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Mata Hari fue el nombre artístico que la holandesa Margaretha Zelle adoptó cuando se convirtió en una de las bailarinas exóticas más populares de París en vísperas de la Primera Guerra Mundial.
Aunque se desconocen muchos de los detalles de su infancia y adolescencia, se cree que nació en los Países Bajos en el año 1876 y se casó con un oficial del ejército holandés 21 años mayor que ella cuando tenía 18 años.
El matrimonio tuvo descendencia rápidamente. Margaretha dio a luz dos hijos y los cuatro viajaron hasta la Isla de Java donde fue asignado el marido en 1897.
Margaretha marchó a París (…) Fue allí donde tomó el nombre de Mata Hari y pronto atrajo la atención con sus actuaciones en París, Berlín, Viena, Madrid y otras capitales europeas
Al parecer, el matrimonio no fue del todo feliz y no tardaron en separarse. La pareja regresó a los Países Bajos en 1902 con su hija (su otro hijo, había muerto en Java). El esposo de Margaretha obtuvo el divorcio y retuvo la custodia de su hija.
Margaretha marchó a París, donde se reinventó a sí misma como Mata Hari, una bailarina hindú del templo completamente entrenada en las danzas eróticas de Oriente. Fue allí donde tomó el nombre de Mata Hari y pronto atrajo la atención con sus actuaciones en París, Berlín, Viena, Madrid y otras capitales europeas.
La vida de espía de Mata Hari y las acusaciones
También atrajo a una gran cantidad de amantes aristocráticos y de gran prestigio dispuestos a recompensarla generosamente por el placer de su compañía. Se dice que fue amante de Giacomo Puccini, entre otros.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, los enlaces transfronterizos de Mata Hari con figuras políticas y militares alemanas llamaron la atención de la policía secreta francesa y fue puesta bajo vigilancia.
los franceses sospechaban que era una doble agente, acusada de estar al servicio del espionaje alemán
Los servicios secretos franceses la indujeron a viajar a una España neutral durante la Guerra para establecer relaciones con los agregados navales y militares alemanes en Madrid e informar de cualquier circunstancia a París.
Sin embargo, en el turbio mundo del espionaje, los franceses sospechaban que era una doble agente. En febrero de 1917, Mata Hari regresó a París e inmediatamente fue arrestada; acusada de estar al servicio del espionaje alemán.
Su juicio durante el mes de julio reveló alguna evidencia condenatoria que la bailarina no pudo explicar adecuadamente por lo que fue condenada y sentenciada a muerte.
Esa evidencia era una cantidad de dinero que había recibido de oficiales alemanes y que admitió en el juicio donde, por otra parte, era defendida por un antiguo amante, su abogado, Maitre Clunet. Las acusaciones eran claras: determinar si era espía y trabajaba para el enemigo.
En el año 2001 toda la información relativa al juicio fue desclasificada. Un total de 600 folios con los datos de las declaraciones de los testigos, entre los que se encontraban antiguos amantes de la bailarina, como algún que otro diplomático francés.
Sin embargo, en unos momentos de convulsión social, parece ser que se necesitaba un chivo expiatorio para hacer patente, por parte del gobierno francés, su fuerza y determinación. Mata Hari representaba una culpable ideal para cumplir con este fin, a pesar de que ella negó por activa y por pasiva las acusaciones de espionaje, llegando a afirmar que “podía ser una ramera, pero no una espía”.
En no más de cuarenta minutos el Tribunal determinó que las acusaciones eran ciertas, declarándola culpable y determinando como sentencia la pena de muerte ante un pelotón de fusilamiento.
“Estoy lista”
Mata Hari: la crónica de su último día
Henry Wales, periodista de origen británico, fue uno de los reporteros que cubrió la noticia en el lugar de la ejecución. En su crónica cuenta cómo en las primeras horas de la mañana del 15 de octubre, Mata Hari fue trasladada en automóvil desde su celda de la prisión de París a un cuartel del ejército en las afueras de la ciudad, donde se encontraría con su fatal destino.
No obstante, el periodista también contó que Mata Hari, en esa mañana, realizó un llamamiento directo al presidente francés para pedir clemencia y que, como no podía ser de otra manera, esperaba con expectación su respuesta.
Sin embargo, como ya sabemos, la indicación que recibió sobre su súplica fue la negación de la misma.
Las crónicas cuenta que ni una sola vez, ni durante el juicio ni frente al pelotón de fusilamiento, aparentó Mata Hari debilidad.
El padre Arbaux, acompañado por dos hermanas de la caridad, el capitán Bouchardon, al mando de la ejecución, y Maitre Clunet, su abogado, entraron en su celda, donde todavía dormía: un sueño tranquilo.
Cuando fue despertada, preguntó si podría escribir dos cartas.
El capitán Bouchardon dio inmediatamente su consentimiento, y se le entregaron pluma, tinta, papel y sobres.
Se sentó en el borde de la cama y escribió las cartas, entregándolas a la custodia de su abogado.
Luego se puso las medias, negras, sedosas, vaporosas, grotescas en esas circunstancias. Calzó sus zapatos de tacón alto sobre sus pies y ató las cintas de seda sobre sus empeines.
Se levantó y tomó una larga capa de terciopelo negro, con un pelaje y un enorme cuello de piel. Colocó esta capa sobre el pesado kimono de seda que llevaba encima de su camisón.
Su abundante cabello negro todavía estaba enrollado sobre su cabeza en trenzas. Se puso un sombrero de fieltro negro, grande y ondulante, con una cinta de seda negra y lazo. Lenta e indiferentemente, al parecer, se puso un par de guantes negros para niños. Entonces ella dijo con calma: ‘Estoy lista.’
Apenas eran las cinco y media de la mañana y el sol aún no asomaba por el firmamento.
El automóvil giró hacia la Caserne de Vincennes, el cuartel del antiguo fuerte que asaltaron los alemanes en 1870.
Las tropas ya estaban preparadas para la ejecución. Los doce militares formando el pelotón de fusilamiento, formaban fila, con sus fusiles. Un suboficial estaba detrás de ellos, con la espada desenvainada.
El automóvil se detuvo, y el grupo descendió. La comitiva caminó directamente hacia el lugar previsto, donde un pequeño montículo de tierra se alzaba a una altura de siete u ocho pies y proporcionaba un trasfondo para las balas que no acertaran en el objetivo.
La valentía de Mata Hari
Mientras el padre Arbaux hablaba con la mujer condenada, un oficial francés se acercó, llevando una tela blanca para vendar sus ojos.
‘¿Debo usar eso?’ preguntó Mata Hari, volviéndose hacia su abogado.
Maitre Clunet se volvió interrogativamente hacia el oficial francés.
“Si prefiere no, no importa”, respondió el oficial, dándose la vuelta apresuradamente.
Mata Hari no estaba atada y no tenía los ojos vendados. Permaneció mirando fijamente a sus verdugos, cuando el sacerdote, las monjas y su abogado se apartaron de ella.
Una orden aguda y crepitante y los doce hombres asumieron posiciones rígidas. Otra orden, y sus rifles ya estaban sobre sus hombros. Mata Hari no movió un músculo, según las crónicas.
El suboficial alzó su espada al aire, la bajó y se produjeron los disparos. Sin embargo, Mata Hari cayó de rodillas, pero no estaba muerta.
Durante una fracción de segundo pareció que se tambaleaba, aún de rodillas, mirando directamente a los que le habían arrebatado la vida. Luego cayó hacia atrás, doblándose por la cintura, con las piernas dobladas. Mata Hari yacía boca abajo, inmóvil, con la cara vuelta hacia el cielo.
Un oficial sacó su revólver colocó la boca del revólver casi, pero no del todo, contra la sien izquierda de la supuesta espía. Apretó el gatillo y la bala se rasgó en el cerebro de la mujer.
Para saber más:
Howe, Russell Warren, Mata Hari: The True Story (1986).
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