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Los doce de la fama: con ese irónico sobrenombre fueron conocidos, en las altas instancias militares, los doce soldados españoles que voluntariamente marcharon a la guerra de Vietnam en el más absoluto secreto, tanto que aún hoy día son pocos los que conocen la historia de la participación española en aquel conflicto.
Estados Unidos se desangraba en Vietnam desde que Francia se viera abocada a abandonar la zona varios años atrás.
Ya en el año 1966, el desespero empezaba a impregnar muchas de las decisiones políticas y militares del gobierno de Lyndon B. Johnson – el sucesor del asesinado J. F. Kennedy –.
El clima en las calles de las principales ciudades de los EEUU era de creciente hostilidad y por ello se buscaban nuevas estrategias y nuevos aliados para ganar una guerra que se estaba alargando demasiado tiempo.
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Lyndon B. Johnson le pidió a Franco colaboración en la Guerra de Vietnam
En este contexto, el presidente norteamericano pidió a Francisco Franco la colaboración de las tropas españolas en la guerra. Para Estados Unidos, España era una aliada incómoda, aunque útil, en el ámbito de la Guerra Fría contra el bloque comunista.
Lo había sido en mayor o menor grado desde la presidencia de Dwight D. Eisenhower gracias al anticomunismo del régimen.
En cualquier caso, el aislamiento español la convertía en un socio proclive a secundar cualquier propuesta de la gran potencia norteamericana, o eso pensaba el presidente norteamericano.
Franco se niega a colaborar
Semejante contestación no hizo sino acrecentar las presiones del gobierno norteamericano sobre el español para una colaboración efectiva en el sudeste asiático.
Tanto fue así que España tuvo que ceder ante el amigo americano, aunque fuera de forma simbólica a través de una misión sanitaria compuesta por 12 hombres, los conocidos como ‘12 de la fama‘.
Quiénes fueron los doce de la fama
Se trataba de médicos, enfermeros y practicantes que viajaron en absoluto secreto hasta el delta del Mekong en lo más crudo de la guerra.
Nada más llegar a Saigón, al sur del país, a los protagonistas de esta historia les sorprendió el hecho de que sus habitantes trataban de hacer su vida con normalidad a pesar de que las bombas no cesaban de caer en las calles, de hecho, se habían acostumbrado al caos y con el tiempo también lo harían los españoles.
Como si de una escena de Apocalypse Now se tratase, la expedición española fue transportada en helicópteros hasta el Hospital Provincial de Go Cong, a casi 50 kilómetros al sur de Saigón, muy cerca del Mar de China.
Vietnam Españoles en la guerra
Pronto se percataron de la ingente labor que les esperaba: además del calor, la altísima humedad y la continua llegada de heridos en helicópteros, tendrían que atender sobre todo a vietnamitas del sur y también a guerrilleros del Vietcong, que llegaban bastante maltrechos.
Según el testimonio de los protagonistas, la población civil sufría un porcentaje elevadísimo de tuberculosis crónicas, casos que no parecían merecer la pena desde el punto de vista americano.
Los enfermos de paludismo, disentería y hepatitis compartían las camas, a veces dos y tres personas, con civiles heridos por las minas, y comían lo que sus familias les llevaban.
Las medicinas tardaban en llegar y eran frecuentemente robadas por el Vietcong y otras mafias.
Los niños con paludismo cerebral llegaban por docenas y, aunque los tratamientos existían, esos pequeños entraban ya en coma y morían muchísimos.
Los propios españoles sufrieron innumerables ataques,tanto en el hospital como en los desplazamientos a los muchos poblados que rodeaban la ciudad, debido a la cercanía del cuartel general del Estado Mayor Sudvietnamita.
A pesar de que resultaron heridos en diferentes momentos, ninguno abandonó la misión.
Tanto el primer destacamento como los siguientes reemplazos llegaron a atender a decenas de miles de personas; pero también tuvieron ocasión de compartir tiempo libre y cervezas con los norteamericanos, sobre todo con los más afines: tejanos, portorriqueños y negros; sufrieron la ofensiva del Tet del año 1968, la única norvietnamita en toda la guerra; siendo testigos de la corrupción generalizada de los habitantes de Saigón y, en general, de las barbaridades de una guerra especialmente cruenta.
En los cinco años que permaneció la misión en Vietnam fueron condecorados en varias ocasiones y llegaron a poner su nombre a un puente.
Pero cuando llegaron a España en 1971, como le sucedería a John Rambo en la ficción, nadie se dignó en recibirles y ningún mérito les fue reconocido. Tuvieron que tragar con ello.
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