, no había que protegerlo, ni vivo ni ahora muerto. Se atrevieron los policías que lo asesinaron y las autoridades policiales que intentaron tapar esta violencia racista, a denunciarlo justo a continuación. Sí, sí, presentaron una denuncia contra una persona que ellos mismos acababan de matar. Que yo sepa, solo conozco el caso del dictador Francisco Franco que denunciaba y condenaba a personas ya fallecidas, mientras diseñaba pantanos. En este caso, la institución republicana a proteger es la que asesina. Además, se debe saber que Nanterre no es un suburbio como otros de las afueras de París. Allí está la universidad de Nanterre, de no poco prestigio. Allí, en esa universidad, en ese barrio, se inició el famoso Mayo del 68. La verdad es que es impresionante el nivel de ignorancia de los y de las que opinan sin saber nada de nada, tan solo movidos y movidas por su odio, que en en los casos periodísticos forma parte de su business para una vida acomodada con base en la mentira. Por cierto, se vertieron contra esa juventud del 68 las mismas mentiras, el mismo odio que ahora para justificar la represión. No eran hordas de “negros” y de “árabes”, pero su líder era un “judío alemán”. Obviamente, son contextos diferentes, pero no tan tan diferentes. Lo que quiero apuntar aquí, para los que quieren entender la situación al margen del vociferio de la propaganda racista y xenófoba, es que Nanterre, por decirlo de una manera que se entienda, no es Saint-Denis, siendo ambos suburbios por posicionamiento justo en la frontera con el París intramuros, no lo es con todo lo que implica desde hace años el concepto de la palabra francesa de “banlieue” (barrio periférico y/o suburbio). Hay incluso una “banlieue” burguesa. Una persona que no conozca la región parisina oyó hablar de Saint-Denis, no solo por haber instalado allí el gobierno el estadio de fútbol de la selección francesa en 1998. Allí nació el primer gran grupo de rap a finales de los ochenta y principios de los noventa (NTM) que hará parte de la música de la famosa película “El odio” (La haine, 1995) del realizador Mathieu Kassovitz, cuya temática es exactamente la que estamos viviendo en estos días. Este también actor participó en la primera marcha convocada tras el asesinato de Nahel. Así pues, sin aventurarme mucho, no parece que se haya oído, en general, el nombre de Nanterre. No estaba en la cabeza del ranking de los barrios más sensibles. Como no lo eran la cantidad de pueblos que estas noches sufrieron disturbios, siendo una prueba más, que la reacción de este estallido juvenil ha sido generada por la violencia de la ejecución de Nahel, y sobre todo, de las mentiras difundidas por la prefectura de policía para justificar e inocentar a los dos policías.

Este trágico acontecimiento no es un suceso, es la historia de Francia puesta encima de la balanza. Subyacen muchos factores a analizar y no estoy preparado para tanto. Pero siguiendo con el relato del business racista está el de la “legítima defensa”. ¿Qué decir durante los motines? ¿No se sintieron en peligro los efectivos de las fuerzas del orden, incluso los que estaban en las comisarías que fueron incendiadas? ¿Por qué no dispararon? ¿No sería legítima defensa? ¿Por qué no disparan si saben que probablemente pueda poner los “violentos” en riesgo la vida de inocentes republicanos y republicanas? Solo el policía que se echó sobre el capó de un coche parado conducido por un chico de 17 años desarmado, amenazándole de meterle una bala en la cabeza, atizado por otro colega que le animaba a dispararle se encontraba en posición de legítima defensa? Atentos y atentas debemos estar ante la proliferación masiva de las mentiras contra Nahel. No fue un viernes o un sábado a la una de la mañana, eran las 08:20 un martes, día laboral, en el bullicioso tráfico parisino. No es la mejor hora, no solo para hacer un rodeo como dijeron los defensores del asesinato sino incluso para conducir en un París en obras y en hora de tráfico denso. Dicen sin rubor, que no son racistas. ¡Ay cuánta ceguera! Cuando se estaba acordonando la zona del asesinato, un policia escuchando a una mujer protestar, con educación, le contesta: ¡”Vuelve para África”! Ná, una clase dominante racista porque profundamente colonialista y esclavista, tiene un gobierno racista que tiene unas fuerzas del orden racistas a su imagen y semejanza. No hace falta hacer muchas ecuaciones. Que entre ellas cuenten con agentes de piel negra o de origen árabe no la hace menos racista. Hubo esclavos que lucharon defendiendo a sus amos o creyendo que iban a cambiar con el diálogo, por conocerse mejor. El gobierno francés tiene para ello a M’Bappé… su insigne Tío Tom, al que los y las racistas, a pesar de su “gran mediación”, ya están apuntando.

Tan preocupados por evitar una tragedia, unos atropellos, y quien puso en peligro a los peatones fueron esos dos policías que abaten (uno dispara, los dos se animan a disparar) un conductor en pleno tráfico de una mañana de trabajo que se acaba estrellando contra el poste que indicaba que estaba en la plaza Nelson Mandela. Un milagro que no hubiera habido un atropello mortal. Dicen los y las racistas que no hay que juzgar al policía, que hay que esperar a los resultados de la investigación y de la justicia, a la vez que juzgan al muerto para afirmar y repetir que era un joven delincuente, que no era un santo, que había alquilado un coche caro. Eso les fastidia mucho mucho, es su nivel intelectual de evaluación de la situación: desde cuando un árabe puede conducir un coche caro y yo, francés “sin antecedentes” (otra mentira), estoy con mi Peugeot destartalado desde hace 20 años. Se quejan incluso de los periodistas, que obviamente tras ver las imágenes fueron cambiando un poco sus primeras versiones, que según ellos presentan al chico, como un joven de 17 años, jugador de rugby (un deporte muy francés, o alguien vio ¿un partido de rugby de Argelia o de Marruecos?), alumno de formación profesional en mecánica, que conducía un coche alquilado sin carnet de conducir. Se quejan del trato mediático que para ellos defendería a Nahel (derisorio), viendo como sus quejas son trasladas a la tele, en los periódicos y en las radios. Su ceguera es mortal para la paz de la sociedad.

La clase dominante está tranquila a pesar de su propaganda del miedo. Estos jóvenes no son aún sans-culotte, el sistema republicano logró hace tiempo ya, precisamente tras la marcha de 1983, desconectar la consciencia de clase de esta juventud que sí podría ser una fuerza revolucionaria. Antes de llegar a 1789, hubo antes, durante siglos multitud de motines, la clase dominante lo sabe perfectamente, es veterana, juega con el contexto, juega con el conflicto, pero lo tiene todo controlado aún. No tendrán lo que se merece y sería de justicia: un golpe de estado de las banlieues. No son los hijos y las hijas de la clase obrera, lo son del lumpenproletariado. No les respalda ni un Marat ni un Robespierre ni un Babeuf. Por desgracia, este año se adelantaron los fuegos artificiales del 14 de julio, debido a un joven francés que no lo es porque su tez es del norte de África que durante más de un siglo era Francia, pero que no de verdad, al que le gustaban las motos, como a los policías que le dispararon.

No olvidemos que solo tienen derecho al legítimo pillaje la clase dominante, su gobierno y sus instituciones. Estos adultos de “la cultura del esfuerzo” con sus hipócritas y amenazadores mensajes contra la juventud no van a convencerla con su “cultura del miedo”. La escuela de la República fabricó y fabrica revolucionarios y revolucionarias, no lo dudo, pero como reacción a ella. ¡Cómo fabricó a tantos y tantas racistas!

¡Justicia para Nahel!

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