Los inicios de una nueva ERA en las series de televisión
Desde que se inventó el televisor la ficción seriada venía siendo algo así como la hermana tonta, y pobre, del séptimo arte.
El cine era el que contaba con los mayores presupuestos, los mejores actores, medios y, con especial énfasis, las mejores cabezas pensantes del mundo del entretenimiento.
Lo cual se traducía en buenos guiones, meritorias adaptaciones y, en general, un nutrido grupo de excelentes películas año tras año.
Desde que se inventó el televisor la ficción seriada venía siendo algo así como la hermana tonta, y pobre, del séptimo arte.
El cine era el que contaba con los mayores presupuestos, los mejores actores, medios y, con especial énfasis, las mejores cabezas pensantes del mundo del entretenimiento.
Lo cual se traducía en buenos guiones, meritorias adaptaciones y, en general, un nutrido grupo de excelentes películas año tras año. Hollywood como meca mundial del cine ha vivido varias edades de oro con directores de la talla de John Ford, Fred Zinnemann o Billy Wilder; y más recientemente Stanley Kubrick, Coppola o Steven Spielberg. Pero, en los últimos tiempos, las tendencias están variando rápidamente.
El cine hollywoodiense está de capa caída, las buenas películas escasean y la industria subsiste en gran medida gracias a simplonas superproducciones plagadas de efectos especiales y de secuelas, remakes, precuelas o pre-precuelas, en un alarde encomiable de falta de imaginación.
Indudablemente el público ha terminado por acudir cada vez en menos ocasiones a las salas de cine, su alto precio y las descargas en Internet también han sido su causa.
Es en este punto cuando aparecen las series de ficción. Las series de televisión norteamericanas han marcado el paso desde los años 60, inspirando a los países receptores a la hora de producir (a veces plagiar) sus obras.
En todo caso y con pocas variaciones las series han venido atrayendo a una variada y creciente audiencia; además las productoras se ahorraban bastante dinero en su creación, ganaban con la publicidad que interrumpía los capítulos y eran productos rápidos y fáciles de desechar. Solían proporcionar entretenimiento fácil cuya temática iba desde la comedia de enredos (Cheers, Frasier, Seindfeld, Friends…) hasta la temática juvenil (Sensación de vivir, Los vigilantes de la playa, Aquellos maravillosos años…), pasando por la familiar (Bonanza, Cosas de Casa, El príncipe de Bel-Air…), la dramática (Dallas, Falcon Crest…), la de acción (Starsky & Hutch, Los hombres de Harrelson, El coche fantástico, El equipo A, MacGyver…) e incluso de ciencia ficción (la precursora V o Buffy cazavampiros).
A pesar de su paulatino perfeccionamiento y su seguimiento, algunas como Seinfeld lograron en su última y novena temporada audiencias espectaculares, eran productos que invariablemente iban a remolque de las películas de Hollywood; no obstante, algo empezó a cambiar en la década de los noventa con la aparición de un nuevo tipo de series más realistas, de temática menos manida y más imaginativa.
Así surgieron series de culto como Twin Peaks, del debatido director cinematográfico David Lynch, o Expediente X, que se adentraba en el mundo de lo desconocido desde la óptica de los agentes del FBI Fox Mulder y Dana Scully, su novedad más sorprendente era que la interpretación paranormal de Mulder siempre se imponía frente a la racional y científica de su compañera.
Su fantástico éxito y su excelente guión (el hilo conductor de la conspiración extraterrestre) llevaron la serie al cine y a ganar mucho dinero. También surgieron series que buscaban mostrar la cotidianeidad con gran verosimilitud, podía ser en un hospital – la mítica Urgencias– o de un cuerpo de seguridad – Policías de Nueva York –.
Cada vez más actores ‘serios’ se prestaban a hacer cameos, la ficción televisiva generaba muchos beneficios, ganaba credibilidad y aumentaba su calidad. Así nacerían poco después productos tan populares como CSI, Prision Break, El ala oeste de la casa blanca o la vibrante 24. Con el cambio de siglo, Internet y la aparición de nuevas generaciones, más exigentes, se modificó aún más radicalmente el entretenimiento.
Se produjo un nuevo salto de calidad y surgieron los ‘serieadictos‘ a lo largo y ancho del planeta. La idea de la industria del ocio era personalizar sus obras, con estudios psicológicos y de mercado, para que fueran al tipo de público que habían previsto, de ahí la actual, creciente y abrumadora producción seriada, que ha dado lugar a una nueva profesión, variante del crítico cinematográfico, especializado en series de televisión.
En este prolijo escenario surgieron series de televisión que se podían equiparar al séptimo arte en todas las facetas, además daban un imaginativo giro de tuerca respecto a su temática: si salía una serie nueva de médicos, estos ya no se limitaban a curar sino que tendían cómicos enredos – Scrubs – muchos enredos sexuales – Anatomía de Grey – o se centrarían en la genial y patológica conducta del protagonista – House –.
Otra variante la componían las series que iban más allá de los límites tradicionales: ejemplos de lo dicho son la sorprendente Dexter, cuyo protagonista encarna a un psicópata homicida, con ‘buenas’ intenciones eso sí; y la explícita Californication, con las aventuras sexuales de una deprimente novelista adicto a las mujeres.
Todo ello era consecuencia de la ansiada búsqueda del realismo (fenómeno análogo al iniciado por la literatura decimonónica con los realistas Balzac o Dostoievski, los naturalistas como Zola y, ya en el siglo XX, con el realismo sucio), que se traducía es la desmitificación de épocas históricas presentes y pasadas.
En ese sentido una de la precursoras fue Los Soprano, que mostraba sin romanticismos la implacable violencia de la mafia. Respecto a los años de entreguerras tenemos la notable Boardwalk Empire, que ha contado con la participación de Martin Scorsese. Tampoco el lejano oeste se libra de la impertinente e indiscreta mirada actual, en Deadwood se narra magistralmente, y con vocación histórica, la fundación de un pueblo fronterizo en plena época de la fiebre del oro finisecular.
Dicha perspectiva también se dirige al presente, apuntando la mirada a historias de la América profunda, ahí está Hijos de la anarquía describiendo la violencia y corrupción de una banda de moteros californiana, o Breaking Bad, que se desarrolla en torno a un profesor de química, enfermo terminal, que tratara de solucionar los problemas económicos familiares produciendo droga con la ayudade un antiguo alumno.
Prácticamente han tocado todos los géneros: la comedia, con productos que también han evolucionado aunque mucho menos, las más seguidas son The Big Bang Theory con el desternillante Sheldon, The Office (en sus dos versiones inglesa y americana) y Cómo conocí a vuestra madre; el género fantástico, con Juego de Tronos; o el terror: con la surrealista American Horror Story y la sangrienta The Walking Dead.
En efecto, desde el año 2000 muchos actores, directores y guionistas se pasaban a la televisión, atraídos por el dinero, la libertad creativa y las excelentes audiencias, ya fuera en la televisión por cable, canales especializados, en DVD o por Internet. No es extraño por tanto que surgieran obras maestras como la realista The Wire, cuya brillante trama policial, ambientada en Baltimore, trasciende hasta alcanzar una perspectiva completa de las cloacas de la sociedad y del ser humano.
Otro ejemplo es la sombría The Killing, con su ritmo pausado y su enigmático crimen por resolver. En general, la vocación generalizada es la verosimilitud, aún en series de ciencia ficción: fue el caso de Perdidos, (Lost) verdadera genialidad del género que lamentablemente suscitaba tantas incógnitas al espectador que su resolución última no estuvo ni de lejos a la altura de lo que se esperaban sus seguidores.
Esto nos lleva a la cara B de la televisión: la archiconocida tendencia de los guionistas de tratar de alargar el producto hasta que la serie desfallece o simplemente empeora, muy pocas se han escapado de un final decepcionante o, ni siquiera eso, de perder audiencia y terminar precipitadamente. Y es que la idea de la ABC, la AMC, la mítica HBO o la Fox, entre otras, sigue una lógica aplastante: cuánto más tiempo se consiga atrapar al espectador más dinero se gana.
En fin, todas ellas (y muchas más que no cabrían en este artículo) son productos de calidad que nada tienen que envidiar a una buena película, proporcionando entretenimiento durante más tiempo.
Destacan sobremanera por el magistral dominio de las técnicas narrativas; por presentar personajes que caminan sabiamente entre el prototipo y la singularidad; por sus diálogos significativos, originales; sus desgarradoras tramas shakesperianas que giran en torno a las pasiones humanas; su verosimilitud; por sus inesperados giros argumentales; y por cierta propensión por la ironía, el humor cínico, con una visión del ser humano sombría, lúcida y brutal, que se refleja especialmente en la forma de tratar la violencia o el sexo.
Conforman así un cóctel fascinante al que pocos, cada cual con sus series favoritas, se pueden resistir.
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