¿Harry Potter es como Daniel Radcliffe? ¿Frodo es como Elijah Wood?

Es cierto, a mi me gusta ver películas ¿A quién no? Quiero decir, a mí me gusta tanto como leer libros.

En la mitología fantástica de los literatos agoreros, existía un prejuicio contra el cine, se suponía que éste venía a desbarrancar a la literatura. Siguiendo esta forma un tanto precaria de temer por el futuro, muchos pensaron que la televisión venía a destronar al cine, y luego que Internet destronaría a la televisión. Y etc., etc. En la mitología fantástica de los literatos agoreros, existía un prejuicio contra el cine, se suponía que éste venía a desbarrancar a la literatura

Nunca pensaron que la creación de nuevos lenguajes abriría campos nuevos de comunicación que potenciaría los anteriores. Sin embargo, cuando la literatura se lleva al cine hay una especie de traición. El cine traiciona y limita a la literatura, no porque sea su intención sino porque las imágenes que el cine brinda siempre son unívocas para el espectador, a diferencia del lector que puede optar por un sinnúmero de imágenes creadas en él, para él, desde él mismo y hacia su interior.

Es por eso que el cine es un fenómeno de masas y la literatura siempre es un fenómeno solitario, en donde cada persona crea su mundo a “imagen y semejanza” de sí mismo. Para quien haya visto películas luego de leer el libro sobre el cual está basada esa película, esto es patente y a veces lamentable.


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A mí me sucedió específicamente con dos películas de renombre (incluyendo todas las secuelas): con “Harry Potter” y con “El señor de los anillos“. Más con esta última que con la primera, quizá por la calidad de escritura de Tolkien, diez veces mejor que la de la autora de Harry.

Cuando vi por primera vez al Frodo que interpreta el actor Elijah Wood en la película “El señor de los anillos” realmente sufrí una gran desilusión. Al observar además que la película había resumido cien hojas de la primera parte del libro a tres minutos de imagen en la pantalla, realmente la desilusión aumentó.

También cuando observé que el espíritu “tolkiano” había sido trastocado: si para mí el libro del autor de “El Hobbit“, “El Silmarillion” y tantas otras obras, hablaba no de batallas sino de otra cosa, esa otra cosa estaba en un segundo o tercer plano en la película. Sin embargo si me desentiendo del libro, el film me gusta. Si me adentro en la trama puedo verlo como algo diferente, es decir, como lo que realmente es: Cine.

Más fiel o menos fiel que el libro original, cada película que se basa en una historia escrita en forma de pura literatura, siempre es algo diferente, porque es otro lenguaje.

El error no está en el director del film sino en el espectador que intenta ver en ella lo que vio en la novela originalEl error no está en el director del film sino en el espectador que intenta ver en ella lo que vio en la novela original.

Con Potter me pasó algo parecido: el libro de J. K. Rowlin no habla sólo de magia hecha por adolescentes, sino de cuestiones más importantes que lo mostrado en la versión para la pantalla.

Es decir, la escoba volando, los viajes en el espacio y tantos efectos que aparecen en la película y que ocupan un lugar primordial, no tienen tanta importancia en el libro. Sin embargo, nuevamente, si me abstraigo del libro, la película habla por sí sola de lo que quiere hablar… y no está mal.

Alguien dijo alguna vez (seguro que un escritor) que el cine nunca podrá superar a la literatura. La literatura es mi propio cinematógrafo, allí elijo el aspecto que tendrá tal o cual personaje y la específica sombra en tal o cual escenario. Digamos que si en el cine completo con mi imaginación un porcentaje muy chico de lo que no veo en la pantalla, en la literatura imagino un noventa por ciento de lo que el autor no me cuenta en su relato. Y en ese sentido la literatura puede ser sanadora porque creo y me recreo en ella teniendo un rol activo. El cine en cambio nos sumerge en algo que está más masticado y que nos es más cómodo.

Es verdad que cuanto mejor sea el cine menos mostrará, dejándole al espectador un rol más activo, pero también es cierto que cuando el cine quiere parecerse a la literatura deja de ser cine.

Puesto a elegir, yo creo que no hay que hacerlo por uno o por otro, pero sí quizá optar con qué imagen quiero quedarme: ¿me quedo con la imagen del Potter que hace el actor Daniel Radcliffe o con la que yo previamente había creado cuando leí el libro? Si somos un poco perezosos, la imagen cinematográfica se impondrá y en ese trayecto que va desde la imagen en nuestro interior hasta el procesamiento de ésta, perderemos un par de neuronas, habrá menos sinapsis y por lo tanto nos haremos un poco menos creativos.

Pero ¿quién quiere hacer un esfuerzo en estos días?

Sin embargo podemos preguntarnos: ¿aceptamos que Frodo es Wood y Potter es Radcliffe, que la escuela de brujería de Harry es la que muestra la pantalla, que el Gollum hecho con efectos especiales en las películas es mejor que el que recreamos en nuestro interior? ¿O tiramos por la borda todas estas imágenes de otros y nos dedicamos nuevamente a recrearnos en esas imágenes primarias que eran sólo nuestras y que perdimos en la butaca de un cine cualquiera?

“Ser o no ser” decía el Hamlet de Shakespeare en alguna versión interpretada por Laurence Olivier o el más moderno Kenneth Branagh. “Imaginar o no imaginar” dice el adagio de los que se preguntan. No hay una sola respuesta: hay tantas como imagines.

“Ser o no ser”, Laurence Olivier

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