Las historia de amor de Andrew Jackson y Rachel Donelson
Hasta hace menos tiempo del que podría pensarse, los divorciados eran considerados como personas “non gratas” dentro de los círculos sociales más distinguidos y, en ocasiones, relacionarse con ellas podía constituir un auténtico escándalo social.
Si en pleno siglo XXI todavía el hecho de que mujeres previamente divorciadas se casasen con herederos al trono ha levantado algunas cejas y cuando hace menos de una centuria, su enlace con una divorciada le costó a Eduardo VII el trono (entre otras razones), se pueden los lectores imaginar el escándalo que hubiera despertado que un candidato a presidente de Estados Unidos se enamorara de una divorciada a principios del siglo XIX.
Pero así fue. Andrew Jackson, que llegaría a ser el séptimo presidente de Estados Unidos, conoció a la bellísima Rachel Donelson, con la que se casó poco después, profundamente enamorado.
Sin embargo, Rachel se había casado anteriormente con un capitán llamado Lewis Robards, cuya unión no había sido feliz y del que se había separado en 1790.
Cuando se casó con Jackson, la pareja pensaba que el divorcio estaba finalizado, pero no era así, lo que convirtió a Rachel en bígama y anulaba su matrimonio con Andrew.
Aunque Rachel se divorció de forma efectiva tan pronto como pudo y tanto ella como Andrew volvieron a casarse en 1794, el escándalo les persiguió durante toda su vida y, cuando Andrew Jackson comenzó a prosperar en el mundo de la política, sus oponentes utilizaron a Rachel para atacarle públicamente, insultándola de todo tipo de maneras y pintándola como una mujer de moral laxa que debía ser repudiada por las personas de bien.
Andrew Jackson defendió constantemente el honor de su esposa y llegó a batirse en duelo por ello, pero la presión social llegó hasta límites insoportables cuando Andrew Jackson entró en la carrera por la presidencia, debilitando su frágil salud.
Ella murió repentinamente en 1828, probablemente de un problema cardíaco, sin llegar a ver a su esposo convertido en presidente. Se dice que su esposo quedó tan devastado, que se negó a separarse de su cuerpo durante días después de su muerte, esperando que reviviese por obra de algún milagro divino.
Andrew Jackson nunca se volvió a casar y cayó en una severa depresión después de su muerte, convencido de que los constantes ataques públicos que había sufrido, especialmente por parte de John Quincy Adams, precipitaron su repentino final, del que el político nunca llegó a recuperarse del todo.