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Robert Mugabe acaba de fallecer a los 95 años de edad, según anunció su sucesor, el presidente Emmerson Mnangagwa. Como parecen marcar las tendencias, a través de Twitter: “Mugabe fue un ícono de la liberación, un panafricanista que dedicó su vida a la emancipación y el empoderamiento de su pueblo. Su contribución a la historia de nuestra nación y continente nunca será olvidada“, decía Mnangagwa aprovechando los caracteres que ofrece la red social. Mnangagwa también fue acusado de fraude electoral como lo fue su predecesor.
Mugabe fue, primero, primer ministro y después presidente de la Zimbabwe independiente, y cambió de ser un libertador a un tirano, haciendo que su nación entrara en el declive, siendo como había sido una de las tierras más prósperas de África. Nada nuevo para un continente vapuleado por los colonialismos y los malos gobernantes. Si nos fijamos en los datos económicos, Mugabe no es la excepción que escapó a la regla.
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Mugabe, bajo el amparo ideológico: marxista-leninismo-Mao-Tse-tung
Se ha dicho de Mugabe que era “calculador, ascético y cerebral“, un revolucionario inspirado ideológicamente en lo que él mismo denominó “pensamiento marxista-leninismo-Mao-Tse-tung“. Una combinación que poco casaba con las declaraciones que emitió en 2016, cuando dijo en un discurso ante la Unión Africana que debía gobernar “Zimbabwe hasta el final (…) “hasta que Dios diga: Ven”.
De hecho, en noviembre de 2017, los oficiales del ejército, temiendo que Mugabe alzara en el poder a su segunda esposa, Grace Mugabe, como su heredera política, pusieron los medios para que no ocurriera, mediante un golpe de Estado, la única manera de apartar del poder querido a Mugabe.
Aquello sucedió en unos días en los que Mugabe formaba parte de la parrilla de los telediarios del mundo, cuando fue puesto bajo arresto domiciliario y obligado por su partido político, ZANU-PF, con el aderezo de la sociedad civil reclamante, a renunciar al propósito tan demandado por los dictadores de convertir su mandato en una especie de dictadura hereditaria, véase el caso de Cuba donde tanto montaba Fidel como monta Raúl Castro.
Pero tampoco es sencillo que un dictador se mantenga en el poder de una forma tan prolongada. De hecho Mugabe se mantuvo en el poder durante treinta y siete años, con la consideración por parte de muchos de sus compatriotas como el héroe de la lucha por la independencia contra la minoría blanca terrateniente y británica, que venía esquilmando toda la riqueza que podía, como ‘buenos’ colonizadores.
Esa lucha contra el colonizador tocó la cima cuando en el año 2000, Mugabe puso en marcha la expropiación forzosa de las tierras de la minoría blanca para repartirla entre los pequeños productores del país.
Luces y sombras para Mugabe
Pero un dictador no lo es sin dejar su sello impreso e indeleble. Mugabe, entre sus logros, tiene para la memoria de la Historia ser el primer líder en gobernar un país africano tras su independencia colonial. Y formación académica no le faltó en un tiempo donde no era sencillo conseguir los seis títulos académicos con que contaba.
Robert Mugabe nacido el 21 de febrero de 1924 en Matibiri, la capital de la antigua colonia británica de Rodesia, al noreste de Harare, entonces conocida con el más británico nombre de Salisbury. Fue maestro de profesión y de formación católica. Su lucha política la comenzó a los 36 años, cuando se unió al Movimiento por el cambio Democrático.
En 1964, acabó en prisión tras pronunciar un discurso contra el Gobierno de Ian Smith.
Pasó diez años en la cárcel. A su salida, abandonó Zimbabwe y puso rumbo hasta Mozambique para unirse a la guerra de guerrillas que operaba contra el régimen impuesto por la colonialista minoría blanca de Rodesia.
Mugabe llegó al poder al independizarse de Gran Bretaña en 1980, después de que esa misma guerra de guerrillas acabara con el gobierno de las minorías blancas.
En un principio fue anunciado y celebrado como un líder modelo, pero esa imagen se fue erosionando a lo largo del tiempo, a idéntica velocidad que su liderazgo se volvía más autoritario. La democracia, el estado de derecho y, sobre todo la economía, sufrieron constantemente hasta alcanzar una inflación superior al 150.000 por ciento y un desempleo del 80 por ciento, que ponían fin al calificativo de Zimbabue como el «granero de África».
Hecho que acontece en el año 2000 con la ya mencionada expropiación de miles de explotaciones a los granjeros blancos.
Mugabe decía que aquella situación era consecuencia de la conspiración de los gobiernos occidentales para derrocarle.
Al fin y al cabo, había conseguido su venganza contra los colonizadores blancos, uno de sus objetivos como presidente.
Masacre de los ndebeles
A principios de la década de los ochenta, y durante los diez años siguientes, la economía del país comenzó a crecer. Llegando a mostrar un crecimiento anual del 2,7%, a la vez que cambiaba el estado de cosas en el país, donde se implantó un sistema educativo calificado como uno de los mejores del continente africano.
Sin embargo, pocos años después de llegar al gobierno, Mugabe necesitaba purgar a los que veía como enemigos, más allá de los británicos explotadores, un segundo objetivo que ahonda remarcando su sombra fue la masacre, una “limpieza étnica” de terribles proporciones, contra la segunda tribu de Zimbabue, los ndebeles. Mugabe se amparó en la amenaza de golpe de estado, propiciado por su rivales políticos.
La masacre se produjo entre los años 1983 y 1987 y tuvo lugar en el oeste del país, en Gukurahundi, acabando con la vida, se calcula, de más de 20.000 ndebeles. Y que pasó a la Historia como si aquel suceso solo ocurriera en el ‘papel mojado’ de la sección internacional de los periódicos del Mundo…
Grace Marufu
La muerte de su primera esposa Sally, y su matrimonio con Grace Marufu en 1996, su secretaria y 40 años menor que Mugabe, marcaría para muchos un cambio en su personalidad.
Siempre se ha dicho que Grace Marufu fue una mujer derrochadora y muy influyente en las ideas del presidente, hasta el punto de participar en las decisiones del partido desde que, en 2014, se convirtiera en la presidenta de la Liga de Mujeres del ZANU-PF. Un impulso planificado para, con el tiempo, hacerla alcanzar la presidencia -que no conseguiría- y perpetuar su legado, el legado de Robert Mugabe.
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