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Stefan Zweig, maestro del retrato biográfico

Stefan Zweig, enfrentando el carácter con las circunstancias

Conscientes quizás de las limitaciones del propio ser humano a la hora de narrar vidas ajenas, algunos autores deciden abandonar la maraña de los hechos para realizar un viaje a la esencia de la persona.

Dejan de lado la multitud de sucesos y circunstancias y emprenden el camino que lleva directamente al ser del biografiado.

De esta manera, una vez lo han comprendido, retoman la senda de los acontecimientos con la seguridad de quien conoce a la perfección el terreno que pisa y los peligros a los que se enfrenta.

Stefan Zweig es, sin duda, un maestro dentro de esa técnica, las biografías.



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En sus numerosas biografías se aprecia, por encima de todo, un intenso trabajo en pro de la comprensión del personaje. Una labor de reflexión que, a la postre, le permite pintar con palabras, en finos trazos, lo esencial del ser humano objeto de estudio.

Sobre esa base, y siempre con un lenguaje sencillo y elegante, procede a enfrentarse a los hechos. Estos se suceden a gran velocidad, incluso a veces sin respetar el carácter cuasi-religioso de la cronología. Sin embargo, el lector no se encuentra nunca perdido.

Stefan Zweig, maestro del retrato biográfico

Gracias al perfil que traza Stefan Zweig al comienzo de sus obras, conoce, desde el primer momento, el carácter del potagonista.

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Así, la biografía no resulta más que un constante enfrentamiento de esa personalidad con los sucesos que le afectan a lo largo de su vida. En cierto sentido, podría decirse que la labor del autor se asemeja a la de ciertos dioses de la Grecia Antigua: dota al personaje de unos determinados rasgos y lo sitúa en los diversos escenarios que le proporciona la historia.

Stefan Zweig, Personajes en constante evolución

Con lo dicho hasta ahora podría pensarse que Zweig concibe al ser humano como una criatura sin libertad, sujeta al destino que le marcan sus propios vicios y virtudes; presa, al fin y al cabo, de la definición que de ella realiza el autor al comienzo de su estudio. Desde esta perspectiva, sus personajes desempeñarían un papel preterminado dentro de un escenario cambiante.

Sin embargo, esa concepción de la realidad humana está muy alejada de los planteamiento del autor austríaco.

Stefan Zweig no concibe a sus protagonistas como seres cerrados y hieráticos, sino cambiantes.

Así como la realidad que les rodea varia en función de la época, también la personalidad de los personajes es objeto de evolución.

En su estudio preliminar de la persona, trata de descubrir, no sólo sus rasgos más característicos, sino las potencialidades que esconde.

De esta manera, a lo largo de la obra el protagonista se nos presenta como un ser cambiante, pues va desarrollando uno a uno esos rasgos en potencia descritos por el autor al inicio de la obra.

En mi fin está mi comienzo

De entre las obras de Stefan Zweig encontramos dos pequeñas joyas con una trama común: María Antonieta y María Estuardo. El desarrollo de ambos personajes es, a ojos del autor, muy similar.

Desde su comienzo, las dos son elevadas por la vida a lo más alto. No obstante, como víctimas de los acontecimientos y de sus propios errores, son rebajadas a lo más bajo en los años finales de su existencia.

Es ahí donde el autor parece disfrutar realmente de su trabajo, pues, precisamente en lo más bajo, se produce el encuentro del personaje con su propia persona.

Únicamente cuando este se ve necesitado de todo su ingenio, desarrolla al máximo sus potencialidades.

Sin embargo, en ambos casos la reacción se produce demasiado tarde, cuando ya ninguna de ellas puede librarse de su destino fatal: el patíbulo.

Llega el turno, entonces, de una nueva pirueta: la búsqueda de la eternidad.

Tanto María Antonieta como María Estuardo comprenden en los últimos días de su vida la importancia de su actitud ante lo que les espera.

De sus momentos finales dependerá que surja un nuevo comienzo tras su muerte: el de su leyenda.


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Stefan Zweig, tras huir de Hitler, se suicidó junto a su esposa Lotte en Petrópolis en 1942.

Stefan Zweig, tras huir de Hitler, junto a su esposa Lotte .


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