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Entre los muchos retratos reales que decoran las paredes del famoso Kunsthistorisches Museum de Viena existen muchas imágenes vinculadas a la rama española de los Habsburgo. De hecho, podríamos mencionar muchos, desde los famosos retratos de la infanta Margarita y del príncipe Felipe Próspero, pintados por Velázquez, que allí se conservan, hasta uno de los retratos más famosos de Juana La Loca, pasando por otros muchos ejemplos que allí se conservan.
Sin embargo, si nuestros pies nos llevan alguna vez hasta las preciosas salas de este museo, probablemente corramos el riesgo de no fijarnos en uno de los retratos más interesantes relacionados con la Monarquía Hispánica que se encuentran en esta institución.
Pues, escondido en una de las salas laterales, lejos de la promoción dada a los cuadros de Velázquez, Rubens o Tiziano que decoran sus salas, se encuentra una maravillosa pintura realizada por Bartolomé González.
En ella, aparecen dos figuras. Una es una niña de aproximadamente tres años. Es la infanta Ana de Austria, la que llegaría a convertirse, como reina de Francia, en un verdadero mito gracias a la entretenida (e históricamente muy inexacta) obra de Alejandro Dumas “Los Tres Mosqueteros”.
Pero es la figura que tiene al lado la que llamaría toda nuestra atención. Es su madre, la reina Margarita de Austria-Estiria, esposa de Felipe III quien se nos presenta ataviada de forma enormemente lujosa y haciendo énfasis en su prominente vientre que, en ese momento, albergaba al que sería el futuro rey Felipe IV.
Así, ensalzando su estatus con su aspecto y la fertilidad (y el poder que esta le daba) a través tanto de su embarazo como de la hija que la acompañaba, se nos presenta esta reina que ejerció en su breve vida mucho más poder del que hasta hace poco se imaginó.
Una reina “por casualidad”
Margarita de Austria-Estiria nació en Granz el 25 de diciembre de 1584. Era hija del archiduque Carlos II de Estiria y su esposa María Ana de Baviera. Si bien pertenecía a una rama cadete de la Casa de Austria, la falta de descendientes de sus primos imperiales, los emperadores Rodolfo y Matías, y los archiduques Alberto, Ernesto y Maximiliano, obligaron a buscar nuevas opciones sucesorias para ellos. Los hijos varones del mencionado matrimonio se alzaban como los más a propósito para cumplir con este fin, contando con la aquiescencia de la rama española, a priori la primogénita, que permitió tal sucesión después de algunas compensaciones y arduas negociaciones ya a principios del siglo XVII.
Así, el hermano mayor de Margarita, Fernando II, se acabaría convirtiendo en Rey de Hungría y Bohemia y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico décadas después.
Esta mencionada falta de descendencia de la rama imperial de los Habsburgo también provocó que las hijas de Carlos II de Estiria se situaran en la primera línea del mercado matrimonial europeo en las décadas finales del siglo XVI. Por ejemplo, dos de sus hijas se convertirían en reinas de Polonia (al casarse, casualmente, ambas de forma sucesiva con el rey Segismundo III); otra se convertiría en Gran Duquesa de Toscana y una cuarta llegaría a ser la esposa de Segismundo Báthory, además de Magarita, que llegaría a sentarse en el trono de la que todavía era la Monarquía más extensa de Europa.
Felipe II también volvió la vista hacia estas archiduquesas a la hora de buscar una esposa para su único hijo, Felipe, a mediados de los años 90 del siglo XVI, y renovar sus alianzas con sus destacados parientes de Centroeuropa.
Sin embargo, Margarita estuvo a punto de no resultar la elegida. Cuando Felipe II y Carlos II de Estiria decidieron formalizar un matrimonio entre sus hijos, el archiduque tenía cuatro hijas solteras de la edad adecuada entre las cuales el príncipe y su padre podían elegir. Dichas archiduquesas casaderas eran Catalina, Gregoria, Leonor y Margarita.
Elección de reina a través de cuatro retratos o echándolo a suertes
Para que el príncipe pudiera realizar dicha elección, se enviaron a la corte de Madrid cuatro retratos presentando a cada una de las princesas a su posible futura familia, en los que la única manera de diferenciar a las modelos era mediante el anillo con la respectiva inicial que lucía cada una de ellas. Se descartó a la archiduquesa Leonor por los informes que habían llegado acerca de su problemática salud y la decisión quedó entre las otras tres hermanas.
Se cuenta que el entones príncipe Felipe era incapaz de decidirse y dejó dicha acción en manos de su padre, que a su vez insistía en que fuera el novio quién escogiese.
Finalmente, la infanta Isabel Clara Eugenia decidió que, si ninguno de los dos podía escoger a ninguna, lo echarían a suertes. Se dio la vuelta a los retratos y se escogió por sorteo aquel al que se debía dar la vuelta y mostrar a la elegida. Cuando el juego terminó, la elegida fue la archiduquesa Margarita.
Sin embargo, al rey le pareció que este método carecía de la seriedad que el caso requería, por lo que finalmente decidió que escogerían a la mayor de las candidatas, que era Catalina Renata.
Sin embargo, Catalina Renata murió repentinamente a los veintitrés años en Granz, antes de que este matrimonio o aquel que se negociaba con Ranucio Farnese pudiera llevarse a cabo. Contrariado, Felipe II pidió entonces la mano de la segunda archiduquesa más mayor, Gregoria.
Esta pedida sí llegó a realizarse, pero una vez más la novia murió antes de que se hiciera efectivo el compromiso, a los dieciséis años. Quedaba entonces disponible únicamente aquella archiduquesa que la suerte había destinado en un principio para acompañar a Felipe III en el trono, la joven Margarita de Austria-Estiria.
Margarita de Austria-Estiria, la enemiga de Lerma
La boda entre Felipe III y Margarita se celebró en 1599, cuando la novia apenas contaba con quince años. Se celebró al mismo tiempo que las nupcias de su cuñada Isabel Clara Eugenia y su primo Alberto de Austria, que se encaminaron rápidamente a los Países Bajos para hacerse cargo del gobierno de aquellas regiones, que el difunto Felipe II le había otorgado en propiedad a través de la dote de la infanta.
El matrimonio entre Felipe III y Margarita de Austria se puede considerar como afortunado para los cánones de la época; con aficiones comunes y una crianza culturalmente muy similar, conectaron muy rápidamente y según los cronistas del momento el rey amó tiernamente a su esposa hasta el momento de su muerte, en 1611, tras apenas doce años de matrimonio y el nacimiento de ocho hijos.
Felipe III sobreviviría a Margarita diez años, pero nunca se volvió a casar y ensalzó su imagen como ejemplo de virtud hasta el final de sus días.
Sin embargo, a su llegada a la corte de su nuevo esposo, la joven Margarita se encontraría con un escollo inesperado: el poderoso duque de Lerma. El favorito de Felipe III sabía que la reina podía convertirse en una amenaza para él, por lo que trató por todos los medios de controlarla poniendo a personas de su confianza en los puestos clave de su casa y limitando su acceso al rey.
Sin embargo, Margarita no se dejó controlar fácilmente por el favorito, al que opuso una importante resistencia.
Margarita tuvo una destacada influencia política, especialmente como defensora de la política imperial, contando con la ayuda, primero de la emperatriz María, y luego de la archiduquesa Margarita de la Cruz y del embajador imperial Khevenhueller.
Como la historiadora Magdalena S. Sánchez demuestra, Margarita puso en práctica todo tipo de actuaciones para conseguir influenciar a su marido y tener acceso a él, desde evitar que se le impusiera un confesor del agrado de Lerma aduciendo motivos religiosos, como fingir enfermedades o problemas con sus embarazos para que su marido fuese a verla o cumpliera con sus designios.
Consiguió pequeñas victorias sobre Lerma, como descubrir ante el rey algunas de sus operaciones menos claras o desterrar a algunas de sus hechuras, pero nunca logró tener el suficiente poder como para hacer caer al valido.
Éste seguía en el poder cuando Margarita falleció y su oposición era tan conocida que corrió el rumor de que Lerma, viendo tambalearse su influencia sobre el monarca, había envenenado a la reina.
Sin embargo, esta falleció como consecuencia del parto de su octavo y último hijo, que recibió el nombre de Alfonso y el apelativo de “El Caro”, pues había costado el altísimo precio de la vida de su madre.
Fue enterrada en el Panteón de Reyes del Monasterio de San Lorenzo El Real de El Escorial, donde todavía hoy reposa, junto a su marido y su hijo y heredero, Felipe IV.