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El Hombre siempre ha observado el cielo tratando de hallar respuestas. Encontrar otras formas de vida inteligente ha sido, y es, una de ellas.
Desde la Antigüedad hasta el proyecto SETI (Search for Extra Terrestial Intelligence) nacido en los ochenta del pasado siglo, la Historia está plagada de ejemplos que ponen de manifiesto la necesidad de encontrar esas respuestas, esos contactos con seres que habiten en el Universo. Ejemplos, como ahora veremos, hay muchos.
La imaginación de escritores, directores de cine, y artistas en general, ha sido el fundamento para que la conciencia colectiva pergeñara unos modelos en los que realidad y Ciencia Ficción, han convivido. Hay que tener en cuenta que en 1850 solo se conocía la existencia de 5 planetas, se descubrían en ese tiempo la existencia de las manchas solares o se localizaba un satélite de Marte.
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Hasta entrado el siglo XIX, el conocimiento del Universo era realmente escaso.
Ante la escasez de recursos con los que observar el espacio, algunos científicos intentaban resolver el problema dando una vuelta de tuerca.
Si nosotros no los vemos, quizá ellos nos vean a nosotros.
Así, al matemático Karl Friedrich (1777-1855) se le ocurrió que se podía dibujar, en los trigales de la estepa siberiana, un gran triángulo que pudiera ser indicio de la existencia de vida inteligente en la Tierra.
Por su parte, Joseph von Littrow (1781-1840), un astrónomo de origen austríaco, proponía que fuese en el Sahara donde se excavaran unos amplios canales, se incendiaran, de tal manera que se pudiera alertar a los extraterrestres de nuestra presencia.
Cierra esta breve lista de propuestas Charles Cros (1842-1888), físico, poeta e inventor francés que sugirió al gobierno de su país que instalara un espejo gigante que reflejara la luz del sol hacia Marte, a ver si nos veían…
Aún con todo, es en ese tiempo, a finales del siglo XIX, cuando se comienza a ver el cielo, el Universo con más certezas que las que pudo tener Galileo o Ticho Brahe, cuando, con los primeros telescopios buscaban el movimiento de los astros y planetas.
En 1877, Giovanni Schiaparelli, descubrió que precisamente en el mencionado Marte existían una especie de canales, situados en línea recta, que recorrían el lejano paisaje marciano.
Quizá fue este el primer atisbo, optimista, eso sí, de la posible existencia de vida en el Planeta rojo. Esos canales, vistos por Schiaparelli desde el telescopio del Observatorio de Brera, en Milán, despertaron la curiosidad en su tiempo. ¿Acaso no podían ser producto de la mano de alguien? ¿De alguien inteligente, de alguien que habitaba o habitó tan lejano suelo?
Y es que Marte, por su “cercanía”, ha sido objeto de estudio pormenorizado desde que la Ciencia y el avance técnico han dado su oportunidad.
Percival Lowell
El más significativo es el caso de Percival Lowell, interesado por los secretos que esconde el negro firmamento, y con una fortuna confortable, se dedicó de lleno al estudio de las estrellas.
En 1895 publicó su primer libro.
Titulado elocuentemente, “Mars“, en él describía sus teorías sobre la existencia de vida en Marte, después de los estudios que había realizado. El libro se vendió muy bien y con él abríó conjeturas que afirmaban la existencia de vida extraterrestre.
Un año después de la publicación del libro mencionado, Lowell inició la construcción de un ambicioso observatorio en un lugar idoneo, en Flagstaff, Arizona, aún en funcionamiento. Su elevado optimismo, quizá sus ganas, le llevaron a afirmar el descubrimiento de “estructuras artificiales” en Marte.
Relacionaba los canales descubiertos por Schiaparelli con construcciones realizadas por habitantes del planeta para trasladar agua desde los casquetes polares hasta el ecuador marciano.
No fue tomado muy en serio por ello, de hecho, pronto tales afirmaciones se tomaron a broma.
Por suerte para su memoria, el tiempo ha dejado su legado a buen recaudo.
Su trabajo, sus observaciones, se conservan en su observatorio con respeto, a pesar de sus imprecisiones.
El descubrimiento de las ondas de radio
Un hecho fundamental en la observación del Universo para astrónomos y hombres de Ciencia con interés en mantener contacto con otros seres lejanos a nuestro planeta, fue el descubrimiento de la ondas de radio en 1887.
Y fue dar el salto al siglo XX, para que la teoría sobre la posibilidad de que nos pudiéramos comunicar, cobrara cierto sentido.
No ha trascendido, eso sí, qué tipo de mensaje fue el que, supuestamente, recibió.
David Todd, un científico norteamericano tuvo una idea que, cuesta creer, llevó a la práctica.
Experto en eclipses y en el movimiento de los planetas, Todd construyó un globo que elevaría al cielo entre el 29 y el 30 de agosto de 1924. No escogió esa fecha al azar. Era el momento en el que Marte y la Tierra estaban más próximos.
En dicho globo viajaría una radio dispuesta a recibir y captar las posibles señales que provinieran del espacio.
Lo curioso de esta historia es que solicitó al ejército norteamericano que cerrase por unos minutos todas las transmisiones de radio que se pudieran producir en la zona. Estaban en Washington. Y el ejército accedió.
Durante el experimento se produjo un hecho sorprendente. C. Francis Jenkins, colaborador de Tood, precursor del televisor e inventor de un artilugio que registraba fotomontajes de radio, captó una extraña señal. Esa señal se conserva en nuestros días.
Consta de nueve metros de longitud por unos quince centímetros de ancho. Su visión recuerda a lo que podría ser el perfil de una persona, pero también podría no ser nada.
Para Todd, más crédulo, era eso: un mensaje que había que descifrar.
Para saber más:
Percival Lowell, Marte y sus canales.
El Primer hombre en la Luna. Colección Penguin