¿Quién fue Pedro Páez?
Fueron los tiempos de la era moderna – siglos XV, XVI y XVII especialmente – los más pródigos en cuanto al descubrimiento del mundo por parte de los europeos.
Y, aunque enseguida se asocia esta fascinante época a la del descubrimiento y conquista del continente americano, se emprendieron también admirables expediciones a lo largo y ancho del planeta.
Una de ellas, acaso de las más desconocidas, fue la que el autor inglés George Bishop recogió a principios del siglo pasado en su obra “Viajes y andanzas de Pedro Páez: Primer europeo en las fuentes del Nilo”, disponible en español desde 2002.
A principios del siglo XVII, las peripecias de Páez para llegar al continente africano desde Asia bien podrían dar para un entretenido libro: desde las casas que los jesuitas tenían en la India, en Goa y en Diu (ambas bajo influencia portuguesa) hasta la península arábiga, por las actuales Omán y Yemen, atravesando el Mar Rojo disfrazado de comerciante, para alcanzar finalmente la residencia jesuita de Etiopía, sita en Fremona. Su odisea no había hecho más que empezar.
Según nos ha llegado, Pedro Páez era un hombre dotado de un encanto y una personalidad muy sugestiva. Además, era un hombre de gran capacidad intelectual: eminente lingüista, arquitecto, notable retórico y, como buen predicador, era también escritor de obras catequéticas.
Por añadidura tiene el honor de ser uno de los primeros europeos en describir y escribir sobre el café.
A tenor de las buenas relaciones con los gobernantes locales tampoco andaba falto de dotes diplomáticas, llegando incluso a bautizar a dos emperadores de Abisinia.
El primero de ellos – Za Dengel – falleció víctima de su entusiasta conversión, y es que fue precisamente ese hecho el que originó una guerra interna que le habría de costar la vida.
Su sucesor –Susinios III– mantuvo la confianza en Pedro Páez y le agasajó con territorios donde construir una iglesia.
La relación fue tan fructífera que el emperador se convertiría al catolicismo poco antes de morir. Antes, en el año 1618, habían visitado juntos las fuentes del Nilo Azul convirtiendo a este jesuita en el primer europeo en alcanzar tan bello paraje.
Curiosamente, 150 años después llegaría a ese mismo lugar el escocés James Bruce arrogándose el mérito de ser el primero pues, según su criterio, Pedro Páez no habría sido sino un impostor.
Afortunadamente, ningún historiador apoyó ni apoya actualmente la insolente teoría de Bruce. Páez, maravillado ante el espectáculo natural que conforman los arroyos que surgen del lago Tana y consciente de su trascendencia quiso dejar para la posteridad la frase, algo grandilocuente eso sí, en la que confesaba alegrarse «de ver lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el Gran Alejandro y el famoso Julio César».
Aquel hecho, junto a muchos otros, fue escrito en su obra “Historia de Etiopía”, de 1620 y en idioma portugués, de la que se destila cómo Páez fue capaz de mimetizarse en la lengua y costumbres etíopes.
Tras muchas penalidades, largos viajes, notables éxitos y una gran labor misionera, pasó varios años más de infortunio pues fue apresado y fue condenado a las temibles galeras turcas.
Cómo murió Pedro Páez
Finalmente murió de malaria y se cree que está enterrado en una tumba sin nombre de las muchas que surcan las ruinas monumentales contiguas a la fuente del Nilo Azul.
De vuelta a la actualidad, merece la pena señalar que no solo Bishop se ha aproximado al ilustre misionero. Además de un disco musical de homenaje, el escritor Javier Reverte en su “Dios, el Diablo y la aventura” (2003) rescata del olvido al jesuita madrileño Pedro Páez. Hombre de fe, hombre de acción y todo un personaje.